28 octubre, 2007

DÉDALUS Y YO

Nemesius - Modest Cuixart

Hace cosa de un año materialicé la idea de abrir una ventana en internet y, por pequeña que fuera, pronto pude sentir que el aire que corría era ciertamente agradable. Manos a la obra, había resultado sorprendentemente sencilla la albañilería de manera que, allá por noviembre, oreé un par de textos como prueba. «¡Vaya, vaya...! —me sorprendí—: Al parecer, esto funciona.» Conque hice mis preparativos, amueblé una plantilla, como si de mi aposento se tratara, y de ahí se derivó el resto: Estaba preparado para inaugurar El alféizar.
Al caso, también decidí disfrazarme para la ocasión: Siendo crío (en casa teníamos la colección El Mundo de los Niños, uno de cuyos tomos era Mitos y Leyendas), me gustaba leer la historia de Dédalo y su hijo Ícaro, representando el viejo anhelo humano de volar..., aunque ellos lo hicieran para escapar del rey Minos y de Creta, cuyo laberinto el propio Dédalo había edificado. Cien años más tarde, leí el Ulises de Joyce, en cuyas páginas mora Stephen Dedalus, un estudiante británico en el Dublín de 1904, reflexivo y tímido, que evoca sus proyectos juveniles con el corazón a veces abatido, y siempre preocupado por encontrar la verdad. Pese a que mi cercanía al estudiante inglés y al arquitecto griego no fuera traducible en términos de un especial parecido, mientras yo elegía el calzado para iniciar mi nueva andadura, ambos me iban a prestar no sólo su nombre sino lo esencial de su indumentaria: un corazón para soñar y unas alas para volar.
De manera que El alféizar comenzó a ser mimado por Dédalus, mi alter ego, quien se mostraba en la red con mayor o menor inmediación, cada vez que yo giraba la falleba para abrir la ventana desde la que miro y escribo este cuaderno. Y sólo hace unos meses me asomé a ella en persona para editar alguno de los aforismos de ese Mi prontuario que, a golpe de inofensivos chispazos, voy componiendo. Luego, tal y como hube aparecido, volví a mi madriguera para ocultarme de nuevo, como un ratoncillo.
Sin embargo, días atrás un amigo me decía: «¿Y por qué no le pones, a lo que haces, tu propio nombre?» Sin una respuesta a mano, más allá del no-lo-sé, me pregunté: «¿Y por qué no...?» Conque llegado a este punto, me he animado a hacerlo. Nada sustancial ha cambiado; simplemente ahora doy la cara con mi nombre real... Y esta misma explicación podría perfectamente estar de más. Pero me ha apetecido dedicar unas líneas a mi otro yo, ése tras el que, confiadamente, me he guarecido durante un buen tiempo: A mi entrañable Dédalus, quien, a buen seguro, permanecerá fisgando sobre mi hombro cuando borronee cuatro notas o abra la ventana para asomarme a El alféizar.
En su nombre y en el mío propio, agradezco la cercanía, que tanto nos conforta, de cuantos nos leéis. Porque, estando ahí, si algo tengo claro es que lo que ambos hacemos os pertenece.

21 octubre, 2007

PERSONAJES - I

Kiwa - Guayasamín

EL ATASCADO
La resaca del amor le llevó a llorar hacia dentro.
Por eso engorda su angustia: porque retiene líquidos.

EL COHERENTE
Nadie supo qué le hizo dimitir al político honrado:
Si la conciencia de sus límites o los límites de su conciencia.

EL SOÑADOR
El viejo combatiente tenía un pequeño jardín, que era su patria.
Cultivaba cuatro principios y un puñado de ilusiones.

EL ESTRATEGA
Se vengaba sin vengarse.
Era lo que más humillaba a sus enemigos.

EL LOCO
Según dicen, comenzó distanciándose del mundo.
Hasta que un día terminó por ausentarse de sí mismo.

EL MUERTO
Llegó la parca a buscarlo y le halló sentado en el retrete.
Rezaba la esquela del militar que murió en Acto de Servicio.

