31 diciembre, 2011

EL NUEVO FLAUTISTA DE HAMELIN

Tenor - Basquiat

Termina el año; un año que pasará sin ninguna duda a los anales de nuestra Historia, la de los occidentales pulcros y acomodados. Un año que ha desenmascarado al nuevo flautista de Hamelin que regresó para mofarse de nuestra ingenuidad de nuevos ricos atrincherados. Lejos de llevarse a las ratas al río, vino con la lección aprendida de aquel entonces que cuenta la fábula, y nos ha arrastrado al precipicio para placer de, precisamente, varios millares de despreciables roedores que, a nuestra costa, engordan su opulencia. ¡Qué triste reconocerse, una vez más, en esta Europa desmembrada! Repensarla y rehacerla es una tarea enormemente compleja y ni la política secuestrada de nuestros dirigentes ni la economía con sus incomprensibles vaivenes, su extranjera terminología y sus violentas urgencias, han sido capaces de amalgamar a un viejo continente que forman cien pueblos, y cuya historia se ha escrito con la sangre de las guerras y desavenencias de sus países. Construir Europa, ahora lo vemos bien, era mucho más que dotarla de un lejano Parlamento y una moneda común. Y confieso que, dentro de ese proceso de construcción y asentamiento, me sentí, en este orden, ilusionado, desencantado y finalmente sangrado por su cámara de petimetres. Pero, ¿quién se cree que es esta gente, tan capaz de saltarse los derechos de las democracias europeas, como de provocar nuestra estupefacción rogando a los países emergentes que inviertan en una economía ultra-liberalizada que no han querido controlar? ¿Cabe mayor despropósito que pedir a India, Brasil, Rusia, la misma China, que nos ayuden? Viendo sus desesperadas actuaciones, uno comprueba con mal café que esto se nos ha ido de las manos y que estamos asistiendo no a una época de cambio, sino más bien a un cambio de época... de consecuencias imprevisibles.
Pese a todo, tal vez sea necesario que toquemos fondo de una vez por todas, para rebotar y salir a la superficie. La tercera ley de Newton y la Historia avalan que esto será así, como siempre ha sucedido. De modo que tal vez se trate de que encuentren fuerzas y ayudas para aguantar un poco más quienes están mal, y de intentar ser más sensibles y solidarios con ellos quienes por suerte aún nos mantenemos en pie... Amén.

Conque 2011 se esfuma por siempre jamás. Repaso lo escrito en este cuaderno de bitácora y compruebo que su contenido ha sido este año más social, más político. Pienso que no podía ser de otra manera, no únicamente por lo difícil que es sustraerse a los efectos de una realidad tan cruda y envolvente, sino porque tampoco es deseable hacerlo. Y uno, desde luego, no va a escabullirse, por más poesía con la que quiera aliñar lo cotidiano. Esta locura de mundo que habitamos, continúa siendo un torbellino en permanente cambio, con sus enmarañadas e incomprensibles relaciones, con sus endémicas enfermedades, sus brechas y cicatrices mal cauterizadas, sus sangrantes olvidos (África), bajo el gobierno cruento de los mercaderes... En fin, conque termina el año, que decía antes, y podría resumir algo de todo lo que se me agolpa en la cabeza anotando palabras como zozobra, vértigo e incertidumbre, pero también solidaridad y esperanza, dos voces marcadas a fuego desde tiempos inmemoriales en el corazón del ser humano. No puedo evitar verlo y contarlo así, con la sensación de que la cosa se aguanta todavía, aunque sea con las benditas pinzas de un buen montón de gente que, pese a todo y todos, sigue pensando y obrando de buena fe... Y si, al final de todo, nos sigue quedando amor, que es lo que fervientemente creo, pues dejémonos de pamplinas y démoslo a quienes lo necesitan. De corazón, que sí. Y punto.

23 diciembre, 2011

POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS - Donne

Cúpulas - Klee

«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de ésta, toda Europa queda disminuida, como si se tratara de un promontorio o de la casa de uno de tus amigos o de la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad. Por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»


«
Inor ez da irla bere osotasunean. Gizaki bakoitza kontinente puska bat da, lurraren zati bat. Itsasoak lur-atal bat eramaten badu, Europa osoa txikitzen da, lurmuturra bailitzan, edo zure lagun baten etxea, edo zeurea. Edonoren heriotzak gutxiagotu egiten nau, gizateriari lotua nagoelako. Beraz, ez galdarazi inoiz norengatik ari diren hil-kanpaiak. Zugatik ari dira.»

«Nul homme n’est une île, complète en soi-même; chaque homme est un morceau du continent, une part de l’ensemble; si un bout de terre est emporté par la mer, l’Europe en est amoindrie, comme si un promontoire l’était, comme si le manoir de tes amis ou le tien l’était. La mort de chaque homme me diminue, car je suis impliqué dans l’humanité. N'envoie donc jamais demander pour qui la cloche sonne: elle sonne pour toi.»

«No man is an island, entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main. If a clod be washed away by the sea, Europe is the less, as well as if a promontory were, as well as if a manor of thy friend's or of thine own were: any man's death diminishes me, because I am involved in mankind, and therefore never send to know for whom the bell tolls; it tolls for thee.»

Meditación XVII de Devotions Upon Emergent Occasions. John Donne (1624).

