19 diciembre, 2010

IGUAL QUE EL AIRE

Mujer - Toffoletti

Por más que consagre una y cien noches a escribir sobre ti, no logro revelar ni el más leve matiz de lo que eres y representas. Lo busco, lo pruebo, y en cada intento se me apodera la certeza de no tener un solo pensamiento original con el que agradecer al cielo la dicha de haberte hallado... Pienso ahora en ello y deambulo por el desierto de este pliego, con la terquedad de un quijote desvariado, viendo cómo la magia de las palabras se me niega cuando persigo distinguirte y anhelo asir del viento el resplandor de vida que tu evocación desprende...
Y me repito a mí mismo: Cómo expresar una vez más que, igual que el aire, siempre estás; que eres el vaho que exhalo con los primeros fríos, y el agua de todas las lluvias que me mojan en otoño, y la luz última que hiende el cielo de este atardecer tan prematuro... Sí, que eres aire y agua, que eres luz, ¡cómo decirlo...! Porque como luz te presiento, sueño y nombro, cuando adivino tu sonrisa en el lago blanco en el que escribo... Y porque luz es incluso tu ausencia, ese otro ingenio tuyo de perdurarte a mi lado, el ardid que te traza en el aire como una nota de violoncelo y alienta mi voluntad más esteparia y me reconcilia con mi modo de ser lo que después de todo soy: un hombre en pie...
Tu luz permanece en mi ronda, tu luz corteja mis pasos y tu luz los guía... Pues así como la luna furtiva se anuncia, deslizando su reflejo en los charcos, lagos, ríos y mares, así tu imagen me frecuenta, indeleble y leal, brillando en cada uno de mis días.

12 diciembre, 2010

ENTRE LOS GALPONES - Frankl

La casa gris - Chagall

Quienes hemos vivido en campos de concentración podemos recordar a aquéllos que caminaban entre los galpones, reconfortando a los demás y dando su último trozo de pan. Pueden haber sido pocos en número, pero ofrecieron prueba suficiente de que al hombre puede serle arrebatado todo excepto una cosa, la última de las libertades humanas: La de elegir su actitud ante una circunstancia dada, la de elegir su propio camino.

De los campos de la muerte al existencialismo, Víctor Frankl

05 diciembre, 2010

LA STANZA

La stanza - Damaride Marangelli

Todo comenzó con aquel cuadro de Damaride, ya le digo. Lo había comprado en una exposición colectiva, en Milán, porque me gustaba la sugerencia de infinitud que me transmitió desde el primer golpe de vista. Un viaje al universo de lo imperceptible, a partir de la reducción a la mínima expresión de una imagen en la que el lienzo que la sostiene es, aparentemente, lo de menos. En fin, para que se haga una idea, se trata de una estancia con un cuadro representando la misma estancia, a su vez con otro cuadro... Lo imagina. Bien; el caso es que al cruzar la sala, en una de cuyas paredes lo había colgado, sentía frecuentemente la necesidad de detenerme ante él. Lo observaba sin ver nada especial... y, sin embargo, algo de aquel lienzo me llamaba poderosamente la atención. Algo, no sé qué, que no alcanzaba a entender. Una, otra vez... Hasta que un día eché mano de la lupa de los sellos, no le he dicho que soy filatélico, y me puse a examinarlo... Entonces descubrí una especie de borrón mínimo que me llevó a coger mi cámara digital y tomar una imagen de aproximación con los tubos de extensión. Esta es otra de mis pasiones, la fotografía. Montando los tres tubos junto al objetivo, conseguí una ampliación extraordinaria. El zoom aplicado en la edición de la imagen hizo el resto. ¡Increíble, lo que descubrí...! En el centro de la pantalla de mi ordenador, es decir en el fondo del lienzo, había una figura humana, de perfil, un hombre ataviado como un caballero renacentista, con melena y mostachos en punta, cubierto con un holgado blusón. Empuñaba la paleta de óleos, frente a un caballete y un lienzo en blanco, tal vez el último cuadro de la serie, pensé... Permanecí estupefacto. De verdad, sólo un virtuoso del miniaturismo podría haber ejecutado aquello con semejante precisión. Una mujer: Damaride. ¡Qué maravilla!, me dije. Qué maravilla...
Y fue curioso: A partir de este singular hallazgo, podría decirle que casi lo olvidé. Casi... porque, tras unas breves vacaciones en el lago de Como, ya el mismo día de mi regreso comencé a tener sensaciones extrañas al moverme por la casa. Sin saber qué era, me encontré una vez más frente el cuadro. Supe que allí había algo diferente, imperceptible, pero diferente. Así es que tomé una nueva fotografía de aquella tela, la amplié en el ordenador... y para mi mayor asombro, créame: ¡el pintor ya no estaba! ¿Cómo podía ser...? ¡Había desparecido! Quedé boquiabierto, comparando durante minutos las imágenes obtenidas con apenas un mes de diferencia: La que le he descrito y esta reciente, en la que, aquel lienzo en blanco de la primera, ahora era la representación de una nueva estancia, réplica de las anteriores... Imagine mi turbación. El cuadro de Damaride desde entonces se convirtió para mí en una auténtica pesadilla. Más cuando, aquella misma tarde, comencé a presentir que no estaba solo en la vivienda, que allí había otra... presencia. Perdone, me falta el aire... Ufff...! Un día, exhausto, terminé envolviendo el cuadro en una sábana vieja y guardándolo en el fondo del trastero. Total, para nada. Seguí y sigo igual de desazonado, con este insomnio que me martiriza... Y, fíjese en lo que le digo, por las noches he comenzado a pintar. Sí, a pintar obsesivamente. Pinto ruidos, los ruidos de la madera que piso, los de las puertas que se cierran y... Usted me cree, ¿verdad...? A veces siento que algo me atraviesa, que mi pulso se desdobla. Permanezco por segundos terriblemente agitado y es que ni mi propia respiración parece pertenecerme. Por increíble que le parezca, aquel hombre... Aquel hombre me habita. Sí, tengo la plena certeza de que es así. Por eso he venido. Y porque estoy desesperado, como no puede imaginar. Se lo ruego, ahora dígame lo que piensa... Porque usted entiende de esto y me va a ayudar, ¿verdad, doctor
?

