En nuestro entorno cultural inmediato, la sexualidad está cada vez más desligada de la reproducción, desvinculada del amor, de las ideas de certidumbre y estabilidad. Su transformación parece haber corrido en paralelo a la metamorfosis que tiene lugar en el ámbito de las relaciones humanas, sometidas a la presión de un mundo cada vez más complejo y cambiante, colmado de inseguridades. Un mundo en el que la esfera comercial lo impregna todo. Sobre todo en los países avanzados, donde consumimos compulsivamente para usar, desechar y hacer apetito para nuevos bienes.
En este contexto parece explicable que, también, el sexo sea muchas veces consumido de un modo urgente y veloz, como si fuera un producto más. No hay lugar ni tiempo para el disfrute, su misterio desaparece ante nuestros apremios y, con demasiada frecuencia, termina produciéndonos cierto vértigo y un poso de insatisfacción. Acaso porque, también, nuestras relaciones personales se ven marcadas por un carácter utilitarista, fugaz y precario... y porque, después de todo, amar compromete.
Pero lo que no parece haber cambiado en el ámbito de la sexualidad es el poco espacio existente entre la atracción y la penetración. Estos dos polos siguen siendo más valorados que el juego amoroso. Un juego que nuestra velocidad por «vivir» muchas veces arrincona. De hecho, existe un abundante gasto energético y publicitario en pos del ligue y la seducción... tras los que la unión pene-vagina se produce casi sin pasos intermedios. Es innegable la desproporción existente entre el vocabulario sexual genital y el corporal. Y pocas son las palabras acuñadas en nuestra lengua que aludan a las caricias, al esparcimiento amoroso... aunque, afortunadamente, todavía éste se da con mayor frecuencia de la que nos traslada el diccionario.
Decía Sartre que el deseo no es sólo el descubrimiento del cuerpo del otro, sino, sobre todo la revelación de mi propio cuerpo. Y, en este sentido, es importante considerar las posibilidades que nos plantea el hecho de amar, porque la sexualidad genital e instintiva está escoltada por una exploración sensorial, lúdica, afectiva... que es saludable considerar. Por eso, toda incursión fuera de los caminos trillados, aporta nueva viveza a la relación amorosa y constituye un campo fértil para desarrollar una comunicación respetuosa y creativa. Amar abre universos. Y la sexualidad, a pesar de los tiempos que corren, no transita por raíles.
En este contexto parece explicable que, también, el sexo sea muchas veces consumido de un modo urgente y veloz, como si fuera un producto más. No hay lugar ni tiempo para el disfrute, su misterio desaparece ante nuestros apremios y, con demasiada frecuencia, termina produciéndonos cierto vértigo y un poso de insatisfacción. Acaso porque, también, nuestras relaciones personales se ven marcadas por un carácter utilitarista, fugaz y precario... y porque, después de todo, amar compromete.
Pero lo que no parece haber cambiado en el ámbito de la sexualidad es el poco espacio existente entre la atracción y la penetración. Estos dos polos siguen siendo más valorados que el juego amoroso. Un juego que nuestra velocidad por «vivir» muchas veces arrincona. De hecho, existe un abundante gasto energético y publicitario en pos del ligue y la seducción... tras los que la unión pene-vagina se produce casi sin pasos intermedios. Es innegable la desproporción existente entre el vocabulario sexual genital y el corporal. Y pocas son las palabras acuñadas en nuestra lengua que aludan a las caricias, al esparcimiento amoroso... aunque, afortunadamente, todavía éste se da con mayor frecuencia de la que nos traslada el diccionario.
Decía Sartre que el deseo no es sólo el descubrimiento del cuerpo del otro, sino, sobre todo la revelación de mi propio cuerpo. Y, en este sentido, es importante considerar las posibilidades que nos plantea el hecho de amar, porque la sexualidad genital e instintiva está escoltada por una exploración sensorial, lúdica, afectiva... que es saludable considerar. Por eso, toda incursión fuera de los caminos trillados, aporta nueva viveza a la relación amorosa y constituye un campo fértil para desarrollar una comunicación respetuosa y creativa. Amar abre universos. Y la sexualidad, a pesar de los tiempos que corren, no transita por raíles.