14 diciembre, 2008

SIN UN DESPUÉS

Trance - Jonathan Viner

Carla entra en su casa. Se anuncia con un ¡hola! sin respuesta. Qué raro, piensa; son las ocho de la tarde. Deja el bolso sobre la consola, cuelga su abrigo en el ropero del vestíbulo y se calza las zapatillas (el zapatero está en la despensa de la cocina). ¿Jorge?, inquiere en el umbral de la sala. Jorge, ¿no me oyes? Desconcertada lo mira: Jorge está sentado en un extremo del sofá, el periódico abierto ante sí, no ha levantado la vista; ni siquiera un gesto, permanece congelado en la lectura. Cuando, con cierta hosquedad, Carla se dispone a preguntarle a qué se debe su actitud, siente que algo extraño está sucediendo. Se sitúa frente a Jorge, que pasa maquinalmente una hoja, y le observa: la camisa a cuadros, los sempiternos vaqueros, las pantuflas a medio calzar. Carla busca sus ojos, pero sólo percibe unos párpados levemente hinchados sobre las gafas de medialuna. Ve sus sienes encanecidas, el pelo desordenado, se lo ha mesado, lo hace cuando lee... Como cada día, piensa Carla, habrá ido al trabajo, habrá comido el menú en un bar del centro, habrá vuelto a la oficina, habrá tomado una cerveza antes de llegar a casa, en donde habrá... Habrá, habrá, habrá... Curioso tiempo gramatical que se sirve de un futuro para mentar el pasado, se dice Carla; y repara en lo terriblemente triste que resulta conocer de antemano ese habrá.
De repente, se siente profundamente abatida. Es consciente de que la relación con Jorge, a la que dedicó toda su energía, está edificada sobre el deseo de crear algo que finalmente no existe. Es eso: un anhelo, un ideal... Ni siquiera pueden tener un hijo y la sola mención del asunto, el mero planteamiento de las alternativas, les consume. Ella no puede; él, entonces, no quiere. Ya no hay amor, tampoco voluntad; ésta convicción es su cárcel. Sólo ve una existencia tejida de rutinas e impulsada por el insignificante acontecimiento de pequeñas, pero pesadas, obligaciones diarias. Carla mira a Jorge ya sin mirarle, y piensa; siente un vacío insondable, una insondable tristeza. Acaba de dar forma a un pensamiento que se insinuaba en su interior, tal vez desde tiempo atrás. De golpe todo es concreto, sustancial, tangible... y una certeza afilada como un cristal hiere su estómago, en el que parece licuársele una angustia heladora...
Compungida, Carla toma aire, recobra la mirada, desenfocada en un punto ciego del periódico que sostiene Jorge, y se dirige pausadamente hasta la despensita. Ha tomado sus zapatos, se calza. Luego desembaraza el abrigo de la percha, se lo pone y coge el bolso de encima de la consola. Cabizbaja sale del piso, sin hacer ruido. Vuelve a perder la mirada, mientras aguarda el ascensor. Le parece que hubiera sido hace años cuando entró en su casa y se anunció con un ¡hola! que no tuvo respuesta. Ahora sabe, sin embargo, que nunca será lo mismo, que no habrá un después, que no regresará jamás.

 
ir arriba