26 junio, 2011

DIVINA FRAZADA

El abrazo - Carbonell

Regreso hoy a tu lado, cansado de batirme en las afueras de mí mismo, y una vez más encuentro en ti el bálsamo que me conforta. Tal vez porque interpretas mi gesto y cuanto callo, tus manos han comenzado a recorrer mis hombros desnudos. Me duele el alma, rebosada y enferma de mundana realidad, pero, bajo el delicado gobierno de tus caricias, ahogo una queja y cierro los ojos. Siento un grato alivio cuando me aflojo, rendido a la exploración que nace de tu intuitiva ternura y dejo de pensar, en medio de esta atmósfera que sabiamente has creado: el silencio de la habitación, la luz trémula de una vela, blanca la sábana que huele a lavanda fresca y sobre la que, boca abajo, me pides que me tumbe... Y te acomodas a horcajadas sobre mí, deslizando tus dedos lentamente por mis omoplatos, mis flancos, la espalda entera, repasando cada uno de los poros por los que respira mi piel. Me siento mecer, como un crío en su cuna; comienzo a notarme mejor. Entonces susurras algo que apenas sí entiendo y ronroneo ligeramente aturdido. Sigue, pienso; sigue un poco más... Y sólo percibo la fricción de tus caricias reconociendo mis músculos, cada inserción en los huesos, amasando la carne que los recubre. Me concentro en la fugacidad del momento; registro casi imperceptible la respiración pausada que acuna cada uno de tus balanceos, la cadencia de tus manos repasando pacientes mi nuca, cercando mi cuello como si lo quisieran mansamente atrapar... Ven, te digo al fin; no te canses. Y en ello vas cediendo, te dejas abatir sobre mí, ingrávida, con la ligereza de un velo de seda. Tu pelo se desborda sobre mi cara ladeada, tus hombros y brazos van cerrándose sobre los míos, la blanda presión de tu pecho en mi espalda, la de tu vientre amoldándose en un ligero vaivén a mis glúteos, tus piernas y pies... Siento el abrigo protector, el peso de tu cuerpo arropándome ahora como una divina frazada. Y ya no percibo fatiga alguna...
Por breve que sea lo que entre nosotros acontece, me olvido del mundo y nada existe más allá de este cuarto ni de este instante. No sé si acaso ya duermo, no sé si tal vez sueño... Estamos tú y yo, solos, y el aire aposentado que compartimos parece absorber nuestra misma presencia. Anhelos que se diluyen morosamente en los sumideros de mi conciencia. Me olvido del reloj para apropiarme del tiempo, forcejeando en los confines de todo cuanto existe... Mientras mi amor por ti parece dirimirse en la penumbra de la habitación, cuando, con un hilo de conciencia, mis labios musitan leales tu nombre. En este apartado oasis, mi última palabra... Tu nombre.

