31 octubre, 2010

DE MODO QUE LA NEUROTROFINA

El cerebro del niño - De Chirico

Le he dado una semana para que vuelva a ser el que era. Y voy en serio, porque ya estoy harta y no aguanto más. Todo empezó a cuenta de su supuesta dificultad para recordar algunas cosas, y su obsesión por perder la memoria. «Cariño, ¿cómo se llama ése que... Sí, mujer, el marido de...?» Bueno, haceos una idea. Esto aderezado con la cantinela de que «tenemos una edad muy mala», que es lo que va largando a todo quisque, como quien pronostica que, con cargo a ella, se nos avecina el fin del mundo. Este es mi marido: un tipo al que una simple jaqueca le mueve a pensar en clave de tumor cerebral, todo sea dicho. Pero, a lo que iba, la pesadilla de sus lapsus de memoria. No tuvo mejor ocurrencia que recurrir a Internet, para atemperar su ansiedad y sacudirse el terror que le producía imaginar que su cerebro se estaba convirtiendo en una masa de gelatina... ¡En mala hora! Porque desde entonces, me vuelve tarumba.
Un día va y me cuenta:
—¿Sabes, cariño? Las neuronas no se mueren. Lo que pasa es que reducen el número de conexiones que tienen entre sí, porque no las usamos. Por eso perdemos capacidades... Y la solución está en las neurotrofinas, unas moléculas que producen las células nerviosas y que las mantienen en forma.
—¿Ah, sí?
—Cuanta más actividad cerebral, más neurotrofinas y más conexiones nuevas entre las neuronas. ¿Qué te parece? Lo que hay que hacer es estirarlas, sorprenderlas, romper su rutina, sacarlas de paseo... para tener un cerebro ágil y flexible y mejorar la memoria.
—Vaya, vaya...
—Se ve que la rutina hace que el cerebro funcione en automático y que las experiencias circulen por las mismas rutas neuronales, casi sin consumir energía... y sin producir neurotrofina. Eso dice aquí.
De modo que la neurotrofina. Ella fue la que le puso a hacer pilates con su cerebro. ¿Y cómo? Pues dejando de funcionar como antes; es decir, como ya me había dicho: sacando sus neuronas de paseo. ¿Sabéis que supuso esto? De la noche a la mañana, ahí me lo encontraba en el baño, duchándose a ojos cerrados para descubrir sensaciones, sobando el metal del grifo, acariciando el envase del gel, husmeando la toalla... Todo ello a tientas (se desnucará un día). Comenzó a utilizar la mano izquierda, primero para cerrar los tarros y tubos (me toca a mí repasarlos) y poco después para comer (yo limpio los lamparones de sus camisas). Me propone cambiar, día sí, día no, el lado de la cama. Lee en voz alta el periódico y esto me obliga a buscarme un lugar tranquilo para hacer mis cosas. Llega a casa de trabajar y, me cuenta, lo hace por itinerarios enrevesados, en los que invierte cada vez más de tiempo. A todo esto, se para a hablar con desconocidos. Va por el parque chutando las castañas; lo toca y huele todo (el otro día, delante de mi hermana, la corteza de un cedro); en casa cambia las cosas de lugar, guarda sus llaves en diferentes sitios y luego no las encuentra; saluda a nuestros amigos con dos besos y a sus mujeres les da la mano... La izquierda, claro. De verdad, que una cosa es contarlo y otra vivir con semejante tarado. Y, claro, os preguntaréis si ha mejorado su memoria... ¡Ja!, mucho lo dudo. Con esta manera que se ha inventado de hacer el payaso, en todo caso es mi cerebro el que termina haciendo pilates, conviviendo con un tipo excéntrico e impredecible, que sale dando la nota por donde menos te lo esperas. Y estoy más que harta. ¡Vaya tres meses, desde lo de las neurotrofinas! Así que le he dado una semana para que cambie el chip y se haga normal y, si no, que vaya a marear a su madre, que estará encantada de recibir a un merluzo que comienza a circular por la izquierda en las carreteras desiertas, se pone los calcetines de diferente color, me deja notas en francés y se descalza cada vez que ve un metro cuadrado de césped. Eso, con su madre. Porque conmigo nanay. Ya le he dicho: ¡una semana!

