09 diciembre, 2012

LAS CUÑAS DE LÁZARO


 Get Fit - Lotti

Ahí tenemos a Lázaro y a sus hijas adolescentes en la cocina. Desde que está divorciado, las ve cada dos fines de semana y apenas tiene ocasión de dialogar con ellas. De manera que aprovecha la hora de comer para introducir sus cuñas educativas. Pretende ser moral, convencido de su obligación de transmitirles parte de su conocimiento, un estilo de vida, los consabidos valores. Así es que, mientras sirve pollo asado con arroz (su mejor prestación culinaria), busca un pretexto para arrancarse a propósito de los excesos de los jóvenes; habla de la crisis, del consumo desmedido y de la falta de responsabilidad... durante varios minutos.
—Porque la gente, hoy en día, no aprecia nada —termina diciendo—; los jóvenes tienen de todo, y eso les deja un poso de insatisfacción que acaba por deprimirles; no se conforman y necesitan cada vez más y más... ¿No sería mucho mejor ganarse las cosas con el propio esfuerzo?
Si Lázaro espera una respuesta, va dado. Mira a sus hijas comiendo, aguanta el silencio. Ellas están incómodas ante la paternal perorata. De ser como él quiere que sean, acabarían aisladas y asqueadas de la vida. Deprimidas, como dice que terminan los que tienen de todo. Hay una brecha generacional que Lázaro no acierta a salvar, por más que intente mostrarse cercano, pero vuelve a la carga. Las chicas se miran resignadas; la mayor, le pide que no siga por ahí:
—Nos exiges demasiado. Puede parecer que no apreciamos las cosas; pero sólo lo parece.
—Ya, pero tendréis que hacer algo al respecto —dice Lázaro, y se enreda en un monólogo trillado, sobre cómo deberían ser las personas y el mundo. Vuelve a hablar de principios y valores, y, cuando cesa, de nuevo aguarda una reacción... que no llega. Entonces respira con un ceño de resignación; tal vez me he pasado de frenada, piensa, mientras advierte que se le ha enfriado el plato—. No decís nada.
—Y qué quieres que digamos...
Como sea, sus hijas ya han terminado de comer. Pasan de postres, piden permiso para irse: una posiblemente a la tele, la otra se estirará en la cama. Gracias por la comida, papá, le dicen una y otra al salir de la cocina; estaba muy rica. Y Lázaro, un tanto perplejo, toma una tenedorada de arroz. Está comiendo solo, no ve más allá de sus narices. Todo va tan rápido... Piensa que, con él, morirán muchos de los poetas, músicos y revolucionarios que inspiraron su propia juventud. Y que sus hijas están lejos, joder, muy lejos de todo eso. Malos tiempos para la lírica, se recuerda con una mueca de resignación surcándole el rostro. Sí, porque ahora es el turno de los otros, y lo debe aceptar; el turno de los que les gustan a ellas: de quienes arrinconarán su mundo y todos los sueños que un día albergó su mundo. En definitiva, se dice trinchando un ala del pollo, de quienes están llamados a ser sus sepultureros.

 
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