11 abril, 2010

ESTEBAN CUMPLIÓ CINCUENTA

Atardecer en Fire Island - Collins

Esteban cumplió cincuenta y lo celebramos con él, sus dos chicas, unos amigos y yo. El lugar: La Fábrica, playa de Larena, cerca de Bilbao. Una estupenda comida, una agradable sobremesa. Cuando regresaba, a media tarde, conduje los ochenta kilómetros que me separan de ese recorte del Cantábrico paladeando el atardecer, las primeras pinceladas solares que acicalan el paisaje de nuestra primavera septentrional. Me envolvía la música de Gilmour y hubiera continuado, más allá de mi ciudad de adopción, dejándome llevar. Todos hemos experimentado alguna vez esa sensación de acogedor aislamiento, íntimamente necesario. Me sentía francamente bien, mientras pensaba en él, en Esteban. Esteban pródigo, solvente, arrollador; Esteban, la misma tierna y cálida sonrisa que conocí hace más de seis lustros. Recordaba con un punto de emoción nuestro codo con codo en la universidad, la carrera hilvanada entre las peceras de estudio y las tabernas de Deusto y las Siete Calles bilbaínas, los posteriores encuentros, ya ambos con familia, distantes en el devenir de agendas y rutinas, pero tan próximos en el compás de ese minutero que marca el tiempo del corazón. Pensaba en el pedazo de vida que comparto con él, en las cañas y pitillos de juventud, en nuestras devociones literarias y musicales, en su temprana pasión por Springsteen, en las cenas de tasca, las discusiones y las copas, en los mil momentos trajinados en desafiar al perro mundo y en vivir...
Poco a poco, vamos llegando todos a los cincuenta. Hablo de mí y de ellos, hablo de mis amigos, engastados en una generación que dejó los pasajes de una infancia en blanco y negro, para crecer con el horizonte de la esperanzadora Transición. Una generación de en medio, que descubrió las tonalidades impredecibles de la diferencia, que reivindicó el pacifismo y a los intelectuales de izquierda, a los gays, a los objetores y a los proscritos, que ondeó banderas zurcidas con los retales de un jipismo tardío y advenedizo, y se lanzó a viajar a dedo hacia aquella desconocida Europa que nos desconocía; una generación combativa, empecinada en cambiar las viejas normas del porque-sí, ilusionada con inventar nuevas formas de aprender, de relacionarse, de amar...
No fuimos mejores que otros; ni siquiera más importantes. Pero sé que mi memoria no está teñida de engreimiento, si digo que hicimos cuanto pudimos por estar donde nos correspondía, librando batalla, como tanta otra gente, en aquel cachito de la historia moderna de un país que anhelaba renacer de entre sus miserias...
Ahora que, como decía Gil de Biedma, de casi todo han pasado ya veinte años, me queda un poso de gozo cada vez que me veo con alguno de los más míos. Como hoy, que compongo una improvisada fotografía y no puedo por menos que sonreír al imaginarla: Es Esteban, son mis amigos, ellos y yo mismo, algo más fondones y aburguesados, pero mirando aún hacia el mismo viejo y querido horizonte... una vez franqueados los cincuenta.
 
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