26 abril, 2009

PERSONAJES - II

Reflection - Lucien Freud

EL EJECUTIVO

Se quitaba por las noches la corbata, con la esperanza
de deshacerse de un permanente nudo en la garganta.

EL CAMPANTE
Su memoria era tan extraordinaria,
que se olvidaba siempre de lo que se tenía que olvidar.

EL TERTULIANO
Dominaba siempre las conversaciones.
Sabía callarse, y lo hacía muy bien.

EL CONDENADO
Dios le castigó a vivir cien años, por reincidente.
En más de una ocasión, le había sorprendido matando el tiempo.

EL FILÓSOFO
Para su desgracia, le daban siempre la razón.
El problema es que luego no sabía qué hacer con ella.

EL POETA
Sus lectores le reconocían el don de la palabra.
Sólo él sabía que su don era el de la mirada.

19 abril, 2009

NAIALE

Night Flash - Duma

(Del Diario de Naiale)
11 de abril.


Desde que, en junio, terminé la carrera suelo venir a hacer cross-trainer en el gimnasio. Media hora sintiéndote como una esquiadora de fondo noruega, en un paisaje fitness que huele a ungüentos y a sudor matizado por una higiene mayormente saludable. Hoy me encontraba sola en una hilera de varias máquinas, mientras en otra zona varios pavos se afanaban en derretir calorías a media tarde. Estaba a diez minutos de terminar, cuando ha entrado un tipo (de unos 50, calculo, algo menos que mi padre) y se ha subido a la máquina que estaba a mi izquierda. Precisamente. «Hola», me saluda; «hola», contesto. Sin más. He sabido que al menos en una ocasión me miraba... aunque no de un modo descarado. No creo siquiera que haya deslizado la vista hacia mi pecho y menos hacia mi trasero o mis piernas (llevaba un short). Lo digo porque nunca me han gustado un pelo esos cincuentones que te repasan con increíble descaro o aprovechan la mínima para largarte un par de comentarios supuestamente graciosos, y entablar una ridícula conversación que les haga creer ilusamente que están ligando. Es decir, que aún pueden ligar. Los detesto con ganas. Pues vaya, deseando que éste no fuera de esos, he hecho por distraerme, yo a lo mío, hasta que he notado que, él también, comenzaba a transpirar. Sin mirarle, era fácil advertir el esfuerzo, su manera de inhalar y expulsar el aire: relativamente contenida, profunda, casi melódica. Entonces he pensado algo tan estrambótico como que ambos estábamos en la misma onda, jadeando de un modo rítmico que por momentos parecía acompasarse... Y, de repente, he sentido que esa respiración ajena se me hacía cercana, no sé; armónica, agradable... Pero, ¿qué te está pasando, Naiale? Me he asombrado, tentada por un insospechado impulso de mirarle. ¡Ya te vale, tía! Sin embargo, algo conmovía superficialmente mi vientre: un caracoleo leve como una cosquilla; ese algo hinchaba mi pecho, falto de aire, y me ha llevado a tragar saliva y beber un poco de agua del botellín que siempre tengo a mano. Cuando le he vuelto a mirar, se ha girado hacia mí sudoroso, brillante... Nos hemos sonreído cumplidamente y he enrojecido de vergüenza, más allá del esfuerzo. ¿Por qué estaba deseando acercarme a él hasta rozarle? ¿Por qué, al sentirle respirar, me he imaginado colándome en la ducha de su vestuario, para besarle bajo el agua y abrazarle...?
El pitido final del programa me ha sobresaltado. He bebido un resto de agua y me he secado el sudor de la cara con la toalla. Al bajar de la máquina, presentía que él estaba pendiente de mí y he comenzado a andar hacia el vestuario un tanto nerviosa, con necesidad de soltar de golpe el aire...
«¡Adiós!», me ha dicho entonces. «¡Adiós!» me he girado para contestarle y he visto una franca sonrisa iluminando su expresión, en medio del esfuerzo; una serena y madura mirada. Luego, cabeceando incrédula, he bufado largamente, camino de los vestuarios... Y todavía he estado un buen rato sonriendo, bajo el agradable chorro hilado de la ducha.

12 abril, 2009

LUCIDEZ INFANTIL


Una mirada - Miguel Rodríguez

Rescato una anécdota familiar, que recuerdo con cariño: Anna, mi hija pequeña, apenas tenía doce años, hace ahora cuatro. Ambos estábamos en la sala, yo hojeando una revista, ella viendo en la tele uno de esos magazines intrascendentes, plagado de absurdas discusiones. A nada que uno prestase un mínimo de atención al programa, podía ver que era realmente malo. Entonces, como venía a cuento con lo que estaba sucediendo en el plató, le pregunté quién le parecía que generalmente domina una conversación entre dos personas: la que habla o la que escucha.
—Aunque puede haber más de una respuesta —le advertí con cariñosa guasa—, es una pregunta para niñas inteligentes.
Después de pensárselo durante unos segundos, Anna me respondió:
—La que escucha.
Entonces, bastante sorprendido, volví a la carga:
—¡Vaya! ¿Y por qué supones que es así?
—Pues la verdad es que no sé muy bien —me contestó tan pancha—. Pero, como me has dicho que era una pregunta para niñas inteligentes, he imaginado que la contestación sería la contraria de lo que parece.
La inmaculada lucidez de los niños puede llegar a ser admirable. Dio igual sobre qué hubiera ido la pregunta. No pude por menos que sonreír y estrecharla contra mí.
—Muy bien, chata —le dije—: Un once en perspicacia.

05 abril, 2009

EL DON DE LA FELICIDAD - Aranguren

Primavera - Sergei Chaplygin

"En todos los tiempos, en todas las culturas ha sido constante el anhelo del ser humano por alcanzar la felicidad. Todos aspiramos a la felicidad y la buscamos de mil maneras. ¿Lograremos encontrarla?
Buscamos la felicidad en los bienes externos, en las riquezas, y el consumismo es la forma actual del bien máximo. Pero la figura del consumidor satisfecho es ilusoria: el consumidor nunca está satisfecho, es insaciable y, por lo tanto, no es feliz. Podemos buscar la felicidad en el triunfo, en la fama, en los honores. Pero, ¿no es todo esto sino pura vanidad, en definitiva nada o casi nada? Otro modo de búsqueda es la autocomplacencia: así el goce del propio placer, el deseo de perfección o la propia virtud. Aspiramos a la felicidad, pero aspirar no es lo mismo que buscar y, todavía menos, que conquistar, ni fuera ni dentro de nosotros mismos.
Para recibir el don de la felicidad el talante más adecuado es, pues, el desprendimiento: no estar prendido a nada, desprenderse de todo. La felicidad, como el pájaro libre, no está nunca en la mano sino siempre volando. Pero, tal vez, con suerte y quietud por nuestra parte, se pose por unos instantes sobre nuestro hombro."

(José Luis López Aranguren, 1909-1996)
 
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