18 diciembre, 2011

PONER LA MESA

Peras y uvas - Gris

¿Para qué se usan ciertos cubiertos, qué vinos son aconsejables con determinados alimentos, por qué lado se sirve la comida? Como éstas y otras dudas más engorrosas se nos pueden presentar a cualquiera, daremos modesta cuenta de lo que son las buenas maneras, de un modo simple y práctico, por si a alguien le pudieran ayudar a salir airoso de algún brete. Así, pues, ¿qué tal comenzar preparando el escenario para una cena?
Raramente en el entorno familiar se presta importancia al aspecto estético y protocolario de la mesa. Sin embargo, cuando se nos presentan invitados siempre es agradable sorprenderles con una buena presencia, que garantice igualmente la comodidad. Para ello es preferible seguir ciertas normas. En términos generales, el anfitrión ha de garantizar que el espacio sea agradable y no esté sobrecargado de elementos decorativos, que la iluminación se halle a una altura media y no moleste a los comensales, y que la disposición de las sillas evite las fastidiosas patas de la mesa. Todo estará dispuesto de modo los invitados se vean bien, a la hora de conversar.
Una vez seleccionada la mantelería (tela o hilo), colocamos los platos, a cuya izquierda se disponen las servilletas. En algunos casos, según lo formal que sea la comida, se suelen colocar platitos para el pan (de plata, alpaca, porcelana), a la izquierda superior del plato. Igualmente, debajo de los platos a utilizar, se puede colocar un plato base (también llamado bajo-plato o de respeto), que no se usa para comer y que se retira antes de servir los postres.
Reconocer los cubiertos y las copas permite no equivocarse en los manejos, cuando uno es invitado. La disposición de la cubertería, la vajilla y la cristalería es importante. Los cubiertos se disponen teniendo en cuenta que los más alejados del plato son los primeros a utilizar. Los tenedores se colocan a la izquierda del plato y los cuchillos y las cucharas a la derecha. Fundamental: los cuchillos siempre con el filo hacia el plato. En la parte superior de éste se colocan los cubiertos para postre o fruta. Esta forma de disponer la cubertería, que es la europea, se llama continental.
En cuanto a las copas, lo más normal es situarlas un poco escoradas a la derecha superior del plato, en línea de mayor a menor y de izquierda a derecha... Aunque su adecuada ubicación no siempre asegura que sepamos para qué es cada una de ellas. Hasta hace unos años era de rigor que la copa del agua fuera la más grande, pero hoy ya se ve a mucha gente que prefiere servir los vinos tintos de calidad en las copas más hermosas, que, según los expertos, permiten la evaporación de aromas sin dificultad. Como es bien sabido, para el vino blanco, y también para el cava y el champán, se suelen usar copas alargadas de cuello estrecho y tallo largo que permite cogerlas sin calentar el vino con la mano. Por cierto, las copas nunca han de llenarse hasta el borde, en especial las de cava o champán.
Y, en fin, esto es lo básico... pero también lo suficiente, a la hora de dar un toque de distinción a la cena que ofrezcamos a nuestras amistades.

11 diciembre, 2011

ALEJANDRA

Mujer con vestido azul - Modigliani

Academia Richemont de Vannes, Bretaña. Ha comenzado la clase y Alejandra, la profesora de español, pregunta a Martine si ya tiene elegida la canción sobre la que un día trabajarán en el grupo. Martine asiente y comenta que hace años, durante unas vacaciones en Cadaqués, escuchó Mediterráneo y le había gustado aún sin entenderla. Se la ha descargado de la red, para el ejercicio, y precisamente la tiene en su pendrive. Buena elección, dice Alejandra. Cuando localice la letra, repartirá fotocopias para, entre todos, comprender y apreciar la poesía que entreteje el texto... Sin embargo, no va a esperar: Decide pedirle la canción a Martine y ponerla en ese mismo momento, con la intención de que su variopinto y adulto alumnado se vaya familiarizando al menos con la melodía. Así que introduce el dispositivo en su portátil y, a través de los altavoces, el tema de Serrat comienza a sonar en el aula. Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa, y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya...
Ya desde los primeros acordes, Alejandra siente su pecho invadido por una repentina emoción. Se le eriza el vello, parece estrechársele la garganta, respira hondamente... y un par de lágrimas comienzan a resbalar por sus mejillas. Durante los tres minutos y medio de Mediterráneo, en la mente de Alejandra se proyectan mil imágenes. De la mano de su memoria emocional, pasado y presente se intercalan, se funden: aquellas lejanas vacaciones bretonas, cuando conoció a Jean-Marc, el amor y los viajes, su trabajo como profesora, dos hijos, las distancias y las crisis, la añoranza, cuarenta y uno recién cumplidos, no esta mal, resume para sí. La vida... Nada existe más irrecuperable que el pasado, nada está más lejos; ni siquiera esos mil doscientos noventa y tres kilómetros que la separan de su madre y hermanas, de sus amigas, de su ciudad, de su niñez y su juventud...
Termina la canción y, saliendo de sí, Alejandra sonríe levemente azorada, pide tontamente perdón, explica en francés que no sabe bien qué le ha pasado, que la canción le ha debido pillar floja... Y se encoge de hombros suscitando una cariñosa compasión en el grupo, que sonríe con ella. Se enjuga el surco de una lágrima rezagada con un pañuelo de papel y no puede por menos que reír abiertamente delante de la clase, cuando uno de sus alumnos le jalea: Courage, la belle!, aunando la simpatía del grupo. Merci, Joël. Buena gente, se dice con un punto de entrañable satisfacción, mientras retoma el libro de texto. Y, abriendo la página en la lección cuarta, cuyo centro de interés es el pretérito indefinido, recuerda aquella frase de Aurore Dupin que hace ya un siglo anotó en su viejo diario: Dios ha puesto tan cerca el placer tan cerca del dolor que, muchas veces lloramos de alegría.