( La web de Damaride: http://damaride.blogspot.com )

28 noviembre, 2010

CONCILIAR VIDAS

La prisión de Zigfrine - Fini

Me llama la atención el modo en que se viene planteando la conciliación de la vida laboral con la personal y familiar. De un tiempo a esta parte, distintos colectivos a favor de la mujer, y las propias Administraciones, promueven y legislan medidas y programas sociales encaminados a facilitar la armonización de las diferentes vidas, digámoslo así, que desempeña una mujer a lo largo de su jornada. Así, se otorgan ayudas para contratar a personas que cuiden a los hijos menores de dos años, reciben apoyos quienes tienen a su cargo a personas dependientes... Incluso han sido elaboradas Guías de Buenas Prácticas Empresariales, para combatir la discriminación que sufren la mayor parte de las mujeres al tener que cargar sobre sus espaldas, en materia de cometidos varios, con casi todo.
Sin embargo, en este panorama de reconocimiento (de todo punto necesario), entreveo alguna sombra. Por ejemplo, en ocasiones las ayudas económicas sirven para contratar a otras mujeres (en su mayoría inmigrantes), que a su vez han de multiplicarse para atender a este trabajo, normalmente precario, y a su propia familia. Y aún cuando no fuera así: ¿no se propicia, con estas disposiciones pretendidamente progresistas, que la mujer continúe siendo la persona sobre la que recae toda la responsabilidad en las gestiones domésticas? Parece que se estén articulando medidas para hacerle más llevaderas sus habituales tareas, con lo que continuará asumiendo el papel que tradicionalmente ha librado, aunque ahora la Administración —y hasta su empresa, en el mejor de los casos—, se lo reconozca y le ayude.
Mientras eso de tender a tender (la ropa) sea lo que hace la mayor parte de los hombres, las mujeres están apañadas. Por ello, si el trabajo y las faenas caseras, además de la atención a la prole, a los familiares mayores, etc., ya ocupan las veinticuatro horas del día a muchas de ellas, me pregunto si conciliar todo lo dicho no les va a terminar suponiendo más de lo mismo, pero con un cierto y balsámico reconocimiento económico y social.
Si mi juicio no es acertado, que me disculpe quien se mueve en este ámbito con mayor autoridad y conocimiento que yo. Pero la cuestión que me planteo es la siguiente: ¿Queremos que cambien realmente las cosas, abordando de una vez por todas la igualdad de derechos desde la educación, o seguimos poniendo cataplasmas...? Porque, para mí, la cosa de la conciliación tiene que centrarse más y sobre todo en los hombres. De lo contrario, seguiremos hablando de mujeres abocadas a hacer de y casi todo, por más que ahora se resignen con la media sonrisa de quienes saben que, al menos, tendrán derecho a un institucional consuelo.

