25 febrero, 2007

ABECEDARIO DE LAS PEQUEÑAS COSAS

La primavera - Magritte

Amar ante sobre por todo (lo primero y principal);
Beber zumo de la manzana que tomó Eva del Árbol de la Ciencia;
Cuidar la flor del Asteroide B-612, sólo en ausencia de El Principito;
Descubrir sonrisas en las que da el sol todo el día y bendecir el regalo que ha sido descubrirlas;
Emitir señales y gestos amistosos, en frecuencias de onda solidaria;
Felicitar a siete amigos a la semana, por lo bien que te hacen sentir;
Gobernar las cosas que se llevan a cabo y que dan sentido a los días;
Hacer una guerra de soda entre amigos, armados con viejos sifones;
Idear un palíndromo, en menos de cuatro años y un día de condena;
Juguetear con los dedos sobre el muslo de un pavo o de una pava (preferentemente humanos);
Knowing the people and accepting them the way they are, because they are no others;
Leer Alicia en el País de las Maravillas, aunque lo de uno nunca hayan sido las mates;
LLover tormentas de palabras sobre la desierta planicie de un folio;
Mirar unos ojos y ver si en el fondo de sus pupilas arde levemente una llama;
No desesperarse salvo en situaciones desesperadas, que realmente son muy pocas;
Ñefender ñuestra Ñ en los teclados del muñdo muñdial;
Oler las estelas fragantes que se nos cruzan y aspirarlas intensamente según se van yendo;
Pensar en ser libre, a ojos cerrados, como si se fuera una mariposa a la grupa de un hierbajo sin creencias;
Querer ser de mayor Jean Valjean e intentar parecerse a él;
Rescatar la palabra ternura del Baúl de las Palabras Vulnerables;
Sentir las cosas que huelen mejor que saben, como el café recién hecho o las castañas asadas en otoño;
Tener la mesa servida para los amigos, aun cuando un Iscariote venga a cenar;
Urdir usos uniformemente unívocos utilizando únicamente una U;
Verificar el buen tono de la gente a la que se quiere y el de la relación que se tiene con la gente que se quiere;
Walking in New York (la canción de esta semana, aquí al lado);
Xilofonear al ritmo de nuestras fibras más vivas, para ilusionar a quienes nos escuchan;
Yacer sobre la hierba si hace bueno, y saber que la primera persona del presente de indicativo del verbo yacer es: yo yazgo o yago;
Zapear por entre blogs, con la ilusión de volvernos a ver... agradeciéndote por mi parte que llegaras hasta aquí y que me permitas pensar que, de algún modo, con tus pequeñas cosas, te gustaría prolongar este texto.

23 febrero, 2007

KEATS


«Here lies one whose name was writ in water.»

«Aquí yace alguien, cuyo nombre fue escrito en el agua.»

Epitafio del poeta londinense John Keats, fallecido el 23 de febrero de 1821,
a causa de una tuberculosis, cuando contaba tan sólo 25 años.


* * * * * * *

«Siempre eres nueva.
El último de tus besos siempre fue el más dulce,
la última sonrisa, la más brillante, el último gesto, el más grácil…»

