07 abril, 2013

EN LA ENCRUCIJADA

Juego de Damas - Fini


Atrapo al vuelo una hoja para escribirte, porque no dejo de pensar en ti estos días, Miralles. Sin otro motivo que el de darme contento, te hago presente. Y, ahora que lo pienso, recuerdo haber tenido alguna idea suelta para emborronarte una carta, como si fuera un pretexto o una flor con la que aparecer a tu lado; pero, por más que rebusque en mi materia gris, se me ha ido la muy santa al cielo. Esta memoria mía me da olvidos por calabazas, con una osadía que tiene algo de revancha, cada vez que la quiero embaucar para mis planes y que apelo a esa secreta complicidad que deberíamos tener como viejos amantes. Supongo que eso de borrarme una ocurrencia es el único modo que encuentra (mi memoria) para que vuelva a ella, condenada celosa, pues adivina mi cerebro revestido de otros afanes y ocupaciones. Sea como sea, no me enfado; me resigno a entenderla.
Pero ideas, decía; pensamientos que me hubiera gustado compartir contigo. Advertía Noel Clarasó que de muchas de nuestras ideas no nos habríamos enterado jamás, si no hubiéramos sostenido largas conversaciones con otros. Lo suscribo. De hecho, a veces me ha sucedido algo así en mis ratos junto a ti: Objetivaba lo que sentía, te lo participaba y, casi sin querer, me encontraba dando forma a una idea... e incluso a una conclusión: ese lugar, como alguien dijo, al que uno llega cansado de pensar.
Cosa de ser, titulé un texto hace meses, envuelto por una confortable sensación de gratitud. Cosa de pensar diría hoy de este pasaje, considerando los avatares de mi vida reciente. Somos pura experiencia, Miralles; una decantación de lo vivido. Por eso, lo que ahora soy proyecta sombras entreveradas del pasado que me conforma y de la expectación que el día a día arroja hacia delante; lo cual me sitúa en una encrucijada, propinándome cierta dosis de indecisión. En esas estoy: Sé que no necesito distracciones hueras; tal vez por eso, llego de ahí fuera, de la calle, y ando tentado de atrincherarme y enmudecer. «Y, entonces, ¿qué haces?», me preguntarás. Pues me recuerdo que cuanto existe y tiene vida está teñido por su propia provisionalidad: el árbol, el pez, el ser humano; también un pensamiento científico, el amor, la más brillante de las conjeturas... Y, cuando observo cómo todo pasa, trato de mirar hacia dentro, de cultivar mis humanas simpatías, mientras sigo batiéndome entre mis propios registros, intuitivos, sensoriales, francos, y los que me presta el mundo para adaptarme a su compleja realidad, más prácticos y convencionales. Qué; qué piensas: ¿Crees que me estoy explicando? Al menos sonríe, venga, como hago yo cada vez que me remango hasta las cachas ante ti. Porque, vaya, confieso que tampoco me va mal con mis dilemas. Sé que aparecen y que están para ser superados, éste y tantos otros atolladeros, y ya te iré dando cuenta de todo cuando, también todo, se repose; tal vez a resultas de inventario.
Entretanto, paro un momento, observo cómo atardece, ya cada vez más tarde, y compruebo que este sol tibio y huidizo no regatea una pizca de luminosidad al cielo de esperanza que vislumbro. Pienso en mis coordenadas y me siento despejado. Algo se mueve en mi interior y eso casi siempre está bien, ¿no te parece, querida Miralles?
«¡Ah, la vida!», cuántas veces nos lo habremos dicho en suspensivo. Todo tiene su ritmo y, según éste, aquélla cursa, las cosas suceden... Y, en definitiva, ambos sabemos que lo peor que le puede pasar a uno es, sin lugar a dudas, que no le pase nada... Porque, como dijo Charles K. Williams, en eso consiste, al fin y al cabo, ser humano. En no excluir nada: ni una estrella, ni un ruiseñor, ni una sola lágrima.

 
ir arriba