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Lento nacer - Agustín Úbeda |
Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. No podría hablar de
sentimientos e ignorar el estado de las cosas de ahí fuera; como tampoco podría
hablar de la crisis, arrinconando la poesía. Todo se hace presente en esta
tarea del ser humano que es vivir. Porque la vida de uno es terriblemente fugaz
y, sin embargo, lo bastante espaciosa como para que le sucedan muchas cosas. Cosas
aisladas, contiguas, yuxtapuestas; cosas extravagantes y predecibles, cosas que
no te esperas. Escribir es, así, dar cuenta de lo que hay e involucrarse en el
espacio-tiempo en que se vive; pero escribir es también un modo de regresar a
uno mismo, y hasta de enajenarse, antes de cargar el ánimo de municiones para
volver a salir. Y la munición del escritor es la palabra.
Comencé este cuaderno casi dos años antes de aquel septiembre de 2008, en
que el banco estadounidense Lehman
Brothers anunciara su inesperada quiebra, originando la sacudida financiera
que inició esta crisis brutal que nos asola. El mundo occidental está ahora mucho
peor que en noviembre de 2006, cuando esbocé el primer texto de El alféizar. Occidente, sí; pero asimismo
Siria, Palestina, Afganistán, Congo, Sudán, Chad y tantos otros escenarios olvidados.
Nuestra flamante civilización se enturbia en manos de seres sucios y deplorables,
mientras gana terreno no sólo la pobreza, también la apología de lo
trivial, el encumbramiento de la banalidad. Entretanto, qué tenemos: Una clase política enferma de ensimismamiento,
cuando no de corrupción; sindicatos situacionistas e ineficaces en los que pocos
confían; movimientos sociales desmembrados, carentes de un liderazgo que catalice
la energía de la indignación y la transforme en compromiso creativo y solidario.
Entonces, ¡cómo reinventarse, en una situación de absoluto atasco! Porque
la era de las verdades profundas dio paso a otra de desasosiego y superficialidad,
y si, al abandonar la primera, los
de mi edad concebimos un mundo que al menos nos permitía soñar, a los jóvenes
de hoy les estamos vetando ese derecho. Lejos de abrir puertas al futuro, les
ofrecemos una regresiva vuelta atrás. Este sistema está agotado, y es triste y
desesperanzador comprobar que, después de todo, nadie sabe realmente adónde vamos.
A pesar de todo, uno intenta ser positivo y piensa que, de todo esto, algún
aprendizaje obtendremos, y que ello nos hará caminar de otro modo, más lejos de
lo circunstancial y más próximos a lo esencial. Así, es probable que volvamos a
reconocer
el valor de las cosas, a apreciar el esfuerzo necesario para conseguirlas y a
trabajar por conservarlas. Viviremos más de acuerdo con nuestras posibilidades
y cambiará nuestra manera de
consumir, que será más consciente y responsable. También quizá, cuando pase
esta ola de neoliberalismo individualista, nos volvamos más sensibles y solidarios;
incluso más espirituales. Es posible que, asimismo, cambien los modos de producción;
que regresemos a formas de hacer más respetuosas con el medioambiente y con la Naturaleza;
que hasta se produzca la impostergable regeneración política...
En fin, dentro de todo, la vida es esencialmente puro contraste: Escribo
hoy, en plena crisis pero a la vez inmerso en una primavera henchida de luz y
verdor, bajo un sol radiante; y con el fresco aliento vernal se abre un nuevo
ciclo a mi alrededor. Por eso voy a dejar a un lado el escenario exterior del
que hablaba, para explicarme desde la dulce melancolía que me aborda al poner
un punto final a este cuaderno. Dejo El
alféizar, y lo dejo con sensaciones encontradas que digiero sobre la marcha,
como tantas otras de las que di cuenta, durante estos años, en el blog. El arte
de viajar por el interior de uno mismo, consiste en metabolizar esa lectura de
los territorios propios y externos que se conocen e imaginan, transitando por
sus órganos y venas, sus callejas y rincones, absorbiendo de unas y otros los
ruidos y silencios, cada latido, sus olores. De todo ello hablé. Y hablé de mí,
pero también de las personas; y osé escribir sobre el amor y sus liturgias,
sobre la transgresión, el sabio intercambio, los equívocos y la perplejidad
amatoria. El amor, del que sabemos que existe y que nos ayuda a mantenernos en
pie, en un mundo insólito y disparatado como el nuestro. Curioso es el amor,
como curioso el pensamiento. De éste, del mío, mostré igualmente retales de lo
que creía en cada momento, de un modo exploratorio y provisional, como yo siento
que es, dinámico y vivo, el pensamiento... Y escribí desnudando esas
convicciones (algunas con sello de caducidad) que renuevo a medida que esto avanza;
esto, la vida, o, según se mire, la
muerte; pues la gran paradoja existencial es que cuanto más prospera la vida,
más, también, prospera la muerte. Y porque mis convicciones y mis dudas suelen viajar juntas, dejé constancia
de que unas y otras tienen tanto de inseparables como de perecederas. Sí,
existo luego pienso. Mi pensamiento cambia, como yo cambio. Los
absolutos me inquietan profundamente y, ya que todo a mi alrededor es
transitorio, siento que cuanto pienso también lo ha de ser. Ésta es hoy mi
manera de adaptarme al desconcierto, de evitar subsistir en un estado de permanente
incertidumbre. He aprendido a vacilar para mantenerme en equilibrio y, desde este equilibrio, me resisto a vivir al
margen de la literatura y del amor, porque los necesito como el aire que respiro.
Literatura, amor... retomo el bucle y vuelvo al comienzo: Escribir desde dentro, pero escribir en el mundo. Escribir para
transgredir la norma, para saltarme los límites, para restaurarme, lejos de las
interferencias y las obligaciones, para poder ser y convertirme en cualquier
ser humano: un reflejo de quien soy, el artista, dios, este imbécil, cualquier
criminal.
Reconsiderar la vida es un ejercicio que intento practicar con tanta
frecuencia como responsabilidad y si, tras hacerlo, algo en mi perdura es una
permanente sorpresa de ser real, de existir, que me mueve a trascender de mí
mismo y a moverme hacia los demás, desde lo que tengo y soy, pues mi
experiencia es, sin duda, el mejor punto de partida con el que cuento. Y a él,
inevitablemente, regreso. Sabemos bien que hay un mundo de las cosas que no te esperas, en el que parece emboscarse todo lo
malo que a uno puede suceder... Y lo bueno. Esto es lo que quiero subrayar: Lo
bueno nos proporciona ilusión, alegrías y felicidad, pero también una parte de
lo malo puede ser transformado en energía positiva, que es perfectamente
transferible: de ser en ser, de persona a persona. Es mi humano compromiso, el
de compartir lo hermoso que tiene la vida con mis semejantes; ahí está mi pecho,
el hombro con hombro, mis oídos, una mano, el calor de un abrazo a tiempo y la
esperanza. En estas coordenadas me sitúo, a día de hoy. Así es que, por esto y
por más, por todo, que es tanto, quiero profesaros mi infinito agradecimiento a
quienes habéis seguido cuanto he escrito. Estoy en deuda con vosotras y vosotros,
mis contados y entrañables lectores, y sabed que os voy a echar terriblemente
de menos; que se humedecen mis ojos cuando sonrío y os digo: ¡hasta siempre! Cuando,
antes del punto final que ya pongo, lo último que deseo escribir es que os
quiero.