15 enero, 2012

PROCRASTINAR

Ciclo - Matta

Pocas cosas son tan universales como el propósito de pulir alguno de nuestros hábitos menos saludables, siempre que estrenamos un nuevo año. Buscamos rehacernos siquiera un tanto, como lo más natural, presentándonos al examen de mejora en su convocatoria de cada enero. Conque, dadas las fechas corrientes, en éstas nos andamos algunos, sabedores de que, no bien transcurrido medio mes, otros ya habrán tomado la decisión de procrastinar sus intentos. Sí, de procrastinar; eso que parece una cosa bien perversa, sólo de lo mal que suena, y que, empero, es un verbo tan latino como inaudito; una acción traducible en inacción, que significa posponer, diferir, aplazar. Y algo que, por cierto, puede llegar a ser enfermizo, según cuánto uno lo haga y cómo lo viva o se lo cuente a su psicólogo de cabecera. Palabra de tal.
O sea que saco lo de procrastinar las buenas intenciones de año nuevo, pero también porque observo que, en los días de recoger las zarandajas fiesteras, hay gente que posterga hasta lo más peregrino y eso me llama la atención. El otro día, por caso, estuve en el piso de un amigo (íbamos al cine) y acredité que aún tenía sin retirar algún que otro derrelicto navideño: el árbol chino de incierto plástico y unos cuantos muérdagos por ahí colgando. Ya; lo tengo que subir al camarote, se excusa calzándose los zapatos. Y su mujer me apunta con sorna: El año pasado hizo récord y tuvimos arbolito hasta casi febrero... En fin, aquello del no dejes para mañana, lo que puedas hacer pasado mañana, que dicen que dijo Wilde. Luego, volviendo de la peli, crucé media ciudad y anoté, a día 11, hasta cinco olentzeros y papanoeles trepando aún miradores y balcones. Me pregunto qué extraño desprecio al prójimo impide a sus propietarios quitarlos de en medio, una vez liquidada la locura de los regalos. Semejante indolencia, les pinta de cuerpo entero... Pero, en fin, como yo también quiero ser algo mejor este año, me voy a limitar a animar a todos estos flojos de la resaca navideña a que obren como mi vecino y amigo Agustín, quien cada 7 de enero sale a tientas de su piso con un pedazo de árbol artificial erecto (cargado de bolas bailonas, espumillón y cables con lucecitas colgando), y lo conduce pegado al pecho, torcido de caer, la visibilidad nula, haciendo equilibrios escaleras arriba hacia el trastero. Y, tal y como fatigosamente en él lo aparca, prometo que así volverá a su casa en el siguiente Adviento. Práctico como él solo, también es todo un ejemplo; porque Agus no procrastina como otros, no... Y, tan digno y donoso, cuando sube o baja el pino, de verdad, es cosa de verle.
 
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