26 febrero, 2012

DIARIOS DE MI VEJEZ - Sábato

Autorretrato - Freud

«He vivido en un tiempo histórico de ruptura, y tan viejo soy que hay en mí distintos sedimentos, como en las montañas. Así, todavía guardo de mi juventud las marcas de las luchas sociales. Pienso que los chicos me querrán porque nunca dejé de luchar, porque no conseguí instalarme en ninguna época, y hoy, trastabillando, me siento cerca de la gente que aprendió a vivir de otra manera. Y muy cerca de los jóvenes que después de este horror de mediocridad, indecencia y ferocidad, pujan por nacer a otra cultura que vuelva a echar raíces en un suelo más humano

19 febrero, 2012

EL USO DE LOS CUBIERTOS

Le bouillon - Stupar

Por más que parezca una obviedad, los cubiertos se utilizan sólo para comer. Y lo digo bien adrede, vista la efusión con la que mucha gente los convierte en una suerte de prolongación de sus manos, a la hora de dar indicaciones, rascar el mantel, entrechocarlos, esgrimirlos... y un largo etcétera; algo que causa un pésimo efecto. No hay más que ver uno de esos reality show televisivos, en el que aparezca un grupo cualquiera de encerrados comiendo, para ilustrar sobradamente esta observación.
Pero lo correcto es sostener el cuchillo y el tenedor entre los dedos índice y pulgar, permitiendo que los mangos se apoyen en las palmas de las manos, y presionar con el dedo índice sobre la parte superior del propio mango. Así de sencillo. Tan sencillo como que el cuchillo se debe utilizar exclusivamente para cortar, y no para otros manejos que lo conduzcan directamente a la boca. Y cuando el tenedor se emplea para levantar alimentos, y no para trincharlos, se sujeta, al igual que la cuchara, con el mango entre los dedos índice y pulgar, y apoyado sobre el dedo mayor.
Otro uso de los cubiertos es el de servir. Con las ensaladas, por ejemplo, lo aconsejable es tomar la cuchara y el tenedor con una mano, improvisando una pinza. Sin embargo, si este tipo de movimiento ofrece dificultades a quien no esté acostumbrado, perfectamente se puede levantar una porción prudente, formando otra pinza, con el tenedor en la mano izquierda y la cuchara en la derecha.
Por otra parte, cuando se hace una pausa durante la comida, los cubiertos no se deberían apoyar sobre el mantel sino formando ángulo sobre el plato; los tenedores con las puntas hacia abajo y la cuchara con su parte cóncava también hacia abajo. También pueden acomodarse juntos sobre uno de los costados del plato. En todo caso, al terminar de comer se deben dejar uno al lado del otro, en paralelo —el tenedor con las puntas hacia abajo—, encima del plato, con los mangos sobresaliendo unos centímetros del filo de éste. El anfitrión, el camarero o quien recoja entenderá así que hemos terminado.
Finalmente, un apunte sobre las servilletas. Su uso suele ser un dilema para algunos comensales, pero lo habitual es que, al disponer la mesa, las servilletas se presenten dobladas por la mitad, si son pequeñas, o en triángulo. La persona invitada, al sentarse a la mesa, debe desdoblar la servilleta y colocársela sobre los muslos... de los que sólo se suelen levantar para limpiarse la boca antes y después de beber, o después de comer salsa.

