Nemor - Cuixart
Cojo un papel
y me pregunto a voleo de qué es de lo que hablo, qué cuento y si es que tengo
algo interesante que decir. Porque se trata de referir, detallar, descubrir algo,
más allá de uno mismo, a alguien. Sólo así encuentran un sentido estas observaciones,
cuando escribo sobre lo que le concierne. Lo
que me concierne, me digo. Miro entonces mis espacios aledaños y veo en
primer lugar a mis hijas; las veo madurar, hacerse mujeres y me
siento agradecido con la vida, porque son bellas personas. Miro también las
cosas de por aquí: el último libro de Bennac que acabo de iniciar y las Asimetrías de Pániker, que releo, ambos junto
a mi cuaderno de mesilla. Recorro habitaciones: muebles y enseres, cientos
de libros, los cuadros, marcos con fotos, plantas, recuerdos que guarnecen mis
rincones, el ordenador. Y, además de los avíos de la casa, lo inmaterial: mis procedimientos
usuales, el gobierno de lo cotidiano, todo esto también flota en el aire: lo estrictamente
funcional. Como igualmente emergen las bocanadas de mis paseos citadinos, los
desplazamientos en bicicleta, las horas de gimnasio... Y lo insano, claro está,
que igualmente me incumbe, llega y contamina: esa medianía sin fondo de los políticos
que desgobiernan a toda escala. Demasiada gerencia sin lustre; laureles de cambalache
y pocas cabezas que los merezcan. Nada de elegancia ni de estilo ni de respeto y,
eso sí, mucho inútil vocerío. En su inmensa mayoría, serán recordados por el daño que
causaron con tanto abuso o, en el mejor de los casos, por su gris mediocridad. Y
la banca, las eléctricas y las del gas, las multinacionales y corporaciones,
emponzoñando la vida diaria de tanta buena gente. Y de la mano de todos estos
truhanes, la maldita crisis, que no cesa...
Afortunadamente,
cuando miro lo que me concierne, hay muchas otras personas que brillan con luz
propia. Hablo de mi querida familia y de mis amigos del alma; de mis compañeros de
laborales fatigas, de la gente de por aquí y de por el Loira, y de mi dulce
angevina; de la peña de la facultad, con la que de vez en cuando organizamos
algo... Pero, también, tengo en mente otro arco iris de relativos desconocidos
que se dejan sentir en mi vida con propincua asiduidad: Pienso en el que lee
este dietario desde Gijón, Verona, Mendoza o Puebla, en quienes me envían cuatro
líneas para contarme cosas; en los que escriben otras páginas soñando que
alguien las lea: poetas que garabatean sus más bellas y amorosas inspiraciones
en el aire de la noche, a la verde lucecita de una humilde luciérnaga. Y en la
gente que sufre y que ocupa a diario las
calles, pues pocas
veces se evidencia de un modo más claro la injusticia que cuando uno repara en
que siempre lloran de dolor los mismos ojos... Y en tantas cosas como son y
están por aquí, por ahí, pienso. En lo
que me atañe, digo; lo que me hiende o me sana la entraña como ser humano. Lo
de vivir el presente, lo de buscar la lucidez y cuidar del amor que nos nutre...
Pues eso: que
llegan otras Navidades, efímeras y desiguales, y son fechas en las que, por más
que sea el tópico, quienes estamos bien podríamos tener un pequeño gesto de
aliento con alguien cercano que sufre. Porque en éstas nos vemos y nos miramos,
según pasa un nuevo día, una vez, un año más, y me parece importante anotarlo. Es
quizá todo lo que tenía que decir, ahora que vuelvo al principio del texto y releo.
O, al menos, casi todo. A fin de cuentas, es eso: de lo que hablo.