22 diciembre, 2013

UN LUGAR EN EL UNIVERSO



Cuento de hadas - Paul Klee

Sé que existe un lugar en el Universo, en el que se amontonan desordenadamente las cosas bellas que no hemos sido capaces de dar. Un remoto rincón que nadie cuida, repleto de buenos deseos que se ahuyentaron en nuestro aliento, de sonrisas furtivamente desleídas, de miradas extraviadas hacia ningún lugar y lágrimas contenidas que salaron nuestros ojos; un territorio atestado de caricias que no rozaron piel alguna, de abrazos que agonizaban poco antes de nacer, de balsámicas palabras que se suicidaban en nuestra garganta, despeñadas en la oscuridad de un improductivo silencio.
Tal vez Dios efectivamente descansó aquel séptimo día, después de crear un Paraíso perfecto para un hombre y una mujer imperfectos; y supongo que, desde entonces, en el lugar recóndito del que hablo —acaso no lejos del asteroide B-612 de El Principito—, se acumulan sin tregua ni concierto las sencillas historias cotidianas de amor y de ternura que, abortadas por nuestra humana mezquindad, no nos hemos consentido vivir... Y, como me resisto a seguir perdiendo cuanto no acierto a dar o compartir, consciente de lo mucho que debo a la gente y a la vida, hoy he sentido la necesidad de recuperar este texto, escrito a medias y olvidado en la oscuridad de un cajón. Después, mentalmente he configurado una lista que te incluye: la lista de los de casa, de mis amigas y amigos, de quienes me enviáis de vez en cuando un entrañable correo o anónimamente transitabais bajo mi alféizar, entre las líneas que milagrosamente traduce en palabras el complejo sistema de signos y guarismos que nos enlaza. He pensado en ti, en que quería nombrarte y hacerte presente de manera especial, y he salido de buena mañana a darme un dominical paseo, decidido a compartir contigo (a pesar de los nubarrones que envuelven el presente) el sentimiento íntimo de ilusión por vivir que me posee...
Por todo esto, deseo significarte y darte las gracias, porque me animas a no enviar las cosas que buenamente puedo dar, a ese retiro del universo del que te hablaba: un lugar ignoto que estará muy lejos del asteroide que un día abandonó El Principito y al que finalmente hubo de regresar, para seguir cuidando su delicada flor... Ese maravilloso Principito que todos y todas alguna vez fuimos, y cuya bondadosa ingenuidad probablemente, todavía hoy, cobijamos en algún rincón soleado de nuestro corazón.

Hasta cualquier rato; hasta que tú quieras... Hasta la próxima vez.

12 mayo, 2013

Y HASTA SIEMPRE

Lento nacer - Agustín Úbeda


Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. No podría hablar de sentimientos e ignorar el estado de las cosas de ahí fuera; como tampoco podría hablar de la crisis, arrinconando la poesía. Todo se hace presente en esta tarea del ser humano que es vivir. Porque la vida de uno es terriblemente fugaz y, sin embargo, lo bastante espaciosa como para que le sucedan muchas cosas. Cosas aisladas, contiguas, yuxtapuestas; cosas extravagantes y predecibles, cosas que no te esperas. Escribir es, así, dar cuenta de lo que hay e involucrarse en el espacio-tiempo en que se vive; pero escribir es también un modo de regresar a uno mismo, y hasta de enajenarse, antes de cargar el ánimo de municiones para volver a salir. Y la munición del escritor es la palabra.