21 noviembre, 2010

PEQUEÑA REVOLUCIÓN COTIDIANA

Bri-país-gente - Xul Solar

Lo veo en el tipo que pasea su perro por el parque, todavía de noche, y me da los buenos días; en la pareja que atisbo desde el coche, cogida de la mano, cuando aún la ciudad duerme y amanece el viernes; en el niño somnoliento que arrastra su cartera camino del colegio (casi huelo el olor del plumier que guarda); en el indigente refugiado en el pórtico de la iglesia, cuando se desentumece y ordena sus escasas pertenencias; en el compañero de trabajo que sabe dar una palmada en la espalda cada vez que intuye que alguien la necesita.
Lo veo en ese desconocido que, con un gesto amable, me ha cedido el paso al entrar; en el camarero que, como de costumbre, te prepara el café según llegas al bar; en el abuelo que todos los días echa unas migas de pan a las palomas de la plaza; en el que ha comprado un libro y hace cola para pagar a mi lado, hojeando con delicadeza sus páginas; en el amigo con quien me encontré y me trajo un recuerdo de leñas crepitando al fuego, del queso recio, las nueces y el vino compartidos en una lejana tarde de confidencias; en la anciana que me miraba dulcemente en el supermercado y me sonrió afable, sin un por qué.
Lo veo en la buena disposición de tantas personas con las que a diario me cruzo, en el ademán del que se aplica en hacer con esmero lo que le ocupa, y en el entrecerrar de ojos de quien respira hondo y disfruta del sol que, tímido y furtivo, se hace un hueco en estos días de lluvia. Y lo veo en ti, en tu modo de acompañar a los tuyos, en la paciencia infinita con la que sabes escuchar, en la reflexiva madurez que inspira tu modo de permanecer junto a quienes te requieren...

En todos y cada uno de estos gestos, lo veo. Veo algo venerable en ellos y en tantos otros que espontáneamente
menudean a diario, como mil motas de polvo al trasluz. Y veo a las personas que los despliegan y, sin pretenderlo, bosquejan los días, los entraman y moldean, les dan un agradable y hermoso sentido. Entonces pienso que hay algo de amor en lo que veo... y se me antoja que todos estos gestos materializan una pequeña revolución cotidiana. Y es algo que hoy quiero compartir contigo. Contigo, desde la complicidad y el compromiso; contigo desde el agradecimiento. Contigo que, estando ahí, en un lugar que no acierto a imaginar, eres partícipe de lo que veo... cuando te asomas a estas líneas y, sin saberlo, me regalas anónima y silenciosamente tu franca lealtad, tu inconcebible presencia.

14 noviembre, 2010

ANNECY

Lago de Annecy - Cézanne

Era la segunda opción para la jornada y ya que, llegando a Ginebra, amenazaba lluvia, decidimos cambiar el plan, cruzar la frontera francesa y hacer unos kilómetros más a través de la Alta Saboya, para ver Annecy-le-Vieux.
El día gris y otoñal no nubló en absoluto la visita. Dejando el coche en las inmediaciones del lago, el paseo por su ribera, esmeradamente ajardinada, resultó un agradable anticipo... Porque el perímetro del lago de Annecy, rodeado en casi su totalidad por colinas y montes, tiene unos horizontes de tarjeta postal dondequiera que uno se sitúe. Una de sus orillas, precisamente, se vierte en el río Thiou para adentrarse tras los embarcaderos en el corazón del viejo Annecy, a través de varios canales que sugieren la idea de ir a transitar por una pequeña y coqueta Venecia. En efecto, cuando uno comienza a explorar sus callejuelas, se da de bruces con el Palais de l’Isle, vieja prisión convertida en una suerte de símbolo para la ciudad, incesantemente fotografiado. Luego, va descubriendo sus estrechas rúas, colmadas de bellas casas, mesones, restaurantes, comercios artesanales y rincones recoletos, casi siempre engalanados por floridos jardines. Construcciones perfectamente conservadas, que apenas parecen haber cambiado en los últimos cinco siglos. La Rue Royale con sus numerosas boutiques, viene a ser el corazón palpitante de la vida comercial de la ciudad. De hecho, tuvimos la suerte de caer en uno de los tres días semanales en que, anticuarios, brocanteurs y comerciantes de lo viejo despliegan sus pequeños tesoros por entre las callejas, para recreo del paseante y deleite de aficionados y compradores. Sea por el mercado de antigüedades o por la foire des puces, comercio de objetos viejos y quincallerías, uno puede deambular con calma, participando de esa sensación de remanso temporal que a una villa vieja le confieren la historia de cada una de sus piedras y rincones.
Decidir un lugar en el que comer, puede ser todo un ejercicio de descartes, dada la cantidad de mesones que se ofrecen y la interesante competencia de los precios. Una recomendación, Le vieux Necy, cálido restaurante con solera en el que se puede degustar uno de los platos más típicos y consistentes de la región, la Tartiflette al más puro estilo saboyano.
A no obviar la visita al macizo castillo de la ciudad, residencia en su día de los condes de Ginebra, que destaca sobre otras edificaciones. Desde su terraza pueden verse las callejuelas del viejo Annecy y sus tejados caprichosamente entreverados.
En fin, una pequeña ciudad de ensueño de la que uno parte con un agradable sabor en el alma.

