18 noviembre, 2007

VIDA

Vuelo - Benson

Como quien pasa la página del libro que lee, he entreabierto una puerta en mi estancia, convocado más allá del silencio por un reguero de palabras perdidas. Las he sentido allegarse calmosas, profanando ese aire de noviembre que juega a mitigar los rumores del día, aboliendo los últimos arrullos de un temprano anochecer. Palabras que irrumpen y me alcanzan, a mí, que soy quien ahora calla y mira por la ventana, a mí que soy el taciturno, el misterioso tras los cristales... Palabras que me empapan y adivinan la profundidad de mis poros hacia ese territorio concebido en mi interior por el terco sueño de ser un hombre: esa mina, ese recóndito boquete, el sustrato biológico de mí mismo desde el que respiro tu nombre: Vida...
Dejo la ventana, dejo el libro que sostenía entre las manos. Dejo la página marcada, la puerta entornada al silencio, dejo todo y me abandono hacia el milagroso encuentro que tiene lugar cuando coronas este día al que me aferro antes del sueño. Y, sentándome, te pienso, Vida, te respiro... Y, mientras te pienso y respiro, quiero encarnar cada segundo, significarlo en esta noche y empaparme de un tiempo que deroga los relojes y me arranca de dentro un tañido, un arrebato y un alocado vuelo. Cientos, miles de sensaciones revolotean nómadas como diminutas grullas, van hendiendo el silencio de mi estudio y descienden hasta el humedal del folio blanco en que bosquejo un rostro de mujer que ponerte, Vida; alígeras aves acuáticas que chapotean en este lago de papel y lo fecundan de palabras... Hasta que, por fin, te vislumbro. Según corre la tinta azul, más y mejor te veo. Ahora tu imagen de hembra y mis sensaciones se entretejen y confunden, y aquí se da el prodigio, cuando comienzan a germinar los términos en que te pienso...
Me recuesto en el respaldo de la silla y respiro hondamente. Miro los trazos y tachaduras de esta hoja, miro el libro que leía y la ventana, miro la noche cerrada y contemplo el lento suicidio del otoño arrojándose al pasado en una heladora despedida de hojarascas. Miro a mi alrededor, sin detenerme en nada concreto, y te retengo, Vida. Cuando repito tu nombre, suena como el eco de una nota tibia en el sagrario de mi mente. Y te digo que aquí estoy de nuevo, yo que soy quien tras los cristales callaba, el taciturno, sí, el misterioso... y también, sin embargo, quien ahora sonríe, como cada vez que te invocan las palabras perdidas y, en una suerte de letanía, se agitan las alas de mil aves que te trazan y representan.
Apago la luz y me fundo en el silencio y en la noche que yace tras la ventana. Miro la hora y pienso en acostarme. Dulcemente aturdido, siento que soy dichoso sin urgencias, cuando una vez más escribo secretamente y, colmado de gratitud por lo que recibo, lo hago ante, para y por ti: Vida.
 
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