Comencé este cuaderno casi dos años antes de aquel septiembre de 2008, en que el banco estadounidense Lehman Brothers anunciara su inesperada quiebra, originando la sacudida financiera que inició esta crisis brutal que nos asola. El mundo occidental está ahora mucho peor que en noviembre de 2006, cuando esbocé el primer texto de El alféizar. Occidente, sí; pero asimismo Siria, Palestina, Afganistán, Congo, Sudán, Chad y tantos otros escenarios olvidados. Nuestra flamante civilización se enturbia en manos de seres sucios y deplorables, mientras gana terreno no sólo la pobreza, también la apología de lo trivial, el encumbramiento de la banalidad. Entretanto, qué tenemos: Una clase política enferma de ensimismamiento, cuando no de corrupción; sindicatos situacionistas e ineficaces en los que pocos confían; movimientos sociales desmembrados, carentes de un liderazgo que catalice la energía de la indignación y la transforme en compromiso creativo y solidario. Entonces, ¡cómo reinventarse, en una situación de absoluto atasco! Porque la era de las verdades profundas dio paso a otra de desasosiego y superficialidad, y si, al abandonar la primera, los de mi edad concebimos un mundo que al menos nos permitía soñar, a los jóvenes de hoy les estamos vetando ese derecho. Lejos de abrir puertas al futuro, les ofrecemos una regresiva vuelta atrás. Este sistema está agotado, y es triste y desesperanzador comprobar que, después de todo, nadie sabe realmente adónde vamos.
A pesar de todo, uno intenta ser positivo y piensa que, de todo esto, algún aprendizaje obtendremos, y que ello nos hará caminar de otro modo, más lejos de lo circunstancial y más próximos a lo esencial. Así, es probable que volvamos a reconocer el valor de las cosas, a apreciar el esfuerzo necesario para conseguirlas y a trabajar por conservarlas. Viviremos más de acuerdo con nuestras posibilidades y cambiará nuestra manera de consumir, que será más consciente y responsable. También quizá, cuando pase esta ola de neoliberalismo individualista, nos volvamos más sensibles y solidarios; incluso más espirituales. Es posible que, asimismo, cambien los modos de producción; que regresemos a formas de hacer más respetuosas con el medioambiente y con la Naturaleza; que hasta se produzca la impostergable regeneración política...
En fin, dentro de todo, la vida es esencialmente puro contraste: Escribo hoy, en plena crisis pero a la vez inmerso en una primavera henchida de luz y verdor, bajo un sol radiante; y con el fresco aliento vernal se abre un nuevo ciclo a mi alrededor. Por eso voy a dejar a un lado el escenario exterior del que hablaba, para explicarme desde la dulce melancolía que me aborda al poner un punto final a este cuaderno. Dejo El alféizar, y lo dejo con sensaciones encontradas que digiero sobre la marcha, como tantas otras de las que di cuenta, durante estos años, en el blog. El arte de viajar por el interior de uno mismo, consiste en metabolizar esa lectura de los territorios propios y externos que se conocen e imaginan, transitando por sus órganos y venas, sus callejas y rincones, absorbiendo de unas y otros los ruidos y silencios, cada latido, sus olores. De todo ello hablé. Y hablé de mí, pero también de las personas; y osé escribir sobre el amor y sus liturgias, sobre la transgresión, el sabio intercambio, los equívocos y la perplejidad amatoria. El amor, del que sabemos que existe y que nos ayuda a mantenernos en pie, en un mundo insólito y disparatado como el nuestro. Curioso es el amor, como curioso el pensamiento. De éste, del mío, mostré igualmente retales de lo que creía en cada momento, de un modo exploratorio y provisional, como yo siento que es, dinámico y vivo, el pensamiento... Y escribí desnudando esas convicciones (algunas con sello de caducidad) que renuevo a medida que esto avanza; esto, la vida, o, según se mire, la muerte; pues la gran paradoja existencial es que cuanto más prospera la vida, más, también, prospera la muerte. Y porque mis convicciones y mis dudas suelen viajar juntas, dejé constancia de que unas y otras tienen tanto de inseparables como de perecederas. Sí, existo luego pienso. Mi pensamiento cambia, como yo cambio. Los absolutos me inquietan profundamente y, ya que todo a mi alrededor es transitorio, siento que cuanto pienso también lo ha de ser. Ésta es hoy mi manera de adaptarme al desconcierto, de evitar subsistir en un estado de permanente incertidumbre. He aprendido a vacilar para mantenerme en equilibrio y, desde este equilibrio, me resisto a vivir al margen de la literatura y del amor, porque los necesito como el aire que respiro. Literatura, amor... retomo el bucle y vuelvo al comienzo: Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. Escribir para transgredir la norma, para saltarme los límites, para restaurarme, lejos de las interferencias y las obligaciones, para poder ser y convertirme en cualquier ser humano: un reflejo de quien soy, el artista, dios, este imbécil, cualquier criminal.
Reconsiderar la vida es un ejercicio que intento practicar con tanta frecuencia como responsabilidad y si, tras hacerlo, algo en mi perdura es una permanente sorpresa de ser real, de existir, que me mueve a trascender de mí mismo y a moverme hacia los demás, desde lo que tengo y soy, pues mi experiencia es, sin duda, el mejor punto de partida con el que cuento. Y a él, inevitablemente, regreso. Sabemos bien que hay un mundo de las cosas que no te esperas, en el que parece emboscarse todo lo malo que a uno puede suceder... Y lo bueno. Esto es lo que quiero subrayar: Lo bueno nos proporciona ilusión, alegrías y felicidad, pero también una parte de lo malo puede ser transformado en energía positiva, que es perfectamente transferible: de ser en ser, de persona a persona. Es mi humano compromiso, el de compartir lo hermoso que tiene la vida con mis semejantes; ahí está mi pecho, el hombro con hombro, mis oídos, una mano, el calor de un abrazo a tiempo y la esperanza. En estas coordenadas me sitúo, a día de hoy. Así es que, por esto y por más, por todo, que es tanto, quiero profesaros mi infinito agradecimiento a quienes habéis seguido cuanto he escrito. Estoy en deuda con vosotras y vosotros, mis contados y entrañables lectores, y sabed que os voy a echar terriblemente de menos; que se humedecen mis ojos cuando sonrío y os digo: ¡hasta siempre! Cuando, antes del punto final que ya pongo, lo último que deseo escribir es que os quiero.