07 noviembre, 2010

LA REALIDAD DE LOS ÓRGANOS - Cioran

Niño con marioneta - Rousseau

Durante largo tiempo me obstiné en hallar a alguien que lo supiera todo sobre sí mismo y sobre los otros, un sabio-demonio, divinamente clarividente. Cada vez que creía haberlo encontrado, debía, tras un examen, cambiar de opinión: el nuevo elegido tenía todavía alguna mancha, algún punto negro, no sé qué recoveco de inconsciencia o de debilidad que le rebajaba al nivel de los humanos. Percibía yo en él huellas de deseo o de esperanza, o algún residuo de pesar. Su cinismo era manifiestamente incompleto. ¡Qué decepción! Y proseguía siempre mi búsqueda y siempre mis ídolos del momento pecaban en algún aspecto: el hombre estaba presente en ellos, oculto, maquillado o escamoteado. Acabé por comprender el despotismo de la especie, y por no soñar más que con un no-hombre, con un monstruo que estuviese totalmente convencido de su nada. Era una locura concebirlo: no podía existir, ya que la lucidez absoluta es incompatible con la realidad de los órganos.

La tentación de existir, Emil Cioran

31 octubre, 2010

DE MODO QUE LA NEUROTROFINA

El cerebro del niño - De Chirico

Le he dado una semana para que vuelva a ser el que era. Y voy en serio, porque ya estoy harta y no aguanto más. Todo empezó a cuenta de su supuesta dificultad para recordar algunas cosas, y su obsesión por perder la memoria. «Cariño, ¿cómo se llama ése que... Sí, mujer, el marido de...?» Bueno, haceos una idea. Esto aderezado con la cantinela de que «tenemos una edad muy mala», que es lo que va largando a todo quisque, como quien pronostica que, con cargo a ella, se nos avecina el fin del mundo. Este es mi marido: un tipo al que una simple jaqueca le mueve a pensar en clave de tumor cerebral, todo sea dicho. Pero, a lo que iba, la pesadilla de sus lapsus de memoria. No tuvo mejor ocurrencia que recurrir a Internet, para atemperar su ansiedad y sacudirse el terror que le producía imaginar que su cerebro se estaba convirtiendo en una masa de gelatina... ¡En mala hora! Porque desde entonces, me vuelve tarumba.
Un día va y me cuenta:
—¿Sabes, cariño? Las neuronas no se mueren. Lo que pasa es que reducen el número de conexiones que tienen entre sí, porque no las usamos. Por eso perdemos capacidades... Y la solución está en las neurotrofinas, unas moléculas que producen las células nerviosas y que las mantienen en forma.
—¿Ah, sí?
—Cuanta más actividad cerebral, más neurotrofinas y más conexiones nuevas entre las neuronas. ¿Qué te parece? Lo que hay que hacer es estirarlas, sorprenderlas, romper su rutina, sacarlas de paseo... para tener un cerebro ágil y flexible y mejorar la memoria.
—Vaya, vaya...
—Se ve que la rutina hace que el cerebro funcione en automático y que las experiencias circulen por las mismas rutas neuronales, casi sin consumir energía... y sin producir neurotrofina. Eso dice aquí.
De modo que la neurotrofina. Ella fue la que le puso a hacer pilates con su cerebro. ¿Y cómo? Pues dejando de funcionar como antes; es decir, como ya me había dicho: sacando sus neuronas de paseo. ¿Sabéis que supuso esto? De la noche a la mañana, ahí me lo encontraba en el baño, duchándose a ojos cerrados para descubrir sensaciones, sobando el metal del grifo, acariciando el envase del gel, husmeando la toalla... Todo ello a tientas (se desnucará un día). Comenzó a utilizar la mano izquierda, primero para cerrar los tarros y tubos (me toca a mí repasarlos) y poco después para comer (yo limpio los lamparones de sus camisas). Me propone cambiar, día sí, día no, el lado de la cama. Lee en voz alta el periódico y esto me obliga a buscarme un lugar tranquilo para hacer mis cosas. Llega a casa de trabajar y, me cuenta, lo hace por itinerarios enrevesados, en los que invierte cada vez más de tiempo. A todo esto, se para a hablar con desconocidos. Va por el parque chutando las castañas; lo toca y huele todo (el otro día, delante de mi hermana, la corteza de un cedro); en casa cambia las cosas de lugar, guarda sus llaves en diferentes sitios y luego no las encuentra; saluda a nuestros amigos con dos besos y a sus mujeres les da la mano... La izquierda, claro. De verdad, que una cosa es contarlo y otra vivir con semejante tarado. Y, claro, os preguntaréis si ha mejorado su memoria... ¡Ja!, mucho lo dudo. Con esta manera que se ha inventado de hacer el payaso, en todo caso es mi cerebro el que termina haciendo pilates, conviviendo con un tipo excéntrico e impredecible, que sale dando la nota por donde menos te lo esperas. Y estoy más que harta. ¡Vaya tres meses, desde lo de las neurotrofinas! Así que le he dado una semana para que cambie el chip y se haga normal y, si no, que vaya a marear a su madre, que estará encantada de recibir a un merluzo que comienza a circular por la izquierda en las carreteras desiertas, se pone los calcetines de diferente color, me deja notas en francés y se descalza cada vez que ve un metro cuadrado de césped. Eso, con su madre. Porque conmigo nanay. Ya le he dicho: ¡una semana!