24 octubre, 2010

SEXUALIDAD SIN RAÍLES

El beso - Gericault

En nuestro entorno cultural inmediato, la sexualidad está cada vez más desligada de la reproducción, desvinculada del amor, de las ideas de certidumbre y estabilidad. Su transformación parece haber corrido en paralelo a la metamorfosis que tiene lugar en el ámbito de las relaciones humanas, sometidas a la presión de un mundo cada vez más complejo y cambiante, colmado de inseguridades. Un mundo en el que la esfera comercial lo impregna todo. Sobre todo en los países avanzados, donde consumimos compulsivamente para usar, desechar y hacer apetito para nuevos bienes.
En este contexto parece explicable que, también, el sexo sea muchas veces consumido de un modo urgente y veloz, como si fuera un producto más. No hay lugar ni tiempo para el disfrute, su misterio desaparece ante nuestros apremios y, con demasiada frecuencia, termina produciéndonos cierto vértigo y un poso de insatisfacción. Acaso porque, también, nuestras relaciones personales se ven marcadas por un carácter utilitarista, fugaz y precario... y porque, después de todo, amar compromete.
Pero lo que no parece haber cambiado en el ámbito de la sexualidad es el poco espacio existente entre la atracción y la penetración. Estos dos polos siguen siendo más valorados que el juego amoroso. Un juego que nuestra velocidad por «vivir» muchas veces arrincona. De hecho, existe un abundante gasto energético y publicitario en pos del ligue y la seducción... tras los que la unión pene-vagina se produce casi sin pasos intermedios. Es innegable la desproporción existente entre el vocabulario sexual genital y el corporal. Y pocas son las palabras acuñadas en nuestra lengua que aludan a las caricias, al esparcimiento amoroso... aunque, afortunadamente, todavía éste se da con mayor frecuencia de la que nos traslada el diccionario.
Decía Sartre que el deseo no es sólo el descubrimiento del cuerpo del otro, sino, sobre todo la revelación de mi propio cuerpo. Y, en este sentido, es importante considerar las posibilidades que nos plantea el hecho de amar, porque la sexualidad genital e instintiva está escoltada por una exploración sensorial, lúdica, afectiva... que es saludable considerar. Por eso, toda incursión fuera de los caminos trillados, aporta nueva viveza a la relación amorosa y constituye un campo fértil para desarrollar una comunicación respetuosa y creativa. Amar abre universos. Y la sexualidad, a pesar de los tiempos que corren, no transita por raíles.

17 octubre, 2010

LAS DIMENSIONES HUMANAS - Márai

Tiempo lluvioso - Caillebotte

«A Lázár le gustaba mucho El sueño, una obra de teatro de Strindenberg... ¿La conoces? Yo nunca la he visto. Él citaba a menudo algunas líneas o resumía alguna escena. Decía que en ese drama hay un personaje cuyo mayor deseo es que la vida le conceda una caja de pesca verde, ya sabes, una de esas cajitas de color verde en las que los pescadores guardan hilo, anzuelos y cebo. El personaje envejece, le pasa la vida por encima y, por fin, un día, los dioses se apiadan de él y deciden regalarle la caja de pesca... Pero entonces el personaje, con el tan deseado presente en las manos, se acerca al proscenio, observa durante un buen rato la cajita y luego, con profunda tristeza, dice: “No era este verde...” Lázár citaba esta frase cuando la conversación giraba en torno a los deseos humanos. Y cuando Judit empezó a conocerme, poco a poco me fui percatando de que yo para ella “no era ese verde.” Durante mucho tiempo no se atrevió a verme como yo era en realidad. Nunca nos atrevemos a reducir a dimensiones humanas lo que nuestro deseo ferviente ha transformado en un ideal. Ya vivíamos juntos y se había relajado esa insoportable tensión que existió entre nosotros durante los últimos años, la fiebre había desaparecido y ya sólo éramos un hombre y una mujer, dos seres humanos con sus debilidades y sus soluciones prácticas, humanas... y sin embargo ella seguía queriendo verme como yo nunca me había visto, como una especie de sacerdote venido del otro mundo o un ser superior... Pero yo no era más que un hombre solo con esperanzas.»

La mujer justa, Sándor Márai.

