30 octubre, 2011

LA TETERA - Russell

Cheyt - Vasarely

«Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.»

23 octubre, 2011

EN EL TRASTERO

Luz de patio - Iturria

—¿Te encuentras bien, Edu?
—Sí, gracias; sólo ha sido un mareo —mentí—. A veces me pasa...
Eso es lo que le dije al del tercero, desde el suelo. Mi trastero es el 7-A, en el sótano del edificio. Y no te imaginas lo que fue bajar aquel día, para guardar unos cachivaches que me estorbaban en el piso, abrir la puerta... y verme arrollado por aquel increíble vendaval. Sí, vendaval, has oído bien. Que tú gires la llave y recibas un huracán, una ventolera de tal magnitud que te arroje violentamente contra la pared del corredor; ¡que te pase eso, y luego me cuentas! No, ni te lo imaginas ni te lo crees, ya lo sé. Y sin embargo sucedió la tarde aquella. Quedé conmocionado en el suelo, ¡Dios, el miedo que me entró!, hasta que apareció el vecino, que andaba por allí abajo, me vio tirado sobre la loseta y me ayudó a levantarme. ¡Un mareo...! Por supuesto no entré en el trastero, lo cerré y subí a casa con las cosas que había bajado. Durante días tuve dolorida la espalda, del batacazo, pero sobre todo me angustié. ¿Qué sucedió en esa décima de segundo, según abrí la puerta? ¿Qué produjo aquel ciclón, en un cuartucho ciego, sin ventilación ni corrientes de aire? ¿Cómo fue posible que me lanzara contra la pared...? Buffff. Hoy me he decidido a contártelo, y es que hasta ahora no lo he hablado con nadie... Ni he vuelto a bajar al sótano. ¡Que le den por el culo al trastero, y a todas las mierdas que tengo allí amontonadas!
Pero no me puedo quitar la obsesión y ya me está jodiendo. El caso es que hace diez días me acerqué hasta el catastro, a investigar. Sí, suena ridículo, pero métete en mi piel. Sin embargo, verás que no perdí el tiempo. Allí me dijeron que en la finca de mi edificio hubo un caserío, que se quemó totalmente el día de Nochebuena de 1913. Después sólo quedó un solar vacío, hasta hace unos años cuando hicieron la urbanización en la que vivo. Supe también quién fue su último propietario, así que esa misma mañana me acerqué al Archivo Diocesano, donde guardan microfilmados los Libros Sacramentales de la provincia; ya sabes: los de bautismos, casamientos, defunciones. Me ayudó a manejarme el encargado y, con los datos de que disponía, pude ver las partidas de los últimos moradores del caserío, un matrimonio y sus tres hijos. Se habían casado en 1905, tuvieron primero una niña y dos niños gemelos después. Cuando acudí al Libro de Defunciones vi consignadas las muertes de Fermín P. y de Águeda G. y de sus dos hijos varones, en la madrugada del 25 de diciembre de 1913. Sin embargo, no hallé rastro alguno del fallecimiento de Nieves, la hija mayor. Acudí otro día, esta vez al archivo municipal en donde encontré documentado aquel incendio y únicamente pude saber... que no hallaron el cadáver de la niña entre los escombros. Hubo al parecer una investigación en aquel entonces, la dieron por desaparecida. ¿Lo captas? ¡Desaparecida! Es que sólo lo pienso y ya se me congela el estómago. Y dirás, este Edu está del tarro. Ya; cree lo que quieras... Pero, dime al menos: ¿te explicas que no siguiera indagando? ¿Entiendes por qué no he vuelto a bajar a la mierda del trastero? ¿Y por qué no quiero hablar con nadie de esto? Por cierto, ¿sabes que he puesto el piso en venta, que me quiero largar de aquí? Sí, ríete, llámame flojo, sí, y cagueta... Pero ya te digo que no, que es que no te imaginas, ni remotamente, lo que sentí aquel día en el sótano. Claro que no, que no, tío; ¡que ni de coña te lo imaginas!