24 octubre, 2010

SEXUALIDAD SIN RAÍLES

El beso - Gericault

En nuestro entorno cultural inmediato, la sexualidad está cada vez más desligada de la reproducción, desvinculada del amor, de las ideas de certidumbre y estabilidad. Su transformación parece haber corrido en paralelo a la metamorfosis que tiene lugar en el ámbito de las relaciones humanas, sometidas a la presión de un mundo cada vez más complejo y cambiante, colmado de inseguridades. Un mundo en el que la esfera comercial lo impregna todo. Sobre todo en los países avanzados, donde consumimos compulsivamente para usar, desechar y hacer apetito para nuevos bienes.
En este contexto parece explicable que, también, el sexo sea muchas veces consumido de un modo urgente y veloz, como si fuera un producto más. No hay lugar ni tiempo para el disfrute, su misterio desaparece ante nuestros apremios y, con demasiada frecuencia, termina produciéndonos cierto vértigo y un poso de insatisfacción. Acaso porque, también, nuestras relaciones personales se ven marcadas por un carácter utilitarista, fugaz y precario... y porque, después de todo, amar compromete.
Pero lo que no parece haber cambiado en el ámbito de la sexualidad es el poco espacio existente entre la atracción y la penetración. Estos dos polos siguen siendo más valorados que el juego amoroso. Un juego que nuestra velocidad por «vivir» muchas veces arrincona. De hecho, existe un abundante gasto energético y publicitario en pos del ligue y la seducción... tras los que la unión pene-vagina se produce casi sin pasos intermedios. Es innegable la desproporción existente entre el vocabulario sexual genital y el corporal. Y pocas son las palabras acuñadas en nuestra lengua que aludan a las caricias, al esparcimiento amoroso... aunque, afortunadamente, todavía éste se da con mayor frecuencia de la que nos traslada el diccionario.
Decía Sartre que el deseo no es sólo el descubrimiento del cuerpo del otro, sino, sobre todo la revelación de mi propio cuerpo. Y, en este sentido, es importante considerar las posibilidades que nos plantea el hecho de amar, porque la sexualidad genital e instintiva está escoltada por una exploración sensorial, lúdica, afectiva... que es saludable considerar. Por eso, toda incursión fuera de los caminos trillados, aporta nueva viveza a la relación amorosa y constituye un campo fértil para desarrollar una comunicación respetuosa y creativa. Amar abre universos. Y la sexualidad, a pesar de los tiempos que corren, no transita por raíles.

17 octubre, 2010

LAS DIMENSIONES HUMANAS - Márai

Tiempo lluvioso - Caillebotte

«A Lázár le gustaba mucho El sueño, una obra de teatro de Strindenberg... ¿La conoces? Yo nunca la he visto. Él citaba a menudo algunas líneas o resumía alguna escena. Decía que en ese drama hay un personaje cuyo mayor deseo es que la vida le conceda una caja de pesca verde, ya sabes, una de esas cajitas de color verde en las que los pescadores guardan hilo, anzuelos y cebo. El personaje envejece, le pasa la vida por encima y, por fin, un día, los dioses se apiadan de él y deciden regalarle la caja de pesca... Pero entonces el personaje, con el tan deseado presente en las manos, se acerca al proscenio, observa durante un buen rato la cajita y luego, con profunda tristeza, dice: “No era este verde...” Lázár citaba esta frase cuando la conversación giraba en torno a los deseos humanos. Y cuando Judit empezó a conocerme, poco a poco me fui percatando de que yo para ella “no era ese verde.” Durante mucho tiempo no se atrevió a verme como yo era en realidad. Nunca nos atrevemos a reducir a dimensiones humanas lo que nuestro deseo ferviente ha transformado en un ideal. Ya vivíamos juntos y se había relajado esa insoportable tensión que existió entre nosotros durante los últimos años, la fiebre había desaparecido y ya sólo éramos un hombre y una mujer, dos seres humanos con sus debilidades y sus soluciones prácticas, humanas... y sin embargo ella seguía queriendo verme como yo nunca me había visto, como una especie de sacerdote venido del otro mundo o un ser superior... Pero yo no era más que un hombre solo con esperanzas.»