05 mayo, 2013

HASTA EL MAR


Idilio en el mar - Sorolla

Me embarqué en la desesperada aventura de seguirte escribiendo, queridísima Miralles, como un acto de insolencia contra la verdad. Asumí seguir siendo quien soy, ante, por y para ti, a través de mis cartas; aquél a quien hace años conociste, un ser inquieto que lucha por mantenerse despierto, a duras penas entero, en medio de tanta fluctuación. Te dediqué la muestra más enternecida de esa pirotecnia verbal con la que me defiendo del mundo y de la que me valgo para resistir en mis coordenadas. Y te quise soñar amorosamente, bella durmiente, y te busqué donde no estabas, mientras mis ojos batían su mirada entre miles de seres atrapados por la prisa, interesados a secas en sí mismos, encarcelados en su propio pensamiento... Me perdí entre toda esa gente amurallada que no pudo conocerte y no sabe nada de ti, que jamás intuirá siquiera al ser libre que eres, Miralles. ¡Qué triste...!
Sé que cada quien es dueño de fabricar las verdades y mentiras que edifican su existencia, pero dudo que haya quien consiga experimentar algo que no sea vulnerabilidad y desasosiego construyéndose desde la reclusión. Porque percibir cuanto existe exige asomarse al mundo exterior, abandonar ese enclaustramiento condicionado por nuestra rígida manera de entender el mundo y la vida, de concebirlos. ¡Ah, la vida...! Hemingway solía decir que en la vida uno debe jugar las cartas que le han dado. Y, después de todo, pienso que él, al menos, tuvo la oportunidad de hacerlo; incluso la de decidir cuándo abandonar la partida...
Pero también te busqué entre tantos otros, a quienes he osado hablar de ti, de lo que representas para mí, Miralles. A esa gente que pasea bajo mi alféizar, y me lee y cincela a través de los riachuelos de palabras que improvisan mis desvelos y goces, mis obsesiones y mis lágrimas, a ellos y ellas, a quienes tanto debo, cuando te buscaba, lo hice: les hablé de ti.
Tal vez llevo demasiado tiempo aparentando estar cuerdo; tanto tiempo que termino por creer que realmente ya no es sólo mi pundonor, que hay una estructura que me sostiene erguido, como a un viejo y fatigado guerrero su armadura. Y ahora, mientras te escribo estas líneas, supongo que inevitablemente siempre ha sido y será así: que mantener el equilibrio es una agotadora tarea vital, propia de locos, y que la locura y la razón están separadas por un hilo tan frágil como el que limita a la vida con todo cuanto la niega. Esto es algo que ambos supimos un día, casi a la vez, y nada se nos hizo tan bruscamente real; nada, salvo la terrible e ineludible certeza de que tú, definitivamente, querida Miralles, jamás envejecerás... De que lo haré yo solo.

