12 mayo, 2013

Y HASTA SIEMPRE

Lento nacer - Agustín Úbeda


Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. No podría hablar de sentimientos e ignorar el estado de las cosas de ahí fuera; como tampoco podría hablar de la crisis, arrinconando la poesía. Todo se hace presente en esta tarea del ser humano que es vivir. Porque la vida de uno es terriblemente fugaz y, sin embargo, lo bastante espaciosa como para que le sucedan muchas cosas. Cosas aisladas, contiguas, yuxtapuestas; cosas extravagantes y predecibles, cosas que no te esperas. Escribir es, así, dar cuenta de lo que hay e involucrarse en el espacio-tiempo en que se vive; pero escribir es también un modo de regresar a uno mismo, y hasta de enajenarse, antes de cargar el ánimo de municiones para volver a salir. Y la munición del escritor es la palabra.

Comencé este cuaderno casi dos años antes de aquel septiembre de 2008, en que el banco estadounidense Lehman Brothers anunciara su inesperada quiebra, originando la sacudida financiera que inició esta crisis brutal que nos asola. El mundo occidental está ahora mucho peor que en noviembre de 2006, cuando esbocé el primer texto de El alféizar. Occidente, sí; pero asimismo Siria, Palestina, Afganistán, Congo, Sudán, Chad y tantos otros escenarios olvidados. Nuestra flamante civilización se enturbia en manos de seres sucios y deplorables, mientras gana terreno no sólo la pobreza, también la apología de lo trivial, el encumbramiento de la banalidad. Entretanto, qué tenemos: Una clase política enferma de ensimismamiento, cuando no de corrupción; sindicatos situacionistas e ineficaces en los que pocos confían; movimientos sociales desmembrados, carentes de un liderazgo que catalice la energía de la indignación y la transforme en compromiso creativo y solidario. Entonces, ¡cómo reinventarse, en una situación de absoluto atasco! Porque la era de las verdades profundas dio paso a otra de desasosiego y superficialidad, y si, al abandonar la primera, los de mi edad concebimos un mundo que al menos nos permitía soñar, a los jóvenes de hoy les estamos vetando ese derecho. Lejos de abrir puertas al futuro, les ofrecemos una regresiva vuelta atrás. Este sistema está agotado, y es triste y desesperanzador comprobar que, después de todo, nadie sabe realmente adónde vamos.
A pesar de todo, uno intenta ser positivo y piensa que, de todo esto, algún aprendizaje obtendremos, y que ello nos hará caminar de otro modo, más lejos de lo circunstancial y más próximos a lo esencial. Así, es probable que volvamos a reconocer el valor de las cosas, a apreciar el esfuerzo necesario para conseguirlas y a trabajar por conservarlas. Viviremos más de acuerdo con nuestras posibilidades y cambiará nuestra manera de consumir, que será más consciente y responsable. También quizá, cuando pase esta ola de neoliberalismo individualista, nos volvamos más sensibles y solidarios; incluso más espirituales. Es posible que, asimismo, cambien los modos de producción; que regresemos a formas de hacer más respetuosas con el medioambiente y con la Naturaleza; que hasta se produzca la impostergable regeneración política...
En fin, dentro de todo, la vida es esencialmente puro contraste: Escribo hoy, en plena crisis pero a la vez inmerso en una primavera henchida de luz y verdor, bajo un sol radiante; y con el fresco aliento vernal se abre un nuevo ciclo a mi alrededor. Por eso voy a dejar a un lado el escenario exterior del que hablaba, para explicarme desde la dulce melancolía que me aborda al poner un punto final a este cuaderno. Dejo El alféizar, y lo dejo con sensaciones encontradas que digiero sobre la marcha, como tantas otras de las que di cuenta, durante estos años, en el blog. El arte de viajar por el interior de uno mismo, consiste en metabolizar esa lectura de los territorios propios y externos que se conocen e imaginan, transitando por sus órganos y venas, sus callejas y rincones, absorbiendo de unas y otros los ruidos y silencios, cada latido, sus olores. De todo ello hablé. Y hablé de mí, pero también de las personas; y osé escribir sobre el amor y sus liturgias, sobre la transgresión, el sabio intercambio, los equívocos y la perplejidad amatoria. El amor, del que sabemos que existe y que nos ayuda a mantenernos en pie, en un mundo insólito y disparatado como el nuestro. Curioso es el amor, como curioso el pensamiento. De éste, del mío, mostré igualmente retales de lo que creía en cada momento, de un modo exploratorio y provisional, como yo siento que es, dinámico y vivo, el pensamiento... Y escribí desnudando esas convicciones (algunas con sello de caducidad) que renuevo a medida que esto avanza; esto, la vida, o, según se mire, la muerte; pues la gran paradoja existencial es que cuanto más prospera la vida, más, también, prospera la muerte. Y porque mis convicciones y mis dudas suelen viajar juntas, dejé constancia de que unas y otras tienen tanto de inseparables como de perecederas. Sí, existo luego pienso. Mi pensamiento cambia, como yo cambio. Los absolutos me inquietan profundamente y, ya que todo a mi alrededor es transitorio, siento que cuanto pienso también lo ha de ser. Ésta es hoy mi manera de adaptarme al desconcierto, de evitar subsistir en un estado de permanente incertidumbre. He aprendido a vacilar para mantenerme en equilibrio y, desde este equilibrio, me resisto a vivir al margen de la literatura y del amor, porque los necesito como el aire que respiro. Literatura, amor... retomo el bucle y vuelvo al comienzo: Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. Escribir para transgredir la norma, para saltarme los límites, para restaurarme, lejos de las interferencias y las obligaciones, para poder ser y convertirme en cualquier ser humano: un reflejo de quien soy, el artista, dios, este imbécil, cualquier criminal.
Reconsiderar la vida es un ejercicio que intento practicar con tanta frecuencia como responsabilidad y si, tras hacerlo, algo en mi perdura es una permanente sorpresa de ser real, de existir, que me mueve a trascender de mí mismo y a moverme hacia los demás, desde lo que tengo y soy, pues mi experiencia es, sin duda, el mejor punto de partida con el que cuento. Y a él, inevitablemente, regreso. Sabemos bien que hay un mundo de las cosas que no te esperas, en el que parece emboscarse todo lo malo que a uno puede suceder... Y lo bueno. Esto es lo que quiero subrayar: Lo bueno nos proporciona ilusión, alegrías y felicidad, pero también una parte de lo malo puede ser transformado en energía positiva, que es perfectamente transferible: de ser en ser, de persona a persona. Es mi humano compromiso, el de compartir lo hermoso que tiene la vida con mis semejantes; ahí está mi pecho, el hombro con hombro, mis oídos, una mano, el calor de un abrazo a tiempo y la esperanza. En estas coordenadas me sitúo, a día de hoy. Así es que, por esto y por más, por todo, que es tanto, quiero profesaros mi infinito agradecimiento a quienes habéis seguido cuanto he escrito. Estoy en deuda con vosotras y vosotros, mis contados y entrañables lectores, y sabed que os voy a echar terriblemente de menos; que se humedecen mis ojos cuando sonrío y os digo: ¡hasta siempre! Cuando, antes del punto final que ya pongo, lo último que deseo escribir es que os quiero.