La mujer justa, Sándor Márai.

10 octubre, 2010

HOJARASCAS

Cuatro árboles - Schiele

Cierro los ojos y pienso. Pienso que rozo tu brazo al andar, y de pensarlo te siento, termino tomándote por el hombro, apretándote casi imperceptiblemente contra mí... Y, cuando lo hago, me sonríes el gesto y redescubro la lindeza urgente de tu boca. Hay algo inmenso en el brillo de tu mirada verde y gris, cálida y profunda, que revela tu gracia cuando me miras. Algo inmenso y eterno, tal vez parte del mar que baña tu costa esmeralda, del río majestuoso que la fecunda. Y me complace saber que no soy el único depositario de esa admirable inmensidad que regala tu mirada... Pero por un momento la hago mía, porque soy quien en ella ahora piensa, quien por ella ahora siente, y eso me vale para acercarme hasta ti. Como me vale pensar, y de pensar sentir, que me tomas también tú de la cintura y me apretujas levemente, tal que si nos fundiéramos, dos y uno, por un costado compartido, con la instintiva avenencia que nos mueve al andar. Y pienso que por un momento me detengo en ese camino jalonado por enormes árboles, donde únicamente se escucha el ruido de la hojarasca pisada... y ya ni eso... Porque estamos solos, porque estamos detenidos, y pienso que te tomo del talle y te atraigo hacia mí levemente, que permaneces callada y sonriente, que me miras y extiendes tus largos brazos hasta rodearme el cuello. Noto el calor de tus manos en mi nuca... Y de pensarlo te siento, y me ciño a ti, te abarco y te dejas mecer en un manso abrazo. Pienso que te arrullo y que susurro en tu oído una improvisada melodía. Y bailamos en este atardecer de otoño, en la mitad del Paseo de los Amoríos. Vuelve a sentirse la hojarasca, crujiendo bajo nuestros pies porque bailamos, sí, y te beso levemente y me besas levemente con tus labios que saben a uva blanca y dulce de tardías cosechas. Y esta escena se repite una y otra vez... mientras te contemplo y dibujo con un dedo una filigrana sobre tu cara, alrededor de tus ojos ahora cerrados, y te invento a pinceladas y te quiero y te deseo, y porque te quiero y te deseo te dibujo y te invento, y porque te quiero y te deseo te pienso tanto, tanto, tanto te pienso...

03 octubre, 2010

UN SENCILLO CONVENCIMIENTO

El cisne amenazado - Asselijn

Periódicamente aparece alguien que, tras leer lo que uno escribe, y precisamente a cuenta de ello, termina por hacerle reparar en su propio destape. Como hizo el niño con el rey, en El traje nuevo del Emperador, siempre hay quien no puede evitar exclamar algo parecido a aquel: «¡Pero si va desnudo!» Y lo dice bienintencionado, sin una pizca de doblez, basando su razón en el género de exhibición que el otro protagoniza cada vez que se explaya en longitudes de onda que parecen desvestir alegremente su intimidad. Es decir, cuando escribe en abierto y escribe sobre lo que le cuadra, sea esto lo que hace, piensa o (lo que parece ser más inquietante) siente... Y, tan indulgente amigo, le mueve también a uno a advertir esa cierta impudicia que arrastran consigo las palabras, los textos que trenza y compone, cada vez que segrega de sí mismo un pequeño jirón de vida...
Me ha sucedido con alguna frecuencia y por eso lo anoto. Y anoto asimismo que, en lo que me concierne, suelo mirarme sin pudor en el espejo. Hace lustros que emborrono hojas y, de lo que escribo, El alféizar es, sin pretensiones, un óleo de pormenores, la partitura semanal del aire que respiro, notas musicales de mis fibras, vertebrándose en la melodía del tiempo. Es, también, una cierta manera de mimetizarme con cuanto me rodea, con el ambiente; una forma de fundirme en él como la pequeña parte del todo que todavía soy. Hacer literatura no deja de ser un modo de disfrazar la verdad para hacerla digerible... y, en cualquier caso, soportable. Y esto es lo que, con cargo a lo que siento, pienso y hago, modestamente intento.
De suerte que, sí: Hablo y escribo sobre lo que me incumbe, y podría argumentar por sostenerlo que me conforta ser un tipo corriente y moliente que, como tantísimos otros, tiene algo que decir y no gran cosa que ocultar... Pero lo que sobre todo ampara esa relativa desnudez ante el mundo, es el sencillo convencimiento de que, como un día anoté en mi prontuario, el sentido de la intimidad no reside en lo que uno confiesa que ha vivido, sino justamente en el hecho de que, aunque lo confiese, sólo uno pudo vivirlo.

