03 octubre, 2010

UN SENCILLO CONVENCIMIENTO

El cisne amenazado - Asselijn

Periódicamente aparece alguien que, tras leer lo que uno escribe, y precisamente a cuenta de ello, termina por hacerle reparar en su propio destape. Como hizo el niño con el rey, en El traje nuevo del Emperador, siempre hay quien no puede evitar exclamar algo parecido a aquel: «¡Pero si va desnudo!» Y lo dice bienintencionado, sin una pizca de doblez, basando su razón en el género de exhibición que el otro protagoniza cada vez que se explaya en longitudes de onda que parecen desvestir alegremente su intimidad. Es decir, cuando escribe en abierto y escribe sobre lo que le cuadra, sea esto lo que hace, piensa o (lo que parece ser más inquietante) siente... Y, tan indulgente amigo, le mueve también a uno a advertir esa cierta impudicia que arrastran consigo las palabras, los textos que trenza y compone, cada vez que segrega de sí mismo un pequeño jirón de vida...
Me ha sucedido con alguna frecuencia y por eso lo anoto. Y anoto asimismo que, en lo que me concierne, suelo mirarme sin pudor en el espejo. Hace lustros que emborrono hojas y, de lo que escribo, El alféizar es, sin pretensiones, un óleo de pormenores, la partitura semanal del aire que respiro, notas musicales de mis fibras, vertebrándose en la melodía del tiempo. Es, también, una cierta manera de mimetizarme con cuanto me rodea, con el ambiente; una forma de fundirme en él como la pequeña parte del todo que todavía soy. Hacer literatura no deja de ser un modo de disfrazar la verdad para hacerla digerible... y, en cualquier caso, soportable. Y esto es lo que, con cargo a lo que siento, pienso y hago, modestamente intento.
De suerte que, sí: Hablo y escribo sobre lo que me incumbe, y podría argumentar por sostenerlo que me conforta ser un tipo corriente y moliente que, como tantísimos otros, tiene algo que decir y no gran cosa que ocultar... Pero lo que sobre todo ampara esa relativa desnudez ante el mundo, es el sencillo convencimiento de que, como un día anoté en mi prontuario, el sentido de la intimidad no reside en lo que uno confiesa que ha vivido, sino justamente en el hecho de que, aunque lo confiese, sólo uno pudo vivirlo.
 
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