04 diciembre, 2011

MIGRACIONES

La jungla - Lam

Pronto cerraremos un año en el que apenas ha llegado a nuestras costas una decena de pateras y poca más gente por tierra y aire. Ahora la noticia es que no vienen, que no es buen momento; como tampoco lo es para quienes, una vez aquí, quieren quedarse entre nosotros y se resisten, como pueden, a regresar. El caso es que, de estos últimos, se habla mucho. Se habla de la amenaza que parece representar esa diversidad calidoscópica que han generado y de lo incómoda que resulta su presencia, porque a los de aquí de-toda-la-vida ha empezado a sobrarnos tanta más identidad... cuanto más nos está faltando trabajo. Sin embargo, cuidado: que los diversos no son únicamente los extranjeros; que la diversidad está en nosotros mismos, como lo está la multiculturalidad, porque si algo somos todos es mestizos, híbridos que tenemos en común lo humano, el irrefutable hecho de serlo.
Me viene la cifra del más de millón y medio de españoles que vive allende nuestras fronteras, y el dato de que la inmensa mayoría de ellos no marcharon precisamente de vacaciones. Algo que deberíamos considerar, antes de blandir juicios de valor sobre lo que los inmigrantes son y hacen en nuestro país. ¡Nuestro país, qué tristeza me producen algunas de sus voces! Llevo años escuchando críticas superficiales, baratas, demagógicas; descubro aquí mi cansancio... Como confieso mi vergüenza por los saqueos que perpetramos durante siglos, por la amnesia que sufrimos respecto a nuestros propios emigrados, por el trato despectivo que damos a todos estos extranjeros “de tercera”. Y no me explico, por más crisis que haya, esa tendencia a dirigir diatribas contra las ayudas que reciben los más desfavorecidos, en un país en el que defraudar a Hacienda tiene la categoría de deporte nacional. Gracias a los fulleros fiscales, que son decenas de millares, los hospitales presentan notables carencias, las carreteras baches peligrosos y el sistema educativo de nuestros hijos cojea, falto de recursos, mientras sus abuelos no tienen todo el confort que se merecen ni unas ayudas más justas quienes les cuidan. Eso por poner cuatro ejemplos. Y lo que quiero resaltar, por comparación con algunas airadas críticas que se vierten sobre la gestión de la asistencia social, es que no leo comentarios airados en los foros de Internet, en las redes sociales o en los periódicos, contra los defraudadores de Hacienda, que tampoco son blanco de tertulias radiofónica alguna ni objeto de las iras en las conversaciones de la calle. Solo tímidamente algunos hablan de una reforma fiscal... Pero yo no veo que se persiga a los estafadores, pese a que su habilidad suponga el menoscabo de miles de millones de euros para el erario público, necesitado de invertir en sostener nuestra calidad de vida y, sobre todo, en mejorar la de las personas más necesitadas.
En fin, terminando con la cuestión migrante, a veces me pregunto qué será de los nuestros, cuando nuevamente se vean obligados a salir de la vieja Europa; y, llegado ese momento, también me pregunto cómo serán recibidos por los habitantes de otras tierras. Sí, porque entonces será a los nuestros a quienes les tocará marcharse, no me cabe duda. Y si lo afirmo es porque estoy convencido de que no está lejos el día en que nuestro irracional modo de producir, consumir y endeudarnos, unido al agotamiento de los recursos naturales de una buena parte del planeta, haga que generaciones venideras de europeos terminen emigrando a los inmensos lugares vírgenes de la rica e inmensa África, sí, de África: donde todo o casi todo está aún por hacer.

27 noviembre, 2011

HISTORIAS DEL SEÑOR KEUNER - Brecht

Desnudos en el bosque - Léger

El señor K. contemplaba un día una pintura que representaba ciertos objetos bastante caprichosamente.
—A algunos pintores —dijo— les ocurre lo mismo que a muchos filósofos cuando contemplan el mundo. Tanto se preocupan por la forma que se olvidan de la sustancia. En cierta ocasión, un jardinero con el que trabajaba me dio una podadora, con el encargo de que recortase un arbusto de laurel. El arbusto estaba plantado en un macetón y se empleaba en las fiestas como elemento decorativo. Había que darle forma esférica. Comencé por podar las ramas más largas, pero por más que me esforzaba en darle la forma apetecida, no conseguía ni siquiera aproximarme. Una vez me excedía en los cortes por un lado; otra vez, por el lado opuesto. Cuando por fin obtuve una esfera, resultó demasiado pequeña. El jardinero me comentó decepcionado: «Muy bien, la esfera ya la veo; pero, ¿dónde está el laurel?».

20 noviembre, 2011

TE ESPERO

Esplendor de otoño - Manzañido

Discurren, cortos y quebradizos, estos días de un noviembre terciado y, secretamente, te espero. Sí, te espero... Te espero como aguardando al alba, tras una noche prolongada; como al claro de luz, que se abre paso entre las nubes de una temperie tormentosa. Miro a ratos cómo el cielo deshoja sus lágrimas otoñales y siento el corazón rociado de serena expectación, mientras te espero. Y lo hago calladamente, recogido en mi otoño de hojarascas, entre los argumentos cotidianos que amenizan un nuevo ciclo de grises y ocres partituras, y despertando a esa vida que cada ochenta y seis mil cuatrocientos segundos rebrota inexplicable a mi alrededor. Y en las calles vacías de la tarde, de aire melancólico y terrazas recogidas, en los parques acolchados de hojas sin barrer, bajo una marquesina que me resguarda de la lluvia y el viento, ahí también te espero... Como te espero rodeado de mis sencillos tesoros de papel y vinilo, leyendo un libro bajo la lámpara de mi estudio o pasando a limpio estas notas, aparentemente abstraído, mientras disfraza el silencio de la noche alguna canción del viejo Voulzy. Como sea, dondequiera que me encuentre, te espero...
Y mientras te espero sé que, cuando hasta aquí te acerques, sonreiré viéndote llegar, te tenderé mis brazos, el pecho franco para atraerte contra mí. Y te ceñiré con delicadeza la cintura y caminaremos enlazados; te preguntaré un par de cosas intrascendentes y me dejaré acunar en tu mirada cada vez que me respondas. Parecerá que no ha transcurrido un solo día, desde la última vez... y me sabrás como siempre me sabes: concernido por la vida que vivo y por la que, sin exactamente vivir, me rodea. Y entonces te daré breve cuenta de ella y compartiré contigo esos espacios que, sin buscarlo, he ido creando: lo habitual en mis tanteos diarios y lo íntimamente necesario, lo que me ocupa y además involucra. Acaso llueva cuando aparezcas, y nos veamos corriendo, buscando guarecernos en cualquier café; o quizá el paseo sea tranquilo y se remanse en lo abierto de la ciudad, entre árboles pelados y bajo un cielo casi invernal pero amable, de seda rosa y pálida. Como quiera que entonces sea, te mostraré una vez más los refugios en que me abrigo, mis lugares penúltimos... y tú sonreirás, sin reprocharme que una vez más me repita. Y en algún momento, entonces, me volveré hacia ti y te robaré delicadamente el aliento, comulgando de tus labios una sonrisa y de tu mirada un cómplice silencio...

Y quizá, también, finalmente te hable de estos merodeos literarios que en algunas de mis noches te rondan, mientras paciente te espero, y termine confesándote mi obsesión por llegarte, por encontrar, cuando en ti pienso y para ti escribo, una palabra más radiante que radiante, más hermosa que hermosa... Después de todo, y si existiera, también para mí una palabra que sea más feliz que feliz.

