13 septiembre, 2009

NANOU

El puente - Pablo Labrado

Nanou apaga el despertador, lentamente se despereza, abre el grifo, llena la cafetera de agua, la pone en marcha. Luego toma una ducha y regresa a la estancia abuhardillada que, junto al pequeño cuarto de baño, conforma su vivienda de alquiler. Mientras se viste, siente en su nuca la caricia tibia del primer sol de la mañana, que le llega a través del tragaluz. Canturrea una canción, cuando sacude y extiende la colcha, cubriendo un poco la cama. Luego desayuna una tostada de pan con mantequilla y mermelada de arándanos, toma a sorbos el café, y se lía un cigarrillo que guarda cuidadosamente para fumar unos minutos antes de entrar a su primera clase. Carga la mochila en su espalda, se coloca los auriculares del mp3, dejando que le inunde la música, según cierra con llave la puerta, y baja a buen paso los tres pisos de escaleras de caracol que le separan de la calle. Ya no se marea con tanta vuelta, como le sucedía al principio, los primeros días.
Una vez en la acera, coge su bicicleta, que suele encadenar a una farola junto al portal, y toma el carril de la Rue du Beaurepaire hacia el casco antiguo, donde bordeará la Catedral, camino de la facultad. Qu’est-ce qu’il fait beau!, se dice. Hace un día estupendo. Apenas lleva un par de semanas en su nueva ciudad, poco a poco la va descubriendo, y septiembre le parece sencillamente espléndido para respirarla, para transitar por ella. Nanou sonríe mientras pedalea: Sabe que hoy coincidirá en su clase de economía social con Carlos, un erasmus español, de Sevilla, con quien ha charlado ya en dos ocasiones en el bar de la universidad, con un café por medio. Se entienden bastante bien en francés. Carlos es un chico agradable, le gusta, y, sin ser presuntuosa, cree que él también se siente atraído por ella. Un poco por todo, Nanou está radiante, como el día. La música en sus oídos, el sol colando filamentos de luz por entre las hojas amarillentas de los plátanos, el frescor de la mañana... Algo fluye repentinamente en su interior; una ola, una corriente que nace en su vientre, le atraviesa el pecho y recubre sus hombros. Hace mucho tiempo que no se había sentido invadida por una sensación tan intensa, tan plena... ¿Acaso la vida no es un precioso regalo? Llena sus pulmones con una profunda bocanada de aire puro y se permite soltar un pequeño grito de alegría, cuando gira para cruzar el río sobre el puente de Verdun, engalanado por multitud de tiestos con flores de colores. Como un destello de luz, toda la energía de Nanou termina fundiéndose en el paisaje, mientras ella aviva el pedaleo, se adentra en el corazón gris de la ciudad vieja... y en su mp3 ahora suena fuerte y potente el I’ll be there for you, de los Rembrandts.

(Pour Anne-Laure G.)
 
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