12 febrero, 2012

A PROPÓSITO DE COSME

Viajero frente al mar - Friedrich

Cincuentón, flaco, despeluzado. Cosme es un espécimen solitario, nada convencional. Temo que quien le observe sin más lo tendrá por bicho raro. Con todo, es un buen tío, noble, sensible, coherente. Y un malabarista de la palabra, que habla poco pero transmite y llega, a pesar de esa vaga tristeza que cruza su rostro y que rara vez logro interpretar, como tampoco franqueo un coto hermético que reserva para sí, cuando se aísla del mundo. Sobre esto, Cosme defiende que hay una dignidad en la soledad, que hace que estar solo se convierta en algo soportable. Pero lo que yo pienso es que si no se consiente tener grandes apegos es por no sufrir. Por no sufrir más, quiero decir. Así es él, a grandes rasgos, mi amigo Cosme.
El otro día le llamé por teléfono, para dar una vuelta. A media tarde, cruzábamos un parque charlando sobre la fragilidad del ser humano (qué le voy a hacer, si es de estas cosas de las que nos gusta hablar) y él reparaba en la paradoja de las pasiones que, siendo el motor de nuestra vida, se pueden volver sin embargo en contra de nosotros mismos, haciéndonos frágiles y vulnerables.
—Todos tenemos al menos una pasión: desde el más espabilado hasta el más idiota. La descubrimos cuando nos poseen sentimientos intensos, que someten nuestra voluntad y perturban nuestra razón y nos vuelven inconsistentes. Amor, odio, celos, ira... O inclinaciones vivas, que terminan casi por enfermarnos.
—¿Inclinaciones?
—Sí; el arte, la política, la Naturaleza... o el Athletic. Cualquier cosa que, en un momento dado, pueda hacernos enfebrecer. El caso es que somos siervos de nuestras pasiones —me decía—; que las necesitamos como el aire, para sentirnos vivos, aún cuando nos puedan arruinar la existencia.
Y, cuando le pregunté cuál era la suya, Cosme se encogió de hombros y sonrió con cierto candor:
—Supongo que mi pasión es vivir —respondió—; vivir... a pesar de la vida misma.
Entendí lo que quería decir. Porque vivir, para Cosme, es observar y tomar nota de lo que acontece a su alrededor, con el extraño brillo de su mirada, mezcla de melancolía y de remota fascinación. Por eso explora y escribe, y a veces me habla de ello. Y es que escribir, en el fondo, es su verdadera pasión... aunque él lo niega quitando importancia a lo que hace. Pero sí, respira y vive para crear. Y esa música me suena cercana.
Como comenzara entonces a lloviznar, terminamos tomando una cerveza en torno a un velador. Por un momento, Cosme pareció abismarse mirando la cortina de sirimiri, a través del cristal de la cafetería.
—¿Sabes? —regresó, de improviso—. Las pasiones pueden llegar a destruirnos, pero nuestra fragilidad proviene más bien de la duda, porque la duda nos angustia. Y, pese a ello, no podríamos vivir sin dudar. Fíjate qué terrible es vivir sin saber qué es la vida, pero sabiendo que moriremos... sin saber tampoco qué es la muerte.
—Las cosas sobre las que tenemos alguna certeza son tan contadas...
—Sin embargo —continuó—creo que prefiero vivir así, sin saber, que hacerlo aferrándome a ideas y a creencias que podrían estar equivocadas.
—Sí, yo también lo prefiero.
Le guiñé el ojo, dándole una amistosa palmada en el brazo. Él me devolvió la sonrisa y dijo entonces:
—Parece que amaina, y ya es hora de recogerse.

05 febrero, 2012

DULCE ENTROMETIDA

La música - Klimt

Levanto la vista del informe que repaso, dejo las gafas a un lado sobre la mesa, me froto los ojos y siento que te avecinas de un modo ya casi habitual, discreta y sigilosa, deslizándote como un soplo de aire entre mis argumentos cotidianos. Rasgas suavemente la mañana con una sonrisa desprovista de urgencias, y esa imagen tuya encalla en algún lugar de mi mirada y me convoca a disfrutar de la quietud del minuto en que te retengo, en que noto acariciante tu presencia, etérea como un fular de pétalos cubriéndome el alma... Dulce entrometida que desfilas ante mi paisaje de premuras con delicada elegancia y extiendes tus velos, subliminal y vaporosa, sutil como la última hoja del invierno que inadvertidamente se precipita en una orilla de mi pensamiento. Dulce entrometida, repito para mí, y te pienso en tan sólo dos palabras porque me gusta así pintarte... Registro tu estela, el olor penúltimo de tu paso al rozarme, y me aflojo enteramente al verte, disfrazada de luz para fundirte en la mañana, de aire para habitar mis pulmones, de sonata de piano para rondar el silencio que me envuelve. Dulce entrometida que desoyes los dictámenes del tiempo y te demoras a este lado del día para tomar con una mano mi nuca, entrecerrar y levemente besar mis párpados, mis labios... Noto en mis labios tu latido, un recuerdo sondable de los besos vividos que me resbala de la boca tu nombre, el nombre que letra a letra te abarca y por el que, cada vez que te llamo, obtengo el más precioso de los dones: tu mirada devuelta y tu imbatible sonrisa y, en ellas, la constancia impagable de que eres tú, tan nítida y real; después de todo, tan cierta.
 
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