Anteayer contemplaba embelesado el minúsculo vértice de tierra en que el Maine encuentra al Loira y comienza a formar parte de su inmenso y bellísimo curso. Me pareció grandioso el paisaje eternamente cambiante que mi mirada registraba incansable en la quietud del otoño afianzado en una paz ocre y gris. Y me gustó repensar el viejo tópico de que nuestras vidas son como esos cauces que, inmemoriales, se fundieron para compartir el destino irrevocable que habrá de conducirlos hasta el mar. Sí, mi amantísima amiga, sé que en él nos veremos: en ese mismo mar en el que, un día lejanísimo e imposible, algo que no hemos sido capaces de imaginar osó crearnos. Espérame entretanto, mientras yo sigo mi curso, por favor. Mis ojos reclaman tu eterna sonrisa Miralles... Y quiero que sepas, y que jamás olvides, que cuando los cierro consiguen verte, aún plenos de esta luz meridiana que retiene su ardida memoria, atrapada en la belleza fluvial de las acuarelas angevinas.

28 abril, 2013

MI VIEJA POLAROID

Lido - Beckman


Apuro los últimos días, antes de recoger bártulos y dar carpetazo a la rutina laboral para coger vacaciones. Necesito desprenderme de un cierto cansancio, de esta relativa atonía. El caso es esfumarme, ¡yiap!, como si tal ratoncillo; salir, Miralles, moverme, viajar. Revivo mientras tanto esos ratos de charla con mi amigo Pere, ociosamente dilatados, disfrutados con una morosidad consentida, la mirada flotando siempre en la misma dirección, la única posible: la que lleva al mar... Escenas perduradas en nuestros encuentros, cada vez un verano tras otro hemos departido y reído, y nos hemos reconocido calladamente alguna nueva pata de gallo en los ojos que sonríen, el inexorable tránsito del tiempo que el bronceado sabiamente matiza. Pienso en Pere, pienso en Carlos y en Esteban; también en Txema. Pienso en ellos, mis amigos. Pienso en Laredo y Torredembarra, mis lugares estivales y mis mares. Días de agosto, días de holgar...
Conque casi ya organizo el viaje que haré pronto, esta vez hacia el norte. Y, pensando en todo un poco, me viene a la cabeza aquella foto que una tarde de verano le pedí que nos sacara a un guiri, con mi vieja polaroid, en la que está Pere con su mejor sonrisa mirando a la cámara, echándote un brazo por encima del hombro. Eso, porque tú posabas en medio de los dos (tras nosotros el mar), muriéndote de risa, no sé por qué... O sí; sí: porque yo había soltado un chiste malo que te hizo insospechada gracia. Luego dije: “Venga, digamos guiri, guiri, guiri...” Y, como no parabas de reír, te quise propinar un caderazo y saltó un inoportuno ¡clic!, o sea el guiri, o sea la foto... ¡Joder, qué mala pata! Le digo cenquiu soumach al tío, tomo la cámara, vemos revelarse la foto al instante... y estáis los dos genial. Yo, en cambio, parezco un tronchado convulso y descalabrado, girando desordeno el cuerpo hacia ti. Para más inri, con los ojos cerrados. “¡Mierda: Hay que sacar otra!”, suelto. “De eso nada, monada. Así te quedas, para la posteridad”, me rebates con una determinación que tiene algo de burlona coquetería. Ahora encima os reís más... y yo también, contagiado. ¿Te acuerdas...? Aquello sucedió hace unos cuantos años, ¿verdad? No lo sé precisar. O tal vez no... ¿Miralles? ¡Ah, sí! Decía Mark Twain que, de pequeño, podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no. Y a mí también me pasa todavía; te lo confieso. Es curioso... Por un momento he pensado que quizá esa vieja polaroid sólo ha existido en mi voluntad de verte, de tenerte en mi álbum de recuerdos, entre los míos. Tal vez toda esta ilusión la han previsto las arcanas y caprichosas conexiones sinápticas que se entrecruzan afanosas en mi cerebro, instigándome a recortar la inverosímil distancia que nos separa... Mientras consiento que te fugues de mis sueños, para hacerte más presente que nunca, para volverte real. Por eso, sí, ahora te veo. Como diga o como sea, antes de preparar la maleta, buscaré esa foto. La tengo que encontrar, sí sí, porque he decidido llevarla siempre en mis viajes, conmigo, junto al cuadrito de mis hijas en Túnez, que ya forma parte invariable de mi equipaje. Te llevaré junto a los míos, Miralles, en mi memoria... y seguiré dando fe del amor que te profeso en esta suerte de literatura que, como apunta Salvador Pániker, tal vez no sea sino una determinada forma de organizar las palabras, pero que, en lo que nos concierne, es la mejor manera que he encontrado de emitir mis señales, de reinventarme para ti, de mantenerte increíblemente plena aquí (¡ven, venga!), siempre a mi lado. 