16 octubre, 2011

DESLICES

Flying Saucer - Brown

UN YERRO
Varios participantes en el concurso de adivinos
se acercaron a recoger el primer premio,
cuando el jurado aún no había deliberado.

UNA FALTA
Terminaron excomulgando al viejo cura.
Había llegado a oídos del obispo
que solía lamentarse exclamando:
«¡Ay, si Dios levantara la cabeza...!»

UN TRASPIÉ
Dejó de fumar en un santiamén.
Le bastó el gesto de sacudirse aquel pitillo
que se le había caído en la entrepierna
mientras conducía.

UNA PIFIA
Sorprendieron al alcalde en otro ayuntamiento:
el que disfrutaba con su secretaria.

Y UN DESQUITE
Estaba yo esperándote, cuando me vino una idea.
Cansado de que no aparecieras, me largué con ella.


09 octubre, 2011

LA MAGDALENA DE PROUST

Nadando - Eakins

Qué tendrían aquellos años de juventud, que utilizan furtivamente una imagen, un olor, un sabor, una canción, para retrotraernos a la eternidad felizmente inconsciente de su transcurso. Qué tendrían, me pregunto, que permanecen grabados a fuego en nuestro ser más profundo, desde que nos entregamos en cuerpo y alma a, ante, para, por ellos...
Y es que en aquel tiempo fuimos tunantes urdiendo chifladuras, desvergonzados que jugaban a levantarle las faldas a la vida, para salir después corriendo y a carcajadas, con la misma frescura con la que nos dábamos a charlar, compartir y amar. Mis amigos y yo: Había que vernos hacer, con tanto entusiasmo como imprevisión, rastreando cualquier deliciosa confirmación de la felicidad. Como no sabíamos de imposibles, nuestra audacia era salvaje; le teníamos perdido el respeto a eso de vivir, y a eso de morir; y todo era tan intenso y cercano, tan oloroso y pleno como una jugosa fruta, siempre alcanzable en la rama... Sólo había que trepar.

Y fue entonces cuando nos creímos hombres, bebiendo de tantas fuentes con insensatez, hasta sucumbir ebrios en noches de apedrear con insolencia a la luna o de escribirle poemas, que casi siempre tuvieron algún nombre de mujer... Porque allí la vida era un lugar de encuentro, donde perseguir sin resuello las emociones prohibidas, mil metros lineales de playa, un trozo de cielo azul y tenso, cuatro besos y un blando pecho ardiendo en la mano; botines conquistados entre dunas verdes, más verdes que el mar. Esto, y no otra cosa, era la vida.

Y, mientras aquello pasaba, el tiempo no parecía una amenaza, ni una trampa en una curva de la carretera, y nos burlábamos de él, y del destino, emboscados en nuestra condición de inmortales, como si en el prontuario de locuras de quienes éramos jamás hubiera existido la palabra después. Y retábamos a la suerte, extremando los límites de nuestros órganos por saber si había límites para ellos, por descubrir el otro lado, el de la infinitud de cuanto nos ponía a prueba... Y, enfermos de amor y de literatura, ardimos con nuestros proyectos en las lumbres del invierno y nos bañamos desnudos en los mares crepusculares del estío...
Así que fuimos lo que en nuestro corazón cabía que fuéramos: pícaros, audaces, trepadores de higueras, poetas, locos, ebrios y amantes; y le guiñábamos cómplices un ojo a la vida
y le terminamos por dar lo que, como una insaciable hembra, nos reclamaba: nuestra juventud. Una juventud en la que, más allá de la inseguridad, el temor y las frustraciones, apostamos por ser francos y leales, aprendimos a escuchar y a perdonar, a llamar amor al amor, mirándolo de frente, a mostrar lo más nítido y virginal de nuestros sentimientos, y a soñar que todo era posible, hasta forjarnos un credo por el que luchar contra la injusticia y la desigualdad. Conque defendimos el sentido propio de nuestros actos, desafiamos la intolerancia de los púlpitos y alzamos el puño en alto, pero nunca para golpear; aprendimos a vivir sin absolutos y comprobamos que, a pesar de ello, no nos tambaleábamos tanto. Y todo esto, y más, sucedió entonces…
Por eso, rememorando aquellos años, noto en el corazón las ascuas de su pasado combatiente, y cada vez que furtivamente una imagen, un olor, un sabor, una canción, me retrotrae a mi primera juventud, pienso en quienes la compartieron conmigo, pienso en mis amigos. Y me digo que he de llamarles para celebrar que vivimos, y también para brindar con ellos porque, después de todo, quizá no hemos cambiado demasiado... O al menos no tanto como para echar de menos a aquellos bribones que, precisamente entonces, llevaban con tanto arrojo nuestros nombres.


