Tanzande kinder - Vogeler
Llevo un tiempo sin enviarte unas líneas,
Miralles. Y lo cierto es que últimamente escribo poco; lo justo para mantener
el verbo a tono, para airearlo y resguardar el lugar que la producción
literaria ocupa en mi vida. Nada notable en lo que borroneo, por cierto:
Apuntes, escaramuzas conmigo mismo, jugueteos propiciados por los millones de
interconexiones que segregan letras desde mi presunta materia gris. Sentir,
pensar, condensar, crear. Sabes de qué va la cosa: de peregrinar a las viñas de
la imaginación, tomar el fruto en sazón y macerarlo hasta obtener de él esos
singulares orujos del lenguaje. Uno siembra, labora, reza, vendimia. ¿Qué es
escribir, después de todo, sino una estrategia adaptativa? Tal parece la cuestión.
Recuerdo
que, hace ya bastantes años, casi me obligaba a garabatear unas notas a diario,
para evidenciar de algún modo que estaba presentable a la hora de esto de
sentirse vivo. Entonces sumergía mi realidad más inmediata en un baño de
ficción, soñaba con ser escribano de la belleza que la vida regalaba a mis
sentidos y, ataviado como el aprendiz que era, ideaba el escenario perfecto
para mis representaciones. Pura alquimia. Cuando aquello, pretendía trascender
de lo cotidiano, elevarlo del suelo, haciendo memoria de cada anhelo respirado
y dando fe de mis sobrevuelos por un mundo poblado de anhelos y quimeras. Me
concibieron para soñar... Y reconozco que había una cierta perversión de la
realidad en mi esfuerzo por representarla; algo de enaltecer lo ordinario, de
sacralizarlo. Claro que, todo esto, ya te digo, sucedía tiempo atrás.
Más tarde, algo debió aprender el
principiante que sigo siendo, para poner los pies en el suelo. La vida le lleva
a uno a ello, por más que ese uno se resista y forcejee con los límites de lo posible
por remontarse y volar. Pero descubrí que en el suelo también había sueños, tú lo sabes bien, querida Miralles, así es que seguí
escribiendo, —¡como si lo importante fuera la cantidad!— ya bastante
menos. Principalmente, entonces miré; y, mirando, descubrí el enorme valor de
la contemplación. Creo recordar haberte contado que, cuando a Siddartha le preguntaron
qué era: si un ángel, un profeta o un dios, él contestó a la gente: Sólo soy un hombre despierto. Supe, al
leerlo, que esa era realmente mi vocación. Y no he hecho otra cosa que cultivar
esta lúcida idea y, así, movido por la vida vivida, qué hago hoy entonces: observar el
mundo, aceptar que las cosas sucedan, resistirme a abandonar el puñado de
principios e ilusiones que me sostienen, sentirme parte del ambiente, idear
maniobras de supervivencia moral... Y, en fin, ahora que lo pienso, cuidar el
legado de aquél que fui precisamente entonces, tiempo atrás.
Y supongo que, por algo de todo
esto, siempre he deseado intensamente escribir: y he buscado sumirme a solas en
esa obstinada apuesta por ser, en la conmovedora magia de poder amar, en el
feliz trance de estar y sentirme vivo.