14 octubre, 2007

ACEPTAR

Los recién casados - Marc Chagall

Tengo para mí que ciertos hechos nos resultan relativamente sencillos de entender y, sin embargo, se nos pueden hacer muy difíciles de aceptar. Tal vez así sucede porque entender supone efectuar un ejercicio analítico, intelectual, para el que podernos estar adecuadamente preparados, mientras que aceptar requiere un mayor esfuerzo personal, más tiempo y otra dedicación, desde el momento en que involucra a nuestras emociones. Y este es ya otro cantar. Por hacerlo más gráfico, se me permitirá esta licencia: Entendemos con la cabeza, pero lo de aceptar implica también al corazón... O, sea, a las tripas.
A título personal, intuyo que para crecer humanamente es preciso saber aceptar; aceptar la realidad por dura o dolorosa que sea. Y, en este empeño, apuesto a que uno se puede preparar, porque soy un convencido de que, a aceptar —como a casi todo—, se aprende. Cuando pienso en lo que comento, concluyo que, por más que parezca una paradoja, aceptar es empezar a cambiar. Viene a ser concederse una nueva oportunidad. Si algo ocurrió en el pasado y uno hizo lo que pudo, ha de reconocer la situación, conciliarse consigo mismo y mirar hacia delante, hacia los nuevos caminos que ante sí se le abren. Lo cual nada tiene que ver con el hecho de resignarse, que es una forma de dimitir que esclaviza, porque mantiene a quien sufre rumiando su desgracia y especulando sobre lo que pudo haber sido y no fue, y lo demora y lo deja inmóvil, varado en la auto-conmiseración. Aceptar, al contrario que resignarse, es ver que existe una salida. Por lo tanto, aceptar libera.
Así, vivir en el presente, abrirse a él y experimentarlo sin reservas, tiene que ver con aceptar, del mismo modo que aceptar es, también, ver y apreciar cuáles son nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, y consentir que emerjan, reconocerlos tales cuales son, amistarnos con ellos, apropiárnoslos. Es este sentido, aceptar es absorber e incorporar, metabolizar. Es, en definitiva, fluir en el aquí y el ahora, en la realidad, y también sentir que el otro existe; saberlo y demostrarlo con una actitud positiva; comprender que la ecuación más universal y sencilla admite asimismo otro resultado: A + B = B + A.
Aceptar es todo esto y más, mucho más.
Al caso, confieso que mi agenda anual, con la que a diario me muevo, está encabezada desde hace ya muchos años por una vieja y conocida oración:
Que Dios me conceda serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valentía para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para ver la diferencia.
Cuando la releo, recuerdo que aceptar viene a ser también dejar de lado la urgencia, sosegarse, extraer vetas de esperanza de esa mina interior nuestra, en la que resguardamos del mundo nuestra intimidad más privativa y nuestros principios e ilusiones, los que son nuestros más preciados tesoros... Y me atrevo a decir que aceptar es saludable, y bueno, porque además funciona.
En resumidas cuentas: A veces creo, cuando pienso en la felicidad, que saber aceptar es la clave.

07 octubre, 2007

LOS TRES FILTROS

Tarde de verano - Hooper

En la Grecia antigua, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que inspiraba a todos cuantos le conocían.
Se dice que un día se le acercó un conocido y le dijo:
—Sócrates, ¿sabes lo que escuché ayer acerca de uno de tus amigos?
—No, desde luego, pero espera un minuto —le interrumpió el filósofo—. Antes de contarme nada, quisiera que pasaras una pequeña prueba. Yo la llamo el triple filtro.
—¿Triple filtro?...
—Eso es —continuó Sócrates—. Puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decirme de mi amigo. Verás —prosiguió el filósofo—, el primer filtro es el de la verdad. Sólo dime: ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a contarme es cierto?
—No —reconoció el hombre—; sólo escuché hablar sobre ello y...
—De acuerdo —dijo Sócrates—. Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el de la bondad: ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?
—Me temo que no. Al contrario...
—Entonces, deseas contarme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto... Y, sin embargo, podría querer escucharlo, porque queda un tercer filtro: el de la utilidad. La pregunta pues es ésta: ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?
—No, tampoco. Tengo que reconocerlo.
—Pues bien —concluyó Sócrates—, si lo que deseas contarme de él no es cierto, ni bueno e incluso no es útil... ¿para qué crees que querría saberlo?

Realmente no sé si este diálogo, que se atribuye a Sócrates, es fiel. Ni siquiera sé si se produjo realmente. Me llegó hace unos meses por correo electrónico y confirmo que ha sido objeto de publicación en otras páginas de la red. Esto me lleva a pensar que, probablemente, lo conocéis... Sin embargo, al releerlo me ha apetecido editarlo, porque supongo que no está de más una lectura de refresco. Personalmente me mueve a revisar mi propia actitud ante mis amigos y por esto le doy un especial valor. Cuántas veces escuchamos comentarios negativos sobre personas a las que queremos... ¡y no hacemos nada! Como pienso que es importantísimo cultivar nuestros afectos más cercanos y, desde luego, cuidarlos, lo publico. Porque pienso que “los nuestros” son lo más preciado que tenemos.
 
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