09 febrero, 2007

SUERTE Y DESTINO

La cuerda sensible - Magritte

Parece más que evidente que, como los hábitos, las actitudes, los microbios y las hortalizas, la suerte se cultiva. A la sazón, que ésta última le aborde y colme a uno mientras está tirado como un pánfilo en la hamaca de la pigricia, parece algo más bien milagroso. Y, por contra, a nadie le debería extrañar que, a aquél a quien le va francamente bien, la suerte le haya encontrado trabajando (como dijo Picasso que a él le abordaba la inspiración, y como tan acertadamente remató S. Leacock: Creo muchísimo en la suerte y descubro que cuanto más trabajo más suerte tengo). Así, tal vez porque la suerte dependa en buena medida de una acertada combinación de preparación y oportunidad, lo que nos sucede, por lo general, no queda tanto en manos del azar como pudieran presagiar algunas-bastantes-muchas criaturas desencantadas de la vida.
En mi dinámica (y modesta) opinión, algo similar sucede con el destino. Es muy frecuente idear el destino como algo ajeno a nosotros, esencialmente inaccesible, que escapa a nuestro entendimiento y a nuestra voluntad, lo cual nos lleva a concebir la existencia humana de un modo determinista. «Era su destino», se suele decir. «Lo que tenga que ser, será», afirma también, con toda lógica, un proverbio sufí... Y parece que hayamos de resignarnos a aceptar los designios del hado, aquí con cargo a nuestra herencia judeo-cristiana, como si bien poco pudiéramos hacer por modelar y alterar nuestro guión de vida. Sin embargo...
Sin embargo, me resisto a semejante sometimiento y quisiera reivindicar otro modo de enfocar la cuestión. Tengo anotado en mi prontuario que el destino es la consecuencia de nuestro pasado, que nos sigue por delante. Y detrás de este aforismo y de la aparente paradoja que encierra, se sitúa para mí la clave interpretativa de muchos de los acontecimientos que nos suceden, y es ahí donde cobra sentido nuestra libertad para influir sobre ellos, a pesar del ineludible gobierno del azar.
Al igual que cultivamos nuestra suerte, todo cuanto vamos perpetrando no sólo modifica el presente, también afecta a nuestro futuro, influye en nuestro alrededor o, lo que es lo mismo, nos involucra en la vida y, en esta medida, no únicamente nos conforma sino que, asimismo, modela nuestro destino. «Cela que tu fais, te fait», dice un viejo proverbio francmasón.
Por todo ello, intuyo que cualquier momento es apropiado considerar lo importante que es no ceder a la fuerza de la corriente y labrarse la suerte e ir esculpiendo con voluntad el destino de cada quien. No deja de ser una manera de ir creciendo en libertad y de dar un sugestivo sentido (otro más) a nuestra propia vida.

04 febrero, 2007

PARÁBOLA ORIENTAL

Tamarack Swamp - Harris

A veces cargamos pesos que no merecemos, nos sentimos responsables de cosas en las que no tenemos parte y hacemos nuestros los problemas de otros, aunque para estos otros, los suyos, ni sean problemas. No permitimos que fluyan los acontecimientos sin más y, ansiosamente, nos obligamos a intervenir donde probablemente no hay ninguna necesidad de que aparezcamos, si no es para complicar más las cosas.
Viene esto a que tengo un amigo que lo repiensa todo y termina entrando en cien huertos, para salir de noventa de ellos escaldado. «Déjalo estar, hombre», le suelo decir. Pero de qué. Más que un punto de incorregible lo tiene ya de irrecuperable. Todavía hace unos días me vino con otra de sus cuitas. Realmente no había sucedido nada extraordinario, pero su preocupación no era tanto lo que había pasado sino lo que podía haber llegado a ocurrir ; total que, francamente apesadumbrado, no se quitaba de encima... el problema. Esto me recordó cierta parábola oriental que escuché hace años y que, al caso, terminé contándole. Finalmente, aceptó revisar la forma de encarar esos asuntos e intentar dejar que todo fluya con mayor naturalidad. Ya veremos.

Cuenta un relato budista que dos monjes, de regreso a su monasterio, caminaban orando en silencio por la ribera de un río. A la vuelta de un recodo, vieron a una joven y bella mujer que dudaba en la orilla a la hora de cruzar, consternada ante lo crecidas y revueltas que bajaban las aguas. A pesar de que, por su voto de integridad, los monjes tenían prohibido tocar a las mujeres, el mayor en edad de ambos se separó de su compañero, habló con la joven y, tomándola en brazos, la pasó no sin dificultad vadeando los rápidos a través del torrente. Varios minutos más tarde, regresaba desde la orilla opuesta junto a su acompañante, a quien, con una leve sonrisa, invitó a retomar la oración y el camino.
Cuando en el crepúsculo vespertino llegaron al monasterio, el monje novicio, taciturno y desconcertado por el comportamiento inapropiado de su compañero, pidió audiencia con el Venerable.
—Maestro —le explicó—: Estoy inquieto y terriblemente escandalizado, por lo que te voy a contar: Hoy orábamos junto al río, cuando mi compañero, viendo a una hermosa mujer que trataba de cruzar, la ha tomado en brazos y la ha cargado de una a otra orilla. Me temo que con su conducta ha violado su voto de pureza.
A lo cual, el Maestro le replicó:
—¿Y, dime, tú crees que lo que ha hecho es censurable? Deberías retirarte a meditar y mirar bien en tu interior, para ver quién está faltando a nuestro precepto: si tu compañero, que dejado hace tiempo a la mujer en la orilla, o tú... que aún cargas con ella encima.

Ni que decir tiene que, de existir, la moraleja es libre. Probablemente tanto como el espíritu del monje más añoso de esta ejemplarizante leyenda.
 
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