Doce de la noche, de la noche de
un junio de cortas y espléndidas noches, de lunas ávidas, grillos y cigarras,
de olorosos tilos y dondiegos en flor. Noche de cerveza tostada y lenta, degustada
a solas, lejana añoranza del cigarrillo innecesario, el vinilo susurrando un
piano íntimo, este pliego que emborrono... Todo ello, y tanto más que callo,
trenza el responso que me avecina a tu recuerdo, querida Miralles, mientras te
haces presente y me envuelve cálido el momento en sus tules añiles y
cenicientos. La noche: Noche de vaporosos cendales en la que amarro mi fantasía,
mecido por una brisa que reclama tu recuerdo con el susurro de soplos
imperecederos. Noche de quimeras, bella rada desde la que los brillos acerados
de un mar profundo hurgan en la memoria del tiempo que hicimos nuestro, y me
vuelven hacia ti para hablarte, como sólo puedo hablarte, ajeno al mundo con el
que a diario forcejeo.
Pretendo llegar a ti, alcanzarte,
dondequiera que estés, Miralles, porque soy uno de esos hombres a la antigua, que ven
en las cartas un medio de trato, y de los más bellos, como decía Rilke,
que yo también digo. Siempre que te escribo, me emplazo ante un espejo,
hablándome para ti. Es esta idea del espejo, que me visita con asiduidad; el
recogimiento, la muda voz interior. La idea también del silencio. Un silencio
como el que se ha impuesto ya hace unos minutos, según terminaba la música y se
retiraba la aguja de mi viejo y querido Marantz,
con su mecánica retracción; este silencio, del que me apropio, apenas quebrado
por el deslizarse de la pluma sobre el papel. Estelas de tinta azul, Miralles.
Te escribo con nocturna tinta azul, regresando a mí mismo y sabiendo que esa
libertad de entrarme y mirarme por dentro (la libertad misma) va dejando de ser
un mero concepto, para convertirse ante ti en un sentimiento real y vivo, algo
que, siquiera desde esta imposible distancia, vuelvo a compartir contigo...
Pero me tienta el sueño, noto el
impulso de disiparme en la noche, tal que se disipa una estrella fugaz, un
pensamiento aislado, un instante. Siento que todo pasa por mi mente, insinuando
una imagen de cielo boreal, y ya me voy, como si cuanto he vivido en estos
últimos minutos fuera el rastro de una vela que hiende furtiva el aire, un reflejo
del último rayo de sol millones de veces atardecido, el remoto eco de un deseo
en el corazón de esta noche, tan especial como estrictamente tuya... Mientras
te imagino inspirando aquellos versos al mejor Neruda: Me gusta cuando
callas porque estás como ausente / y me oyes desde lejos, y mi voz no te
toca...