02 octubre, 2011

CUATRO NOTAS PARISINAS

París por la ventana - Chagall

Acercarse a las viejas ciudades europeas es un saludable ejercicio para el corazón viajero, entre otros motivos porque esa historia inmemorial que las suele identificar, invade y contagia a todo aquél que recorre sus callejas o sus grandes avenidas y bulevares, transportándole no sólo en el espacio, también en el tiempo. París es una de estas magníficas urbes, imperial y seductora, en la que, por mucho que uno la haya visitado media docena de veces, siempre encontrará bellos rincones que desconocía y más de un feliz motivo por el que prometerse volver. Precisamente para quien tiene esta intención, dejo aquí cuatro notas de mis últimos paseos por la Ciudad de la Luz, así llamada por ser la primera urbe en dotar a sus calles y edificios notables de luz eléctrica:
Orsay: Quien tema perderse en el imponente Louvre, puede muy bien dejarse embelesar por las maravillosas telas del impresionismo francés, a través del museo de la Gare d’Orsay. Contemplar el Angelus de Millet, el Bal du moulin de Renoir o Les coquelicots de Monet constituye una experiencia casi mística. La vieja estación de tren transformada en pinacoteca, es uno de los prodigios parisinos del que se puede dar buena cuenta en tan solo una mañana.
Sainte Chapelle: En la Isla de la Cité, junto a la Conciergerie, se encuentra esta primorosa joya de pureza gótica, concebida en el siglo XIII para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo. Con dos esbeltas plantas, sus enormes y esplendorosos vitrales recogen la luz diurna como un milagroso calidoscopio, encandilando a quien accede al interior del pequeño templo, observa durante unos minutos su magistral factura y respira la luminosa y colorida belleza que lo inunda.
Torres: De la basílica del Sacre-Coeur, en Montmartre, y de la catedral de Notre-Dame, kilómetro 0 de todas las rutas francesas, en la Île, nada cabe añadir a todo lo que se ha dicho y escrito. Sin embargo, es muy recomendable subir a sus torres. La panorámica general de la ciudad que se nos ofrece desde el Dôme del Sagrado Corazón es un apetecible regalo para la vista; y lo mismo sucede cuando, en el corazón de la villa, coronamos los centenares de escalones del interior de Notre-Dame, para asomarnos entre gárgolas a la vieja Cité, como lo hiciera miles de veces Quasimodo, el infortunado jorobado que inmortalizó Hugo en Nuestra Señora de París. (Para rentabilizar estas y otras visitas, conviene adquirir el Paris Pass Museum, que economiza costes y evita colas al facilitar, aunque no siempre, un acceso rápido con su presentación.)
Galerías: La Isla de San Luis, al paso del Sena, es un recoleto enclave parisino que acoge un selecto comercio, en el que destacan especialmente sus coquetas galerías de pintura. Otra opción de recreo artístico es la porticada Plaza de los Vosgos, en el barrio del Marais, repleta de sencillas tiendas de arte, junto a las cuales resulta muy agradable pasear... y entre las que encontraremos y podremos visitar, si nos cuadra, la casa de Víctor Hugo, hoy convertida en un pequeño museo...
Como sea, la actual Lutecia jamás defrauda. Por eso, cuando planifiquemos una salida, nos convendrá tener presente que, como reza el viejo dicho, si algo nos falla o nos va mal, no importa: siempre nos quedará París.
 
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