10 octubre, 2010

HOJARASCAS

Cuatro árboles - Schiele

Cierro los ojos y pienso. Pienso que rozo tu brazo al andar, y de pensarlo te siento, termino tomándote por el hombro, apretándote casi imperceptiblemente contra mí... Y, cuando lo hago, me sonríes el gesto y redescubro la lindeza urgente de tu boca. Hay algo inmenso en el brillo de tu mirada verde y gris, cálida y profunda, que revela tu gracia cuando me miras. Algo inmenso y eterno, tal vez parte del mar que baña tu costa esmeralda, del río majestuoso que la fecunda. Y me complace saber que no soy el único depositario de esa admirable inmensidad que regala tu mirada... Pero por un momento la hago mía, porque soy quien en ella ahora piensa, quien por ella ahora siente, y eso me vale para acercarme hasta ti. Como me vale pensar, y de pensar sentir, que me tomas también tú de la cintura y me apretujas levemente, tal que si nos fundiéramos, dos y uno, por un costado compartido, con la instintiva avenencia que nos mueve al andar. Y pienso que por un momento me detengo en ese camino jalonado por enormes árboles, donde únicamente se escucha el ruido de la hojarasca pisada... y ya ni eso... Porque estamos solos, porque estamos detenidos, y pienso que te tomo del talle y te atraigo hacia mí levemente, que permaneces callada y sonriente, que me miras y extiendes tus largos brazos hasta rodearme el cuello. Noto el calor de tus manos en mi nuca... Y de pensarlo te siento, y me ciño a ti, te abarco y te dejas mecer en un manso abrazo. Pienso que te arrullo y que susurro en tu oído una improvisada melodía. Y bailamos en este atardecer de otoño, en la mitad del Paseo de los Amoríos. Vuelve a sentirse la hojarasca, crujiendo bajo nuestros pies porque bailamos, sí, y te beso levemente y me besas levemente con tus labios que saben a uva blanca y dulce de tardías cosechas. Y esta escena se repite una y otra vez... mientras te contemplo y dibujo con un dedo una filigrana sobre tu cara, alrededor de tus ojos ahora cerrados, y te invento a pinceladas y te quiero y te deseo, y porque te quiero y te deseo te dibujo y te invento, y porque te quiero y te deseo te pienso tanto, tanto, tanto te pienso...

03 octubre, 2010

UN SENCILLO CONVENCIMIENTO

El cisne amenazado - Asselijn

Periódicamente aparece alguien que, tras leer lo que uno escribe, y precisamente a cuenta de ello, termina por hacerle reparar en su propio destape. Como hizo el niño con el rey, en El traje nuevo del Emperador, siempre hay quien no puede evitar exclamar algo parecido a aquel: «¡Pero si va desnudo!» Y lo dice bienintencionado, sin una pizca de doblez, basando su razón en el género de exhibición que el otro protagoniza cada vez que se explaya en longitudes de onda que parecen desvestir alegremente su intimidad. Es decir, cuando escribe en abierto y escribe sobre lo que le cuadra, sea esto lo que hace, piensa o (lo que parece ser más inquietante) siente... Y, tan indulgente amigo, le mueve también a uno a advertir esa cierta impudicia que arrastran consigo las palabras, los textos que trenza y compone, cada vez que segrega de sí mismo un pequeño jirón de vida...
Me ha sucedido con alguna frecuencia y por eso lo anoto. Y anoto asimismo que, en lo que me concierne, suelo mirarme sin pudor en el espejo. Hace lustros que emborrono hojas y, de lo que escribo, El alféizar es, sin pretensiones, un óleo de pormenores, la partitura semanal del aire que respiro, notas musicales de mis fibras, vertebrándose en la melodía del tiempo. Es, también, una cierta manera de mimetizarme con cuanto me rodea, con el ambiente; una forma de fundirme en él como la pequeña parte del todo que todavía soy. Hacer literatura no deja de ser un modo de disfrazar la verdad para hacerla digerible... y, en cualquier caso, soportable. Y esto es lo que, con cargo a lo que siento, pienso y hago, modestamente intento.
De suerte que, sí: Hablo y escribo sobre lo que me incumbe, y podría argumentar por sostenerlo que me conforta ser un tipo corriente y moliente que, como tantísimos otros, tiene algo que decir y no gran cosa que ocultar... Pero lo que sobre todo ampara esa relativa desnudez ante el mundo, es el sencillo convencimiento de que, como un día anoté en mi prontuario, el sentido de la intimidad no reside en lo que uno confiesa que ha vivido, sino justamente en el hecho de que, aunque lo confiese, sólo uno pudo vivirlo.
 
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