13 noviembre, 2011

ROMPER INERCIAS

País - Xul Solar

Resulta que se nos echan encima las elecciones generales, mientras liquidan nuestros candidatos otra anodina campaña, desplegada ante un pueblo maltratado por el desempleo y las medidas anti-crisis, y necesitado de ver cambios reales y efectivos, lejos del deprimente espectáculo de los reproches y las propuestas oportunistas. Uno termina por concluir que llueve sobre mojado.
Pero que no se confíen, sin embargo, en que como electores nos conformaremos con el dudoso privilegio de votar con una ley electoral nada justa y dentro de un sistema de listas cerradas
que no responde a una democracia interna real. No, eso ya no vale; como no valen las viejas artes de prestidigitación, nuevamente exhibidas en esta última cruzada por el voto que padecemos, porque no son sino variaciones sobre un mismo y agotado tema. Como dicen los franceses, on connaît la chanson.
Huelga recordar a estas alturas que la soberanía de un pueblo democrático reside en su parlamento y que es ejercida por aquellos en quienes la ciudadanía deposita su confianza para que gobiernen. Sin embargo, gobernantes y partidos no parecen representar tanto a sus electores como a quienes les financian, sean la Banca, las Corporaciones o ese etéreo Mercado, tripulado por un omnipotente puñado de gestores de fondos de inversión que fomenta y encauza la crisis, en beneficio de los sectores más ricos. Hemos llegado a un punto en que no resulta disparatado afirmar que no gobiernan los políticos sino los financieros y que estos han provocado una especie de suspensión cautelar de la democracia, a la que, cada día más desesperados y perplejos, venimos asistiendo. Pero, mientras nuestros dirigentes parecen secuestrados, incapaces de ponerse de acuerdo para acotar el despotismo de los grandes especuladores, muchos nos preguntamos: ¿es que sólo cabe resignarse?

Personalmente, por más que no ponga cara a quienes operan en el cruento escenario de la usura globalizada y no esté a mi alcance coger de la pechera a un petimetre de esas impresentables Moody’s o Fitch o a un
broker de Goldman Sach, para pedirles cuentas por su inmoralidad y sus desmanes, tampoco puedo cruzarme de brazos. La crisis será general, de acuerdo, pero aquí y ahora, en estas elecciones, nos volvemos a jugar lo más cercano, lo nuestro, y ésta es una nueva oportunidad de poner en su sitio y exigir responsabilidades a quienes tendrían que, efectivamente, representarnos. Alguien escribió en una pancarta de la Puerta del Sol que ya no es tanto una cuestión de la izquierda contra la derecha, sino de los de abajo contra los de arriba. En parte, lo suscribo. Sin embargo, también es cierto que es hora de romper inercias y, pese a lo que auguren los sondeos electorales, es posible hacerlo. Afortunadamente, la gran conversación en que se ha ido convirtiendo el 15-M continúa viva. Hablar de la separación de poderes y de la no-prevalencia del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial, de la necesaria modificación de la ley electoral, de la reforma fiscal, de la persecución de la corrupción política, de la vigilancia y el control a los bancos, de repensar el futuro de instituciones como el Senado y otras, y un largo etcétera, está suponiendo un valioso y saludable ejercicio de cultura democrática de indiscutible vocación transformadora.
En nuestras manos (voten o no) está el evitar que se convierta en una verdad sin paliativos aquello que dijo Bukowski de que la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en una democracia puedes votar antes de recibir las órdenes.


06 noviembre, 2011

VACÍOS QUE LLENAN

Rincón del Gualdalquivir - Palomo Reina

Me sucedió, por ejemplo, con el cuadro de Palomo Reina que compré en 2006, el día en que se inauguró su exposición en la galería de Aitor Urdangarin. Allí fue lo usual de estos vernissages: copa de vino en una mano, en la otra un canapé, y las predecibles charletas por corrillos. Conversaba así con unos conocidos, cuando reparé en el cuadro que digo: una perspectiva del Guadalquivir, que incorpora la majestuosa nobleza del río, con matas de arbustos en ambas riberas y, alejadas del primer plano, cuatro solitarias barquitas bajo un cielo azul en el que se insinúan los primeros cárdenos del atardecer. El resto del lienzo agua, sólo agua. Hasta tal punto que, yo diría, esta es la particularidad del cuadro: la ausencia de un motivo, más allá del río, de su propio y magno caudal. Fue descubrirlo y, todo uno, quedar prendado por la armonía de esa gran masa de agua, el espacio vacío de elementos, la rotunda serenidad del paisaje. ¡Un amor a primera vista...! Entonces sondeé a mis consocios al respecto y uno de ellos opinó: «Demasiado río, ¿no crees? A mí me sobra la mitad inferior del cuadro.» Y, al escucharle, supe que era la fuerza que provenía precisamente de esa mitad inferior, la que me hacía desearlo. Una vez más, la sensación de conformidad y de plenitud me llegaba a través de lo que era un aparente vacío.
Acaso porque he ido abandonando la preocupación por rematar con ambages, por vestir los tiempos, por motivar cada uno de los horizontes que dan sabor a mis días, ciertos vacíos me seducen. Y relaciono esta idea con el mayor atractivo que asimismo descubro en la simplicidad y en la tersura, en la preeminencia diáfana, en la ausencia de retórica. Incluso acotarme entre paréntesis, y no hacer nada, me remunera con un calmoso bienestar. Por esto, cuando puedo invierto unos minutos en estar; en solamente estar. Porque en el vacío, pese a lo que pueda parecer, hay energía. Hay energía, como dice Salvador Pániker, “en cada efímero y eterno presente, donde todo nace y muere.”
Así rodaba, pues, esta tarde de sábado en la que, con Lorie Line de fondo, he permanecido durante un rato observando el bello retazo del Guadalquivir que tengo en casa, dejándome llenar por su extraordinaria y aparente vacuidad. Y ha sido entonces cuando me ha espoleado de improviso una de esas pulgas que, para Stanislas Lem, son las ideas, que saltan de uno a otro, pero no pican a todo el mundo. Conque he hecho un inciso y me he puesto a escribir lo que ahora ya concluyo: Una pincelada vespertina inspirada en ese oxígeno que enriquece también el vacío... y felizmente lo colma. El vacío, digo; sin más vueltas ni misterio.

