20 noviembre, 2011

TE ESPERO

Esplendor de otoño - Manzañido

Discurren, cortos y quebradizos, estos días de un noviembre terciado y, secretamente, te espero. Sí, te espero... Te espero como aguardando al alba, tras una noche prolongada; como al claro de luz, que se abre paso entre las nubes de una temperie tormentosa. Miro a ratos cómo el cielo deshoja sus lágrimas otoñales y siento el corazón rociado de serena expectación, mientras te espero. Y lo hago calladamente, recogido en mi otoño de hojarascas, entre los argumentos cotidianos que amenizan un nuevo ciclo de grises y ocres partituras, y despertando a esa vida que cada ochenta y seis mil cuatrocientos segundos rebrota inexplicable a mi alrededor. Y en las calles vacías de la tarde, de aire melancólico y terrazas recogidas, en los parques acolchados de hojas sin barrer, bajo una marquesina que me resguarda de la lluvia y el viento, ahí también te espero... Como te espero rodeado de mis sencillos tesoros de papel y vinilo, leyendo un libro bajo la lámpara de mi estudio o pasando a limpio estas notas, aparentemente abstraído, mientras disfraza el silencio de la noche alguna canción del viejo Voulzy. Como sea, dondequiera que me encuentre, te espero...
Y mientras te espero sé que, cuando hasta aquí te acerques, sonreiré viéndote llegar, te tenderé mis brazos, el pecho franco para atraerte contra mí. Y te ceñiré con delicadeza la cintura y caminaremos enlazados; te preguntaré un par de cosas intrascendentes y me dejaré acunar en tu mirada cada vez que me respondas. Parecerá que no ha transcurrido un solo día, desde la última vez... y me sabrás como siempre me sabes: concernido por la vida que vivo y por la que, sin exactamente vivir, me rodea. Y entonces te daré breve cuenta de ella y compartiré contigo esos espacios que, sin buscarlo, he ido creando: lo habitual en mis tanteos diarios y lo íntimamente necesario, lo que me ocupa y además involucra. Acaso llueva cuando aparezcas, y nos veamos corriendo, buscando guarecernos en cualquier café; o quizá el paseo sea tranquilo y se remanse en lo abierto de la ciudad, entre árboles pelados y bajo un cielo casi invernal pero amable, de seda rosa y pálida. Como quiera que entonces sea, te mostraré una vez más los refugios en que me abrigo, mis lugares penúltimos... y tú sonreirás, sin reprocharme que una vez más me repita. Y en algún momento, entonces, me volveré hacia ti y te robaré delicadamente el aliento, comulgando de tus labios una sonrisa y de tu mirada un cómplice silencio...

Y quizá, también, finalmente te hable de estos merodeos literarios que en algunas de mis noches te rondan, mientras paciente te espero, y termine confesándote mi obsesión por llegarte, por encontrar, cuando en ti pienso y para ti escribo, una palabra más radiante que radiante, más hermosa que hermosa... Después de todo, y si existiera, también para mí una palabra que sea más feliz que feliz.

 
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