30 septiembre, 2012

LA PARADOJA DEL CONOCIMIENTO



Max Ferguson - Tiempo

Somos humanos y, como tales, no conocemos sino una minúscula parte del todo, que es infinito. En consecuencia, lo pertinente es ser y mostrarse humilde. Pese a los formidables logros del ser humano, éste nunca debería olvidar que es el heredero extravagante de aquellos primeros microorganismos que poblaron los mares. Y, en la medida en que lo sepa y acepte, su perspectiva tendría que volverse más ajustada y real, menos presuntuosa.
Hasta aquí y ahora hemos llegado, pues, huyendo necesitadamente de la ignorancia, persuadidos de que el conocimiento nos ayuda a adaptarnos eficazmente al mundo y a la vida. Tal es, desde tiempos inmemoriales, la estrategia de progreso que sigue la Humanidad. Así es que hoy conocemos nuestros orígenes y anticipamos nuestro futuro... Y, sin embargo, el mismo conocimiento que nos redime y fortalece termina por sumirnos en las mayores incertidumbres imaginables. Esta es la paradoja evolutiva con la que ha de vivir el ser humano; un ser humano que, en nuestros días, ya no busca tanto verdades que justifiquen y den sentido a su existencia, como certezas que le sostengan y le libren del miedo, la desesperación y la derrota.
Capaz de metabolizar sus emociones, de razonar, de predecir, de postergar sus necesidades; conocedor, en fin, de sus límites inexorables, el ser humano también sabe que un día morirá y esa angustiosa conciencia, tan sombrío conocimiento, es lo que, pese a su pequeñez, le sitúa singularmente a años luz del resto de las especies animales de las que proviene. Como escribió el biólogo T. Dobzhansky: «El hombre tiene que cargar con la conciencia de la muerte. Un ser que sabe que tiene que morir surgió de aquéllos que no lo sabían.»
 
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