21 abril, 2013

EN EL CORAZÓN DE LA NOCHE

Blue Moon - Michael Naples
Doce de la noche, de la noche de un junio de cortas y espléndidas noches, de lunas ávidas, grillos y cigarras, de olorosos tilos y dondiegos en flor. Noche de cerveza tostada y lenta, degustada a solas, lejana añoranza del cigarrillo innecesario, el vinilo susurrando un piano íntimo, este pliego que emborrono... Todo ello, y tanto más que callo, trenza el responso que me avecina a tu recuerdo, querida Miralles, mientras te haces presente y me envuelve cálido el momento en sus tules añiles y cenicientos. La noche: Noche de vaporosos cendales en la que amarro mi fantasía, mecido por una brisa que reclama tu recuerdo con el susurro de soplos imperecederos. Noche de quimeras, bella rada desde la que los brillos acerados de un mar profundo hurgan en la memoria del tiempo que hicimos nuestro, y me vuelven hacia ti para hablarte, como sólo puedo hablarte, ajeno al mundo con el que a diario forcejeo.
Pretendo llegar a ti, alcanzarte, dondequiera que estés, Miralles, porque soy uno de esos hombres a la antigua, que ven en las cartas un medio de trato, y de los más bellos, como decía Rilke, que yo también digo. Siempre que te escribo, me emplazo ante un espejo, hablándome para ti. Es esta idea del espejo, que me visita con asiduidad; el recogimiento, la muda voz interior. La idea también del silencio. Un silencio como el que se ha impuesto ya hace unos minutos, según terminaba la música y se retiraba la aguja de mi viejo y querido Marantz, con su mecánica retracción; este silencio, del que me apropio, apenas quebrado por el deslizarse de la pluma sobre el papel. Estelas de tinta azul, Miralles. Te escribo con nocturna tinta azul, regresando a mí mismo y sabiendo que esa libertad de entrarme y mirarme por dentro (la libertad misma) va dejando de ser un mero concepto, para convertirse ante ti en un sentimiento real y vivo, algo que, siquiera desde esta imposible distancia, vuelvo a compartir contigo...
Pero me tienta el sueño, noto el impulso de disiparme en la noche, tal que se disipa una estrella fugaz, un pensamiento aislado, un instante. Siento que todo pasa por mi mente, insinuando una imagen de cielo boreal, y ya me voy, como si cuanto he vivido en estos últimos minutos fuera el rastro de una vela que hiende furtiva el aire, un reflejo del último rayo de sol millones de veces atardecido, el remoto eco de un deseo en el corazón de esta noche, tan especial como estrictamente tuya... Mientras te imagino inspirando aquellos versos al mejor Neruda: Me gusta cuando callas porque estás como ausente / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca...

 
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