05 mayo, 2013

HASTA EL MAR


Idilio en el mar - Sorolla

Me embarqué en la desesperada aventura de seguirte escribiendo, queridísima Miralles, como un acto de insolencia contra la verdad. Asumí seguir siendo quien soy, ante, por y para ti, a través de mis cartas; aquél a quien hace años conociste, un ser inquieto que lucha por mantenerse despierto, a duras penas entero, en medio de tanta fluctuación. Te dediqué la muestra más enternecida de esa pirotecnia verbal con la que me defiendo del mundo y de la que me valgo para resistir en mis coordenadas. Y te quise soñar amorosamente, bella durmiente, y te busqué donde no estabas, mientras mis ojos batían su mirada entre miles de seres atrapados por la prisa, interesados a secas en sí mismos, encarcelados en su propio pensamiento... Me perdí entre toda esa gente amurallada que no pudo conocerte y no sabe nada de ti, que jamás intuirá siquiera al ser libre que eres, Miralles. ¡Qué triste...!
Sé que cada quien es dueño de fabricar las verdades y mentiras que edifican su existencia, pero dudo que haya quien consiga experimentar algo que no sea vulnerabilidad y desasosiego construyéndose desde la reclusión. Porque percibir cuanto existe exige asomarse al mundo exterior, abandonar ese enclaustramiento condicionado por nuestra rígida manera de entender el mundo y la vida, de concebirlos. ¡Ah, la vida...! Hemingway solía decir que en la vida uno debe jugar las cartas que le han dado. Y, después de todo, pienso que él, al menos, tuvo la oportunidad de hacerlo; incluso la de decidir cuándo abandonar la partida...
Pero también te busqué entre tantos otros, a quienes he osado hablar de ti, de lo que representas para mí, Miralles. A esa gente que pasea bajo mi alféizar, y me lee y cincela a través de los riachuelos de palabras que improvisan mis desvelos y goces, mis obsesiones y mis lágrimas, a ellos y ellas, a quienes tanto debo, cuando te buscaba, lo hice: les hablé de ti.
Tal vez llevo demasiado tiempo aparentando estar cuerdo; tanto tiempo que termino por creer que realmente ya no es sólo mi pundonor, que hay una estructura que me sostiene erguido, como a un viejo y fatigado guerrero su armadura. Y ahora, mientras te escribo estas líneas, supongo que inevitablemente siempre ha sido y será así: que mantener el equilibrio es una agotadora tarea vital, propia de locos, y que la locura y la razón están separadas por un hilo tan frágil como el que limita a la vida con todo cuanto la niega. Esto es algo que ambos supimos un día, casi a la vez, y nada se nos hizo tan bruscamente real; nada, salvo la terrible e ineludible certeza de que tú, definitivamente, querida Miralles, jamás envejecerás... De que lo haré yo solo.

Anteayer contemplaba embelesado el minúsculo vértice de tierra en que el Maine encuentra al Loira y comienza a formar parte de su inmenso y bellísimo curso. Me pareció grandioso el paisaje eternamente cambiante que mi mirada registraba incansable en la quietud del otoño afianzado en una paz ocre y gris. Y me gustó repensar el viejo tópico de que nuestras vidas son como esos cauces que, inmemoriales, se fundieron para compartir el destino irrevocable que habrá de conducirlos hasta el mar. Sí, mi amantísima amiga, sé que en él nos veremos: en ese mismo mar en el que, un día lejanísimo e imposible, algo que no hemos sido capaces de imaginar osó crearnos. Espérame entretanto, mientras yo sigo mi curso, por favor. Mis ojos reclaman tu eterna sonrisa Miralles... Y quiero que sepas, y que jamás olvides, que cuando los cierro consiguen verte, aún plenos de esta luz meridiana que retiene su ardida memoria, atrapada en la belleza fluvial de las acuarelas angevinas.

 
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