30 octubre, 2011

LA TETERA - Russell

Cheyt - Vasarely

«Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.»

23 octubre, 2011

EN EL TRASTERO

Luz de patio - Iturria

—¿Te encuentras bien, Edu?
—Sí, gracias; sólo ha sido un mareo —mentí—. A veces me pasa...
Eso es lo que le dije al del tercero, desde el suelo. Mi trastero es el 7-A, en el sótano del edificio. Y no te imaginas lo que fue bajar aquel día, para guardar unos cachivaches que me estorbaban en el piso, abrir la puerta... y verme arrollado por aquel increíble vendaval. Sí, vendaval, has oído bien. Que tú gires la llave y recibas un huracán, una ventolera de tal magnitud que te arroje violentamente contra la pared del corredor; ¡que te pase eso, y luego me cuentas! No, ni te lo imaginas ni te lo crees, ya lo sé. Y sin embargo sucedió la tarde aquella. Quedé conmocionado en el suelo, ¡Dios, el miedo que me entró!, hasta que apareció el vecino, que andaba por allí abajo, me vio tirado sobre la loseta y me ayudó a levantarme. ¡Un mareo...! Por supuesto no entré en el trastero, lo cerré y subí a casa con las cosas que había bajado. Durante días tuve dolorida la espalda, del batacazo, pero sobre todo me angustié. ¿Qué sucedió en esa décima de segundo, según abrí la puerta? ¿Qué produjo aquel ciclón, en un cuartucho ciego, sin ventilación ni corrientes de aire? ¿Cómo fue posible que me lanzara contra la pared...? Buffff. Hoy me he decidido a contártelo, y es que hasta ahora no lo he hablado con nadie... Ni he vuelto a bajar al sótano. ¡Que le den por el culo al trastero, y a todas las mierdas que tengo allí amontonadas!
Pero no me puedo quitar la obsesión y ya me está jodiendo. El caso es que hace diez días me acerqué hasta el catastro, a investigar. Sí, suena ridículo, pero métete en mi piel. Sin embargo, verás que no perdí el tiempo. Allí me dijeron que en la finca de mi edificio hubo un caserío, que se quemó totalmente el día de Nochebuena de 1913. Después sólo quedó un solar vacío, hasta hace unos años cuando hicieron la urbanización en la que vivo. Supe también quién fue su último propietario, así que esa misma mañana me acerqué al Archivo Diocesano, donde guardan microfilmados los Libros Sacramentales de la provincia; ya sabes: los de bautismos, casamientos, defunciones. Me ayudó a manejarme el encargado y, con los datos de que disponía, pude ver las partidas de los últimos moradores del caserío, un matrimonio y sus tres hijos. Se habían casado en 1905, tuvieron primero una niña y dos niños gemelos después. Cuando acudí al Libro de Defunciones vi consignadas las muertes de Fermín P. y de Águeda G. y de sus dos hijos varones, en la madrugada del 25 de diciembre de 1913. Sin embargo, no hallé rastro alguno del fallecimiento de Nieves, la hija mayor. Acudí otro día, esta vez al archivo municipal en donde encontré documentado aquel incendio y únicamente pude saber... que no hallaron el cadáver de la niña entre los escombros. Hubo al parecer una investigación en aquel entonces, la dieron por desaparecida. ¿Lo captas? ¡Desaparecida! Es que sólo lo pienso y ya se me congela el estómago. Y dirás, este Edu está del tarro. Ya; cree lo que quieras... Pero, dime al menos: ¿te explicas que no siguiera indagando? ¿Entiendes por qué no he vuelto a bajar a la mierda del trastero? ¿Y por qué no quiero hablar con nadie de esto? Por cierto, ¿sabes que he puesto el piso en venta, que me quiero largar de aquí? Sí, ríete, llámame flojo, sí, y cagueta... Pero ya te digo que no, que es que no te imaginas, ni remotamente, lo que sentí aquel día en el sótano. Claro que no, que no, tío; ¡que ni de coña te lo imaginas!

16 octubre, 2011

DESLICES

Flying Saucer - Brown

UN YERRO
Varios participantes en el concurso de adivinos
se acercaron a recoger el primer premio,
cuando el jurado aún no había deliberado.

UNA FALTA
Terminaron excomulgando al viejo cura.
Había llegado a oídos del obispo
que solía lamentarse exclamando:
«¡Ay, si Dios levantara la cabeza...!»

UN TRASPIÉ
Dejó de fumar en un santiamén.
Le bastó el gesto de sacudirse aquel pitillo
que se le había caído en la entrepierna
mientras conducía.

UNA PIFIA
Sorprendieron al alcalde en otro ayuntamiento:
el que disfrutaba con su secretaria.

Y UN DESQUITE
Estaba yo esperándote, cuando me vino una idea.
Cansado de que no aparecieras, me largué con ella.


09 octubre, 2011

LA MAGDALENA DE PROUST

Nadando - Eakins

Qué tendrían aquellos años de juventud, que utilizan furtivamente una imagen, un olor, un sabor, una canción, para retrotraernos a la eternidad felizmente inconsciente de su transcurso. Qué tendrían, me pregunto, que permanecen grabados a fuego en nuestro ser más profundo, desde que nos entregamos en cuerpo y alma a, ante, para, por ellos...
Y es que en aquel tiempo fuimos tunantes urdiendo chifladuras, desvergonzados que jugaban a levantarle las faldas a la vida, para salir después corriendo y a carcajadas, con la misma frescura con la que nos dábamos a charlar, compartir y amar. Mis amigos y yo: Había que vernos hacer, con tanto entusiasmo como imprevisión, rastreando cualquier deliciosa confirmación de la felicidad. Como no sabíamos de imposibles, nuestra audacia era salvaje; le teníamos perdido el respeto a eso de vivir, y a eso de morir; y todo era tan intenso y cercano, tan oloroso y pleno como una jugosa fruta, siempre alcanzable en la rama... Sólo había que trepar.

