08 abril, 2007

ENCUENTRO CON K

Mujer sentada - Schiele

Decía con bastante gracia Álvarez Solís, hablando de las viudas, que “las mujeres no sólo nos sobreviven sino que, además, se ponen guapísimas cuando nos morimos”. No sé qué habrá de cierto en su galante comentario, pero algo así también les debe de pasar a algunas recién separadas. Como a mi amiga K.
Me encontré con ella en el centro de la ciudad y tomamos un café. K tiene 37 años, un hijo de 13 y desde diciembre está separada. Su ex-marido tuvo una crisis profunda, necesitó su espacio, su tiempo y (por completar la ecuación) su velocidad... pues, como K ya me había informado, tenía alguien que le esperaba.
—Te veo radiante. Estás bien guapa.
—Digamos que me voy encontrando cada vez mejor.
—¿Y tu hijo?
—Bien. Nos tiene a los dos, se ha hecho su composición... y lo va aceptando. Al menos eso parece.
—Sí; por suerte, los enanos se suelen adaptar bastante bien a las nuevas situaciones.
—A veces creo que está haciendo el proceso mejor que yo misma.
—Te quedan muchas cosas pendientes...
—No. Francamente. Supongo que me cuesta aceptar que R pertenece sólo a mi pasado. Siempre aparece alguna huella emocional que me confunde.
—Lo extraño sería lo contrario.
—Porque igualmente su actitud me desconcierta...
—¿?
—Sí, mira: El otro día, sin ir más lejos, me decía en un correo que yo seguiría siendo parte de él, ahora y siempre, lo presente que me tiene en su vida... y que en un futuro le gustaría que fuéramos... ¿amigos? ¡Yo que sé!
—Es la elocuencia compensatoria de quien necesita sacudirse la culpa.
—A estas alturas, me pareció un discurso patético.
—El del desamor... Todo el mundo recurre a lo mismo, cuando se siente mal tras desertar.
—Por eso también, me resultó increíblemente vulgar.
—Supongo que hay comportamientos y actitudes que nos igualan terriblemente.
—Ya. Aún así...
—¿Esperabas, acaso, que te sorprendiera?
—No, ciertamente no. En su día, ya lo hizo bastante.
—Entonces.
—No sé, chico. A ratos me asalta la perplejidad y...
—Date tiempo, que lo estás haciendo muy bien.
—¿Realmente lo crees?
—Lo sé, K. No hay más que verte: Tú te quieres, se te nota.
—Eso es verdad. Además, tengo la suerte de haber tenido a mi gente bien cerca. Y te incluyo.
—Menudo mérito... Por cierto, dile a tu ex que no se aflija, que estás estupenda.
—Lo haré.
—Sí, claro que sí: Que estás bien... y, de paso, dile también que te olvide.
K sonrió. Poco después nos despedíamos en la calle, cada uno tomó una dirección. Permanecí viéndola alejarse, con su paso resuelto, con su toda la vida por delante... Se adentraba por entre la gente, perdiéndose en la grisura del paisaje urbano, como si perteneciera a la ciudad, como si su propia historia se fundiera en ella.

 
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