19 junio, 2011

LOS REINOS DE LA CASUALIDAD

Barreras melódicas - Xul Solar

Supo algo después que se llamaba Marta, pero, en la fría tarde de invierno, era una de las dos chicas a las que preguntó por el centro cívico de aquel barrio, en cuyo auditorio se representaba Melocotón en almíbar, de Mihura.
—Es aquí mismo; nosotras también vamos.
Pepo hizo el corto trayecto con ellas. Al llegar, Marta sacó de su bolso un par de entradas.
—Perdonad, pero el pase... ¿no era libre?
—Sí, pero las entradas había que retirarlas de antemano. Si no tienes, estás de suerte, porque me sobra una.
—¡Genial! Me estáis salvando la noche.
Ambas sonrieron el cumplido, según accedían a la sala. No era una función numerada pero, por no abusar de confianza, Pepo se despidió con un hasta luego y gracias, sentándose dos filas detrás de ellas. Poco después, comenzada la obra, Marta se volvió hacia él y cruzaron sus sonrisas en la penumbra del auditorio. Pepo la observaría a su antojo en diferentes momentos: Treinta y tantos, pelo rojizo y una cara exclusiva, rebosante de gracia; con un toque intelectual, realzado por las gafas con las que seguía la representación...
Cuando ésta terminó, con una prolongada salva de aplausos y tres bises de los actores, Pepo aguardó a las chicas en el pasillo lateral:
—Tenéis diez segundos para tramar una excusa y no aceptarme un pote por aquí cerca.
Ellas se miraron entre sí.
—La verdad es que hemos quedado con una persona...
—Vaya, me lo temía.
—Pero igualmente puedes venir —resolvió Marta—. ¿Te animas?
Pepo dijo que encantado. Y pensó que así solían surgir los mejores planes, en uno de los reinos que la casualidad improvisa sin descanso. Cuestión de saber detectarlos, de estar fino. Porque la casualidad es la revelación de un orden que se nos escapa, y se explaya en longitudes de onda difíciles de registrar... Salvo que uno adiestre y dirija con pericia sus humanas antenas, se dijo ufano. Así es que, ya en la calle, hablaron de la obra y Pepo fue consciente de estar mirando a Marta de un modo privativo, como se mira a la persona en quien, precisamente, la casualidad parece encarnarse para erigir uno de sus infinitos dominios. Supo como por ensalmo que se podía enamorar y el hecho trivial de ir a tomar un vino con ella y su amiga, dio una inesperada mano de felicidad al momento.
Llegados al bar, Pepo conoció a la persona con quien habían quedado. Fue Marta, siempre más locuaz, la que hizo las presentaciones:
—Por cierto —dijo—, yo soy Marta, ella Carol, ya nos conoces —rió—, y él Luis, mi novio. Y tú, ¿cómo te llamas?
—Yo, Pepo; me llaman Pepo —dijo entonces, chocando la mano al tal Luis.
Y tragó saliva, maldita sea, mientras se comenzaba a ciscarse en sus estúpidas teorías sobre la casualidad, las longitudes de onda y su birria de antenas de plástico... y exhibía, en aquel malogrado momento, su más cumplidora y resignada sonrisa.

12 junio, 2011

15-M: COMPROMISO Y PRUDENCIA

Conversación - Genovés

Vivimos semanas en los que se respira una atmósfera de ilusión en buena parte de la sociedad española. Una sociedad en la que la contestación ha aflorado con enorme fuerza, haciendo que miles de conciencias, que parecían entumecidas, estén viviendo un genuino despertar. Tan es así que la indignación se ha convertido en un valor que bulle febril entre la gente más joven, calando intensamente en todos los sectores sociales. Y se habla constantemente de los indignados, sí... Aunque ni estos son los primeros, ni los únicos. Desde la derecha más refractaria de este país hasta ciertos grupúsculos anti-sistema, diferentes frentes vienen mostrando una virulenta indignación con respecto a la política de los Gobiernos español y europeo, y su tan decepcionante gestión de una crisis provocada por la Banca y los Mercados. Cabría preguntarse, entonces: ¿cuál es el elemento diferenciador de este nuevo movimiento?
La indignación es básicamente una emoción y, como tal, nace de nuestra humana química; esa misma que ha movilizado a tanta gente apremiándola a tomar las plazas para protestar y reivindicar una democracia real ya. Afortunadamente, la energía de esta vivificante y multitudinaria expresión ha sido hasta el momento adecuadamente canalizada y el civismo protagonizado por quienes han tomado las calles está siendo mayormente ejemplar. Lo cual, en mi opinión, ya marca una diferencia, con respecto a otras indignaciones.
Pero, en este contexto, no sólo quienes parecen poseídos por una irritación ultramontana, también distintos medios de comunicación conservadores y situacionistas, ponen todo su celo en desacreditar las concentraciones y asambleas, las acampadas de perroflautas, aprovechando su incipiente descomposición y el previsible riesgo de que se vayan degenerando hasta su extinción, con el colateral desencanto de gran parte de la ciudadanía. Por eso, para continuar forjando la estructura que convierta esta corriente en una plataforma de reivindicación cohesionada, en un grupo de presión eficaz, va siendo hora de cambiar de estrategia. Nada surgirá de lo vivido, si la indignación no se transforma en compromiso. Compromiso activo para trabajar de un modo organizado, con disciplina, método... y prudencia.
La ocupación ha hecho visibles tanto una decepción profunda como la inequívoca exigencia de promover grandes cambios en la vida política actual, y el 15-M ha aglutinado a demasiada gente como para que sus impulsores puedan permitirse dar pasos en falso. Por esto, a partir de ahora, para hacer pedagogía no va a ser suficiente con estar en-contra-de o a-favor-de una idea o propuesta. Porque la calle crea vínculos mientras duran las emociones y las complicidades, pero, tras la retirada de los espacios públicos, todo ese ímpetu corre el riesgo de diluirse; algo que sólo se evitará si se impone el pragmatismo. Lo realmente necesario es continuar reflexionando, debatir, proponer, hacer... y todo ello desde la constancia, la serenidad y la mesura. Así puede entenderse el salir a la calle como un extraordinario medio de expresión reivindicativa, pero la enérgica protesta manifiesta en las plazas no servirá de gran cosa si no es trabajada a cubierto.
En fin, la indignación que muchos venimos sintiendo será un inestimable manantial de energía transformadora si se logra derivar hacia el compromiso. De ahí, la necesidad de elaborar propuestas creativas y audaces, pero también realistas y viables, que puedan ser comprendidas y apoyadas por amplios sectores de la ciudadanía. La capacidad de esperanzar es, sin lugar a dudas, otro elemento diferenciador de este prometedor movimiento. Y consolidarse su siguiente gran reto.