Y fue entonces cuando nos creímos hombres, bebiendo de tantas fuentes con insensatez, hasta sucumbir ebrios en noches de apedrear con insolencia a la luna o de escribirle poemas, que casi siempre tuvieron algún nombre de mujer... Porque allí la vida era un lugar de encuentro, donde perseguir sin resuello las emociones prohibidas, mil metros lineales de playa, un trozo de cielo azul y tenso, cuatro besos y un blando pecho ardiendo en la mano; botines conquistados entre dunas verdes, más verdes que el mar. Esto, y no otra cosa, era la vida.

Y, mientras aquello pasaba, el tiempo no parecía una amenaza, ni una trampa en una curva de la carretera, y nos burlábamos de él, y del destino, emboscados en nuestra condición de inmortales, como si en el prontuario de locuras de quienes éramos jamás hubiera existido la palabra después. Y retábamos a la suerte, extremando los límites de nuestros órganos por saber si había límites para ellos, por descubrir el otro lado, el de la infinitud de cuanto nos ponía a prueba... Y, enfermos de amor y de literatura, ardimos con nuestros proyectos en las lumbres del invierno y nos bañamos desnudos en los mares crepusculares del estío...
Así que fuimos lo que en nuestro corazón cabía que fuéramos: pícaros, audaces, trepadores de higueras, poetas, locos, ebrios y amantes; y le guiñábamos cómplices un ojo a la vida
y le terminamos por dar lo que, como una insaciable hembra, nos reclamaba: nuestra juventud. Una juventud en la que, más allá de la inseguridad, el temor y las frustraciones, apostamos por ser francos y leales, aprendimos a escuchar y a perdonar, a llamar amor al amor, mirándolo de frente, a mostrar lo más nítido y virginal de nuestros sentimientos, y a soñar que todo era posible, hasta forjarnos un credo por el que luchar contra la injusticia y la desigualdad. Conque defendimos el sentido propio de nuestros actos, desafiamos la intolerancia de los púlpitos y alzamos el puño en alto, pero nunca para golpear; aprendimos a vivir sin absolutos y comprobamos que, a pesar de ello, no nos tambaleábamos tanto. Y todo esto, y más, sucedió entonces…
Por eso, rememorando aquellos años, noto en el corazón las ascuas de su pasado combatiente, y cada vez que furtivamente una imagen, un olor, un sabor, una canción, me retrotrae a mi primera juventud, pienso en quienes la compartieron conmigo, pienso en mis amigos. Y me digo que he de llamarles para celebrar que vivimos, y también para brindar con ellos porque, después de todo, quizá no hemos cambiado demasiado... O al menos no tanto como para echar de menos a aquellos bribones que, precisamente entonces, llevaban con tanto arrojo nuestros nombres.


02 octubre, 2011

CUATRO NOTAS PARISINAS

París por la ventana - Chagall

Acercarse a las viejas ciudades europeas es un saludable ejercicio para el corazón viajero, entre otros motivos porque esa historia inmemorial que las suele identificar, invade y contagia a todo aquél que recorre sus callejas o sus grandes avenidas y bulevares, transportándole no sólo en el espacio, también en el tiempo. París es una de estas magníficas urbes, imperial y seductora, en la que, por mucho que uno la haya visitado media docena de veces, siempre encontrará bellos rincones que desconocía y más de un feliz motivo por el que prometerse volver. Precisamente para quien tiene esta intención, dejo aquí cuatro notas de mis últimos paseos por la Ciudad de la Luz, así llamada por ser la primera urbe en dotar a sus calles y edificios notables de luz eléctrica:
Orsay: Quien tema perderse en el imponente Louvre, puede muy bien dejarse embelesar por las maravillosas telas del impresionismo francés, a través del museo de la Gare d’Orsay. Contemplar el Angelus de Millet, el Bal du moulin de Renoir o Les coquelicots de Monet constituye una experiencia casi mística. La vieja estación de tren transformada en pinacoteca, es uno de los prodigios parisinos del que se puede dar buena cuenta en tan solo una mañana.
Sainte Chapelle: En la Isla de la Cité, junto a la Conciergerie, se encuentra esta primorosa joya de pureza gótica, concebida en el siglo XIII para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo. Con dos esbeltas plantas, sus enormes y esplendorosos vitrales recogen la luz diurna como un milagroso calidoscopio, encandilando a quien accede al interior del pequeño templo, observa durante unos minutos su magistral factura y respira la luminosa y colorida belleza que lo inunda.
Torres: De la basílica del Sacre-Coeur, en Montmartre, y de la catedral de Notre-Dame, kilómetro 0 de todas las rutas francesas, en la Île, nada cabe añadir a todo lo que se ha dicho y escrito. Sin embargo, es muy recomendable subir a sus torres. La panorámica general de la ciudad que se nos ofrece desde el Dôme del Sagrado Corazón es un apetecible regalo para la vista; y lo mismo sucede cuando, en el corazón de la villa, coronamos los centenares de escalones del interior de Notre-Dame, para asomarnos entre gárgolas a la vieja Cité, como lo hiciera miles de veces Quasimodo, el infortunado jorobado que inmortalizó Hugo en Nuestra Señora de París. (Para rentabilizar estas y otras visitas, conviene adquirir el Paris Pass Museum, que economiza costes y evita colas al facilitar, aunque no siempre, un acceso rápido con su presentación.)
Galerías: La Isla de San Luis, al paso del Sena, es un recoleto enclave parisino que acoge un selecto comercio, en el que destacan especialmente sus coquetas galerías de pintura. Otra opción de recreo artístico es la porticada Plaza de los Vosgos, en el barrio del Marais, repleta de sencillas tiendas de arte, junto a las cuales resulta muy agradable pasear... y entre las que encontraremos y podremos visitar, si nos cuadra, la casa de Víctor Hugo, hoy convertida en un pequeño museo...
Como sea, la actual Lutecia jamás defrauda. Por eso, cuando planifiquemos una salida, nos convendrá tener presente que, como reza el viejo dicho, si algo nos falla o nos va mal, no importa: siempre nos quedará París.