26 septiembre, 2010

SECUELAS Y RETALES

Dinamismo de un perro con correa - Balla

PASIONES
El amor se nutre de su naturaleza perecedera,
en última instancia de su propia finitud.

CLASES SOCIALES
La indignación es la hermana culta del cabreo.

EN POSITIVO
Hay pérdidas de las que, finalmente, uno sale ganando.

VÍCTIMAS
Algunas víctimas son como esas sufridas letras,
dispuestas a dejarse clavar una tilde
con tal de cobrar protagonismo.

SER Y NO SER
Mi problema no es ser lo que soy
sino, lo que soy, no serlo bastante.

19 septiembre, 2010

EL ACEITE HIDRATANTE

Window seal - Silverman

La costumbre de hidratarme con aceite corporal, viene de cuando nació mi hija mayor. Lo compraba para ella, pero comencé yo también a dármelo en la ducha, por los brazos y piernas, el pecho y el vientre, mezclándolo con el agua que gotea por mi cuerpo, antes de secarme. Esto me costó un par de sustos, pues en alguna ocasión patiné al entrar en la bañera, con los restos de la anterior hidratación... Óscar me lo había reprochado, increpándome burdamente, con su manera habitual de tratarme y despreciarme, y yo ponía cuidado en limpiar cualquier invisible resto... Algún día me daré un morrazo, por tu puta manía de echarte esa mierda, y te juro por dios que te enterarás, me dijo una vez. Por ejemplo.
Ciertamente, no sé cómo me vino a la cabeza la idea, lo confieso. Aquel día yo estaba con muy mal cuerpo y tremendamente deprimida. No soportaba que me gritara e insultara, que me acosara hundiéndome su índice amenazador bajo la clavícula; y menos delante de las niñas. La noche anterior, por enésima vez, lo había vuelto a hacer: Me humilló, me empujó con fuerza y mantuvo su mano en mi cuello, durante unos segundos eternos, estrujándome contra la pared. Ahogué un grito, sentí que me asfixiaba... Hasta que me soltó y salió de casa llamándome puta, dando un portazo. Las niñas lloraban y fui a tranquilizarlas, tapándome con la mano el cuello, disimulando un miedo atroz. Por eso esperé en su habitación hasta que se durmieron. Luego le sentí llegar, aguardé a que se acostara... y después estuve sollozando en silencio un buen rato, sentada en el frío suelo del cuarto de baño.
No sé cómo me vino la idea a la cabeza, repito... Pero la materialicé. Sí, lo hice, yo. Y es que si escribo esto, aunque más tarde rompa y tire el papel, es porque llevo todo el día acordándome muy especialmente de él, de Óscar. Hoy, digo, porque justamente hace un año que murió. Sí, pobre desgraciado... Fue al día siguiente de la noche aquella en que casi me estrangula. Oí su despertador, yo no había pegado ojo, me mantuve rígida en la cama... Y, minutos después, sentí el ruido.
Fue en la bañera donde le encontré, a las siete y diez de la mañana. Desnucado.

