28 noviembre, 2010

CONCILIAR VIDAS

La prisión de Zigfrine - Fini

Me llama la atención el modo en que se viene planteando la conciliación de la vida laboral con la personal y familiar. De un tiempo a esta parte, distintos colectivos a favor de la mujer, y las propias Administraciones, promueven y legislan medidas y programas sociales encaminados a facilitar la armonización de las diferentes vidas, digámoslo así, que desempeña una mujer a lo largo de su jornada. Así, se otorgan ayudas para contratar a personas que cuiden a los hijos menores de dos años, reciben apoyos quienes tienen a su cargo a personas dependientes... Incluso han sido elaboradas Guías de Buenas Prácticas Empresariales, para combatir la discriminación que sufren la mayor parte de las mujeres al tener que cargar sobre sus espaldas, en materia de cometidos varios, con casi todo.
Sin embargo, en este panorama de reconocimiento (de todo punto necesario), entreveo alguna sombra. Por ejemplo, en ocasiones las ayudas económicas sirven para contratar a otras mujeres (en su mayoría inmigrantes), que a su vez han de multiplicarse para atender a este trabajo, normalmente precario, y a su propia familia. Y aún cuando no fuera así: ¿no se propicia, con estas disposiciones pretendidamente progresistas, que la mujer continúe siendo la persona sobre la que recae toda la responsabilidad en las gestiones domésticas? Parece que se estén articulando medidas para hacerle más llevaderas sus habituales tareas, con lo que continuará asumiendo el papel que tradicionalmente ha librado, aunque ahora la Administración —y hasta su empresa, en el mejor de los casos—, se lo reconozca y le ayude.
Mientras eso de tender a tender (la ropa) sea lo que hace la mayor parte de los hombres, las mujeres están apañadas. Por ello, si el trabajo y las faenas caseras, además de la atención a la prole, a los familiares mayores, etc., ya ocupan las veinticuatro horas del día a muchas de ellas, me pregunto si conciliar todo lo dicho no les va a terminar suponiendo más de lo mismo, pero con un cierto y balsámico reconocimiento económico y social.
Si mi juicio no es acertado, que me disculpe quien se mueve en este ámbito con mayor autoridad y conocimiento que yo. Pero la cuestión que me planteo es la siguiente: ¿Queremos que cambien realmente las cosas, abordando de una vez por todas la igualdad de derechos desde la educación, o seguimos poniendo cataplasmas...? Porque, para mí, la cosa de la conciliación tiene que centrarse más y sobre todo en los hombres. De lo contrario, seguiremos hablando de mujeres abocadas a hacer de y casi todo, por más que ahora se resignen con la media sonrisa de quienes saben que, al menos, tendrán derecho a un institucional consuelo.

 
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