25 septiembre, 2011

ORGULLOSOS DE SER

Toro - Besner

Vivo en un pequeño País del que mucha gente se siente singularmente orgullosa de formar parte. Un sentimiento, por cierto, que parece estar bastante extendido igualmente por otros pueblos y latitudes. La pertenencia a una comunidad cobra visos de credencial y uno termina sacando pecho, cuando cruza la más estúpida de las fronteras y presenta sus señas de identidad al otro lado. «Yo es que, ¿sabes?, soy vasco». Pongamos por caso. Claro que digo esto y, a la vez, confieso que nunca he tenido la ocasión de comprobar el paralelismo del asunto, cuando el que se presenta en tierra extraña es un eritreo o un ciudadano de Laos; y como desconozco los sentimientos patrios de estos individuos de tercera división, huiré de la tentación de generalizar la cosa. Pero aquí sí, aquí prevalece el orgullo de ser de esta hermosa tierra... algo a lo que se accede, permítaseme la tontería de recordarlo, por el simple y puro azar de que a uno le paren sin previo aviso y punto. Y aparte.
Viene esto a que, desde hace siglos, asisto a conversaciones en las que se hace visible este modo de sentirse. Ser-de-aquí parece conferir al oriundo algo más que una identidad: un modo de ser y hacer, un cachet, cierto pedigrí. Personalmente, lo confieso, estoy más que contento de ser de donde soy. Entre otras cosas porque, calculadora en mano, las probabilidades que tenía de haber sido una niña asiática iniciada en la prostitución y con porrada de boletos para terminar con un VIH eran muy, pero muy, superiores... Ahora bien, tuve suerte y, ya lo digo, estoy encantado de los nervios. O sea, feliz. Pero no podría jactarme de ello. Porque también siempre he puesto en duda el mérito que uno se puede arrogar para sí, por el hecho de haber nacido en tal o cual terruño. Lo digo porque comprendo que uno se sienta orgulloso tras alcanzar algo por lo que se ha batido el cobre. Pero eso de llegar a la vida acá, allá o acullá no veo yo que merite. De modo que ser vasco, asturiano, franchute o letón está bien. Pero no mejor que sirio, groenlandés o costarricense.
Nadie con un mínimo de sensatez puede negar el valor de lo identitario; ni tampoco el hecho de que la pertenencia a un pueblo o comunidad, al menos para un occidental, suele ser un feliz pasaporte cultural y emocional que nos respalda a la hora de movernos por el mundo. Pero, lamentablemente, en demasiadas ocasiones defendemos lo nuestro recurriendo a la comparación, y rara vez nos aupamos como pueblo sin hacer quebranto del vecino. Y el orgullo-de-ser, que de ahí se deriva, me parece necio y profundamente injusto. Sobre todo cuando ese ser marca la diferencia con el que no es como nosotros... y sutilmente se instaura en nuestras vidas como la esencial y más oscura y peligrosa de todas las exclusiones.

18 septiembre, 2011

EL PRINCIPITO - Saint-Exupèry

La puesta de sol - Saint-Exupèry

Ah, principito, ¡cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:
—Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una...
—Tendremos que esperar.
—¿Esperar a qué?
—A que el sol se ponga.
Pareciste muy sorprendido, primero, y después te reíste de ti mismo. Y dijiste:
—Siempre me creo que estoy en mi tierra.
En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a una puesta de sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas.
—¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!
Y un poco más tarde añadiste:
—¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste, le gusta ver las puestas de sol.
—El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste, ¿verdad?
Pero el principito no respondió.

11 septiembre, 2011

TU PECHO

Neuma - Valls

Declina el día en sus últimos fulgores, un cielo deshilachado de naranjas y violetas irisaciones que observo tras la ventana abierta, tendido junto a ti. Embelesado por esta luz postrimera, que se rinde bella y fatigada al final de la tarde, abandono mi cabeza en tu pecho y, mecido por la mansa marea de tu respiración, el embate de cada ola es un arrullo que me inunda de quietud... Contemplo la luminiscencia del atardecer y pienso que amo tu pecho; que lo amo como se ama el amor tangible, el cuerpo que uno abraza; pero también como se aman las ausencias, un feliz recuerdo, los amores fallecidos y lo más sagrado. Sí, amo tu pecho y gozo de este augurio de penumbra que se cierne morosamente sobre nosotros, mientras escucho la letanía de tu corazón, rubricando el tránsito de los segundos que disfruto a tu lado. Dulce embriaguez vespertina, plácido sopor; tu pecho... Tu pecho abriga la armonía que aderezan todos los mares del deseo, mientras yo busco interpretar la adorable composición que el contacto físico va relatando en silencio. Mares rumorosos en los que me sumerge la cadencia sensual de tu respiración y esta luminosidad moribunda de la tarde, que me absorbe y me invita a desertar del mundo... igual que deserta la luz hacia el crepúsculo, hasta morir en él.
Ha aparecido la luna, como por ensalmo, casi llena, cada vez más nítida y viva. Y, mirándola, siento que existe un orden natural en cuanto nos rodea. Entonces pienso en decírtelo, pero luego callo y consiento que mi amor por ti se solvente en este instante de desmemorias, en que permanezco dulcemente embaucado por el calor que tu pecho desprende... Observo cómo se nos hace la noche y la luna se perfila en esa ventana de septiembre que atardece en mis ojos, y, cuando los cierro, me digo que la luna es también un amor, y que la luna fulgura y es sublime, y que la luna definitivamente eres tú, resplandeciendo omnipresente aquí, ahí fuera y dondequiera que tu imagen se refleje.

04 septiembre, 2011

RECOMENCEMOS

Huertos con amapolas - P. Monteagudo

Recomencemos. Emprendamos la marcha serenamente confiados, con la idea de asumir lo que somos, de apropiarnos del personaje que cada quien de nosotros encarna, de la identidad que a uno le confiere llevar el nombre que le representa. Recomencemos sin mayor dilación, a sabiendas de que lo que importa es el camino que hacemos y de que no hay en él urgencia que no pueda ser postergada.
Y retomemos nuestros compromisos, persuadidos de que casi todo es mejorable, y muy en particular lo que de más cerca nos concierne. Renovemos cada jornada humanizando lo cotidiano, desde la conciencia de apostar por la vida, de combatir creativamente las actitudes intolerantes y de acometer tareas que no llegarán a cambiar el mundo, pero que, por convicción, sabemos que hemos de hacer.
Y recomencemos portando por toda munición nuestros principios: esas vértebras que dan consistencia al modo en que nos mantenemos en pie, dotan de cohesión a nuestros átomos y nos permiten mirar cuanto nos rodea con una relativa profundidad, con humilde sabiduría.
Y caminemos livianos, con un sereno desapego por lo perecedero y un vivo interés por interpretar lo que sucede, pues hay algo nuevo y sorprendente en cuanto ocurre que es preciso rescatar, y ese algo siempre acontece por primera vez en nuestra vida.
Y avancemos despiertos, como si viajáramos siempre de ida, porque vivir sabe a curiosidad, a revelación; y apreciemos cada momento en su integridad con todos los sentidos, incorporándolo al respirar, haciéndolo parte de quien cada uno de nosotros somos, de nuestra propia e íntima experiencia...
Como si fuera ésta la primera vez, nuevamente, hoy y siempre, con todo el ánimo: ¡Recomencemos!

