10 junio, 2012

QUE ASÍ SEA

Les coquelicots - Monet

Me reconozco en ti, cuando en ti pienso. Y lo hago mientras mi historia se improvisa a tu lado, en los espacios embellecidos con esencias de cada lugar que recorro contigo; esencias con las que, un poco a borbotones, coloreo para ti estas acuarelas...
Dejo el pincel, miro mis manos, las cápsulas de una paleta imaginaria, y me pregunto, al cabo, qué hago. Qué, sino bosquejar imágenes, llevado por la corriente de la memoria hasta el último recodo del camino; qué, sino recalar en los horizontes que descubrimos, en los senderos trillados y en las habitaciones en que me revelé tu amante... Te miro detenidamente, más allá de este pliego, y trazo estelas que avalen cada pasaje vivido, los vagabundeos por el pavés de las calles viejas, aquellas travesías entre los verdes viñedos y sus amapolas y rosales, el apego de mi cuello a la tibia ternura que desprenden tus manos cuando lo rodean. Qué hago, me digo, y qué puedo hacer, sino combinar para ti una nueva textura de fragmentos perdurados, que repare la distancia desde el recuerdo de cada día compartido...
No te extrañe, pues, que piense en ti, y que piense en la historia de este amor, que es un amor nacido de viejas devociones y erigido con exploraciones recíprocas. Un amor que se sustancia en el anhelo de aprender y crecer juntos, de compartir la pincelada intelectual y el sondeo sensorial, de retratarnos el uno ante el otro desde la desnudez confesada, desde el placer de la permanente sorpresa que nos regala el simple hecho de estar vivos.
Y, ahora que pienso en ti y en el amor, recuerdo una de aquellas últimas noches: Yo inventaba una caligrafía recorriendo tu espalda, los flancos desnudos del instante, esas últimas terminaciones nerviosas que aletean rezagadas antes del sueño. Entonces te volviste para estrecharme sin urgencia, relegando tu amazónica idea de festejar el amor con una renovada conquista. Te besé en la frente y supe que era el momento elíptico del abrazo entero, del latido acompasado de los cuerpos, el musgo contra el musgo, la entrega al silencio en el sagrado anonimato de la noche... Permanecimos así unos minutos y, antes de musitarte que descanses, recordé a Kundera: aquello de que el amor no se manifiesta en la ambición de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien... Y, complacido en la belleza del sentimiento, cerré los ojos, como orando al cielo, y pensé: Así es... y que así sea.

 
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