12 septiembre, 2010

EN BTT JUNTO AL LOIRA

Tándem - Casas

Uno de estos días de vacaciones, hice una preciosa ruta en bicicleta junto al Loira, un río que me conquistó hace ya mucho tiempo y que, desde entonces, baña mi corazón. Tantas veces como lo he admirado, me ha regalado lo mejor de sus paisajes estacionales y su cambiante y preciosa luminosidad. Si uno se acerca por los alrededores de Angers, especialmente entre mayo y octubre, y tiene oportunidad de agenciarse una bici todo terreno, que no dude en comenzar a pedalear para disfrutar de los parajes que acompañan el curso del río, con sus pueblitos y sus fértiles vegas engalanadas de viñedos.
Arrancamos a primera hora de una tarde desde Bouchemaine, en La Pointe, el precioso lugar en el que el Maine y el Loira hermanan sus cauces, e hicimos, sin ninguna prisa, una veintena de kilómetros por lugares apenas visibles sobre el mapa, y con nombres lógicamente extraños para quien no conoce la zona, pero igualmente bellos y llenos de historia y encanto. Como, por ejemplo, Béhuard, con apenas doscientos habitantes, cuya coqueta capilla del siglo XV, construida sobre una roca, sirvió en numerosas ocasiones de refugio a la pequeña población, ante las crecidas del Loira. Merece ver su interior, una de cuyas paredes está constituida por el propio e irregular peñasco a la que permanece adherido.
De Béhuard, cruzando pistas seguras, perfectamente señalizadas, se puede acceder a la zona vitivinícola de Savennières y atravesar los viñedos que dan nombre a la denominación de unos espléndidos blancos, secos o dulces, estos últimos ideales para tomar como aperitivo o acompañando un foie-gras. Los esmerados rótulos que hacen referencia a los domaines (propiedades) y a los châteaux (casas de los viñedos, algunas verdaderos palacios), comenzaban a proliferar según cruzábamos la región. Dando un rodeo, llegamos a Chalonnes, una isleta del Loira, con una preciosa ribera (muy cerca de otro lugar con indudable encanto, Rochefort-sur-Loire), y desde la que regresamos para acabar en La Possonière. Allí pudimos repostar en una de las tan célebres guinguette francesas, una suerte de merenderos ubicados en las orillas de los ríos, donde se disfruta del ambiente francés más típico y tradicional, tomando y picando algo y, en los fines de semana, escuchando canciones populares, interpretadas normalmente por el tan clásico acordeón. La guinguette de La Possonière tiene de muy especial su enclave sobre el Loira. En ella, sentados alrededor de un velador, vimos morir la tarde, con un vino fresco y joven del país, mientras una vez más me dejaba embelesar por el río, disfrutando en esta ocasión de la serena y plateada luz con la que replicaba el paisaje de sus orillas...

05 septiembre, 2010

PLENITUD

Jardín de Giverny - Monet

Madrugué, porque mi sueño no entiende de vacaciones, y era un día cualquiera de la tercera semana del pasado agosto. Desde la terraza, vi cómo se asomaba un sol prometedor en el perfil del horizonte que enaltecen las cuatro torres de la ciudad. Frescor matinal, sumamente agradable, que luego remontaría hasta poco más allá de los 20º. Pura delicia de día, un auténtico regalo para una jornada que no tenía nada de particular. Recogí un poco la casa, limpié a fondo el frigorífico, fui hasta el Punto Verde con chismes de complicado reciclaje y me preparé una comida fresca y frugal... antes de ir a la piscina, para darme un chapuzón y tomar el sol. Sin prisa, con todo el tiempo del mundo. De lujo marujo.
Sobre la bici (en bermudas, la toalla al cuello), pedaleé hacia El Estadio por entre los formidables castaños de La Senda, casi vacía, con una sensación de bienestar creciente que me hacía respirar a fondo. Mis sentidos se habían puesto a tono, detectando la porción de vida que los envolvía. Recibí, capté sus mensajes... y recordé el escrito que hice sobre Nanou, hace un año, valiéndome de su fuerza y su encanto juvenil, para expresar la sensación de plenitud que he sentido en momentos puntuales de mi vida. Y si pensé en ello fue porque la energía insólita que esa mañana me invadía era la misma que pasé a limpio en aquellas líneas de entonces. Un gozo radiante me surcaba el pecho y el vientre, como una salva de aire, ensanchándose por mis brazos aferrados al manillar, mientras la brisa me acariciaba con alborozada confianza. Me mantuve suspenso, dejándome asaltar por una pleamar que me inundó de vida... Fueron unos pocos segundos, pero, cuando sucedía, deseé gritar de gozo. O cantar o brincar o sonreír o abrazar al primero que se me acercara... Y me pregunté: ¿Puede haber algo más parecido a la felicidad?
Probablemente una experiencia tan deliciosa puede ser explicada en términos de descargas del sistema nervioso (conexiones sinápticas y neurotransmisores, pura química), gestadas al haberse filtrado e interpretado muy positivamente los pequeños acontecimientos del día, las inmediatas experiencias cotidianas. Lo cierto es que, en esos momentos, uno se siente tan involucrado en la vida, tan concernido por ella, que se sabe parte de cuanto existe a su alrededor, sin que ningún pensamiento extraño llegue a importunarle. Durante unos instantes, es consciente de que todo es pleno, luminoso, armónicamente fluido. Se establece una conducción perfecta, una sintonía entre uno y su mundo inmediato; las cosas están en su sitio; y uno también, entre ellas.
Así sucedió mientras pedaleaba, en la soleada mañana de aquel día de la tercera semana de agosto. Y es la última vez que puedo contar que, durante un soplo de tiempo y de vida, sentí profundamente que era feliz.
 
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