05 junio, 2011

VIEJAS RUTINAS

Manet en Wraight - Morisot

Vuelvo a escribir, hoy que es un día cualquiera, por experimentar el tornadizo placer de la exploración literaria. Sin saber bien adónde llegaré, pero yendo, y empezando justo en el punto en que dejé este cuaderno, para cerrar el paréntesis que a principios de año decidí regalarme. Buscaba entonces un entreacto en el que descansar y obtener perspectiva, la que supuestamente proporcionan la pausa escénica, el dejar de actuar, ese tiempo de barbecho en medio de la obligación contraída... Y creo haberlo logrado. También procuré fortalecer las rutinas que inveteradamente me ocupan: el ejercicio físico, un cierto orden entre mis quehaceres más prójimos, la intendencia de las propias cosas, los paseos sabatinos, la lectura en la cama antes del sueño. Inseparables compañeras de viaje, me envuelven las rutinas: esas viejas usanzas cuyo cortejo admito con moderado placer de chico aplicado y que, de algún modo, me defienden del vacío y me restauran, haciendo que me sienta a gusto con lo que soy... y agradecido por lo que tengo. Que, reconozco, no es poco.
Además he podido revisar mis compromisos, redescubriendo frente al espejo a un tipo idealista y práctico que se mimetiza inadvertido en la fotografía de la cotidianidad. Alguien que carbura a golpe de dietario y, según observa, goza, se indigna y bromea, también intenta conducir sus inquietudes, reinventando el propio guión de vida. Quizá de todo ello se deriva el que, igualmente en este tiempo de rutinas, haya mantenido la relativa armonía de mi ecosistema íntimo y una serenidad suficiente en medio de la agitación que en la calle se respira. Lo cual aprecio considerablemente, porque cuando se pretende actuar viene bien tener a mano un ramillete de estrategias para tenerse en pie, y esto lo tengo bien aprendido. Con todo, albergo un notable grado de convencimiento de que las rutinas terminan por hacerle a uno la vida más llevadera.
Pero amo a la vez la rutina y la aventura, y así sucede que he disfrutado tanto, cada vez que decomisaba al calendario un tiempo para mí, desviándome de mi hoja de ruta, por el placer de descubrir otros panoramas. O cuando me he entregado a una batida nocturna con algún viejo amigo, o consumado la inofensiva gamberrada anual que me reconcilia con el joven que aún rabia en mi pecho... dedicando un brindis a esa memoria privativa de cada cual, que también cada cual va escribiendo en los márgenes de su cuaderno de bitácora.
Después de todo, tal vez porque mi vida interior se aposenta en la curiosidad, en la inquietud por saber y hacer, miro a mi alrededor y constato que, entre las cunetas de las viejas rutinas, camino. Que camino en ocasiones sin un por qué, persuadido de la importancia esencial del movimiento. Y confieso que me sienta de primera que así sea... Como asimismo sucede hoy, que es un día cualquiera, y me agrada tanto esto de ponerme de nuevo a escribir, sin saber bien adónde llegaré, pero llegando, y habiendo empezado justo en el punto en que dejé este cuaderno, para cerrar un paréntesis. Aquel paréntesis de entonces... al fin y al cabo, más bien por todo, digo yo, o sea y sin embargo.
 
ir arriba