23 diciembre, 2012

DE LO QUE HABLO




Nemor - Cuixart

Cojo un papel y me pregunto a voleo de qué es de lo que hablo, qué cuento y si es que tengo algo interesante que decir. Porque se trata de referir, detallar, descubrir algo, más allá de uno mismo, a alguien. Sólo así encuentran un sentido estas observaciones, cuando escribo sobre lo que le concierne. Lo que me concierne, me digo. Miro entonces mis espacios aledaños y veo en primer lugar a mis hijas; las veo madurar, hacerse mujeres y me siento agradecido con la vida, porque son bellas personas. Miro también las cosas de por aquí: el último libro de Bennac que acabo de iniciar y las Asimetrías de Pániker, que releo, ambos junto a mi cuaderno de mesilla. Recorro habitaciones: muebles y enseres, cientos de libros, los cuadros, marcos con fotos, plantas, recuerdos que guarnecen mis rincones, el ordenador. Y, además de los avíos de la casa, lo inmaterial: mis procedimientos usuales, el gobierno de lo cotidiano, todo esto también flota en el aire: lo estrictamente funcional. Como igualmente emergen las bocanadas de mis paseos citadinos, los desplazamientos en bicicleta, las horas de gimnasio... Y lo insano, claro está, que igualmente me incumbe, llega y contamina: esa medianía sin fondo de los políticos que desgobiernan a toda escala. Demasiada gerencia sin lustre; laureles de cambalache y pocas cabezas que los merezcan. Nada de elegancia ni de estilo ni de respeto y, eso sí, mucho inútil vocerío. En su inmensa mayoría, serán recordados por el daño que causaron con tanto abuso o, en el mejor de los casos, por su gris mediocridad. Y la banca, las eléctricas y las del gas, las multinacionales y corporaciones, emponzoñando la vida diaria de tanta buena gente. Y de la mano de todos estos truhanes, la maldita crisis, que no cesa...
Afortunadamente, cuando miro lo que me concierne, hay muchas otras personas que brillan con luz propia. Hablo de mi querida familia y de mis amigos del alma; de mis compañeros de laborales fatigas, de la gente de por aquí y de por el Loira, y de mi dulce angevina; de la peña de la facultad, con la que de vez en cuando organizamos algo... Pero, también, tengo en mente otro arco iris de relativos desconocidos que se dejan sentir en mi vida con propincua asiduidad: Pienso en el que lee este dietario desde Gijón, Verona, Mendoza o Puebla, en quienes me envían cuatro líneas para contarme cosas; en los que escriben otras páginas soñando que alguien las lea: poetas que garabatean sus más bellas y amorosas inspiraciones en el aire de la noche, a la verde lucecita de una humilde luciérnaga. Y en la gente que sufre y que ocupa a diario las calles, pues pocas veces se evidencia de un modo más claro la injusticia que cuando uno repara en que siempre lloran de dolor los mismos ojos... Y en tantas cosas como son y están por aquí, por ahí, pienso. En lo que me atañe, digo; lo que me hiende o me sana la entraña como ser humano. Lo de vivir el presente, lo de buscar la lucidez y cuidar del amor que nos nutre...
Pues eso: que llegan otras Navidades, efímeras y desiguales, y son fechas en las que, por más que sea el tópico, quienes estamos bien podríamos tener un pequeño gesto de aliento con alguien cercano que sufre. Porque en éstas nos vemos y nos miramos, según pasa un nuevo día, una vez, un año más, y me parece importante anotarlo. Es quizá todo lo que tenía que decir, ahora que vuelvo al principio del texto y releo. O, al menos, casi todo. A fin de cuentas, es eso: de lo que hablo.

 
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