09 septiembre, 2012

AGOSTOS

La sala - Balthus

Difícilmente se olvidan esos veranos de sol y playa en los que el sol y la playa terminan ocupando un espacio circunstancial, porque arrastrado por la lectura uno se sabe lejos de todo, en un lugar ignoto, en otro tiempo. Dos de los mejores agostos que recuerdo los pasé casi íntegramente en París y en Dublín. El primero de ellos se dilataría durante más de treinta años, en la Francia de la primera mitad del XIX, mientras que mi veranillo dublinés duró exactamente un día: el 16 de junio de 1906. La fortuna de que respectivamente eligiera entrar de lleno en Los Miserables y el Ulises, mantiene viva mi evocación de aquellas canículas al borde del Mediterráneo. Agostos de sueño escaso y tiempo robado al tiempo; días de luz y calor en los que ensayaba coartadas con que aislarme del resto del universo y me escondía feliz y misántropo en cualquier rincón, para leer y gozar como un viajero estático, intrigado y absorto, enfermo hasta el tuétano de la más hermosa literatura.

 
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