31 julio, 2011

FRANZ Y ANTOINE

Vuel Villa - Xul Solar

El compositor y músico Franz Liszt fue un niño prodigio que, de la mano de su padre y tras dar conciertos por toda Europa, recaló en París, en donde pasó su primera juventud y vivió con intensidad aquellos tres días gloriosos de la Revolución de 1830, a los que consagró su primer esbozo de sinfonía.

Liszt conocería en París a escritores como Víctor Hugo, quien, a su vez, dejaría constancia de esos mismos acontecimientos en varios capítulos de «Los miserables», y que fue un incansable defensor de las ideas democráticas de su tiempo, algo que le costaría incluso un exilio temporal.
Justamente en su destierro, Hugo entabló relación con diferentes personajes relevantes de la época, uno de los cuales fue Julio Verne. Ambos publicaron sus obras gracias al editor Pierre-Jules Hetzel, que inmortalizaría los libros del autor de «20.000 leguas de viaje submarino» y «Miguel Strogoff» gracias a sus famosos y vistosos cartonages ilustrados. Como es bien sabido, la increíble imaginación de Verne le llevó a realizar numerosas predicciones a través de sus novelas; predicciones como la llegada del hombre a la luna o la de intuir el rumbo que tomaría la aviación, cuando en «Robur, el Conquistador» ideó el Albatros, artilugio que navegaba en el aire gracias a setenta y cuatro patas giratorias, movidas por motores eléctricos.
Precisamente la aviación fue, junto a la narrativa, una de las pasiones de Antoine de Saint-Exupèry, quien publicó «El Principito» en 1943, justamente cien años después de que Hetzel fundara en París su conocida editorial. En el famoso libro del piloto de Lyon, el entrañable Principito expresa, con su natural e ingenua sabiduría, pensamientos de inigualable belleza. Por ejemplo, cuando dice que lo hermoso de un desierto es que en cualquier parte esconde un pozo... O bien que sólo se ve bien con el corazón, porque lo esencial es invisible para los ojos. También Franz Lizst escribiría que hemos de tratar de ver con el corazón y que la música es el corazón de la vida, pues por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.

Franz Liszt y Antoine de Saint-Exupèry murieron en 1886 y 1944, respectivamente; ambos en un día como hoy, 31 de julio
.

24 julio, 2011

EL AMOR DE CARLOS

Estación - Descals

Carlos conoció a Clara en un tren de cercanías que, más tarde supieron, llevaban tiempo cogiendo a la misma hora para regresar de Llodio a Bilbao. Aquel día, sentado frente a ella, vio que leía con una sonrisa dibujada en sus labios. Terminó mirándola furtivamente, guapa que era; se le antojó que la expresión de su cara, ligeramente inclinada sobre el libro, revelaba un espíritu franco y libre. Y, con este convencimiento, no se resistió a interrumpir su lectura:
—Perdona —le entró—, ¿qué estás leyendo?
—Ah... El sabor de los días, ¿pues?
—Es que te veo sonreír... y me ha picado la curiosidad.
Amable, ella le hizo un comentario sobre la novela, dando pie a que siguieran hablando, ya de otras cosas, hasta llegar a la estación. Fin de trayecto, buenas vibraciones, nos vemos.
Como fuera, Carlos no se quitó de la cabeza a Clara durante el resto del día. ¿Se volvería a enamorar? Una punzada de angustia le recorrió el plexo solar. Pero, ¿puede sentir uno angustia por amar? Que se lo preguntaran, justamente a él. A él que, sin buscarlo, se vio garabateando con bellos poemas la acuarela de su adolescencia. A él, que escribía para el amor, porque al amor se debía, cuando aún éste no se le había representado con rostro de mujer. A él, que tan intensamente soñó amar que no encontró otro modo de vivir que no fuera amando, ni otro modo de habitar el mundo que no fuera escribiendo. A él, sí, ¡que se lo preguntaran! Porque el riesgo de idealizar el amor es terminar enamorándose de él, de la idea del amor, y no de la persona amada. Y el tributo del conocimiento real del ser a quien se adora es la decepción, y en la decepción se subsume el dolor, y en éste el fracaso. Por eso aquel primer día que Carlos habló con Clara, todos sus miedos se le concentraron urgentes en la boca del estómago.
Llegó la tarde siguiente y ambos se buscaron en la estación de Llodio. Subieron al último vagón, se sentaron juntos. Tras este nuevo trayecto, prolongado en la barra de un bar y con el propósito de verse el sábado, Carlos y Clara padecieron de forma muy semejante una secreta combustión interior. Algo hermoso germinaba entre ellos, un dulce fuego... De manera que Carlos no dejó que pasara el tercer encuentro sin revelar a Clara sus aprensiones más íntimas: esa angustia por amar, su zozobra ante el abismo de la responsabilidad, la obsesiva inquietud que anticipaba su temor al fracaso. Habló largamente de sí, porque comenzaba a quererla, así se lo dijo; y al sincerarse saldó viejas deudas contraídas con su corazón. Ella le escuchó con paciente dulzura y le entendió, y, tomando una de sus manos entre las suyas, le retribuyó la confidencia.
Fue así como ese mismo día Carlos y Clara se hicieron cómplices antes que amantes, y caminaron enlazados por la cintura al atardecer. Así fue como comulgaron sus ilusiones, sus anhelos y sus miedos... Y así como, sin saberlo, al despedirse junto al portal de ella, aquel primer beso comenzó a sanar en Carlos sus más antiguas y mal cerradas cicatrices.
 
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