17 marzo, 2013

LAS PEQUEÑAS COSAS

Interior - Billgren

Hace tiempo que quería hablarte de las pequeñas cosas, Miralles. Tú que me conoces bien, sabes lo que para mí significan, lo que me inspiran, el sentido que aportan a lo que soy y a cuanto tengo. Cuando observo cómo se nos explica la Historia, reparo en que siempre hemos buscado las razones que dan un sentido a la vida en la épica de las gestas memorables. Somos en cierto modo hijos putativos del deseo, de la codicia, del anhelo de cuanto que no podemos poseer. Pero dime, ¿tiene algo que ver esto con nosotros, con nuestra deliberada orfandad? Alguien objetará que así ha evolucionado el mundo y a mí se me arquea entonces una ceja, como cuando escucho a los santurrones mediáticos hablar de una prosperidad y un progreso de los que, aunque no reniegue, sí cuestiono seriamente su radical humanidad.
Uno diría que la vida se nos cuela, mientras esperamos que algo extraordinario cambie nuestra existencia insulsa; y, entretanto, seguimos posponiendo proyectos y menospreciando cuanto tenemos y nos rodea, sin reparar en el hecho de que, tal vez, la riqueza de la vida brilla en esas pequeñas cosas que acompañan nuestras cotidianas transiciones. Porque existe una grandeza en las cosas corrientes que, quizá inadvertidas para la mayoría, se vuelven bellas cuando uno las mira. Una grandeza, como espléndidamente dice Muriel Barbery, “ataviada con indumentaria cotidiana... que surge de la certeza de que (cuanto sucede) es como tiene que ser, de que está bien así.”
Es realmente difícil que no termine pegándosele a uno, por más que se proteja, una cierta anodinia existencial, desde el momento en su invasor polimorfismo acecha por todas partes. Pero tampoco todo es insensibilidad, ni mucho menos. Elegancia, concordia, belleza, intensidad... son una suerte de fragancias que existen en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Es cosa de descubrir este inmediato universo, de darse cuenta de que no todo cuanto se nos ofrece es estúpido, mediocre y fatuo. Sabiéndolo, entonces, dime: ¿Crees que estamos siendo capaces de apreciarlo? Apuesto a que sí.
Te conste, en cualquier caso, querida Miralles, que eres para mí una de esas riquezas de las que hoy te hablo, y que iluminas y engrandeces mi vida. Te aprecio como no imaginas, pequeña-cosa. Comparto contigo la intimidad sin rejas que nuestros encuentros propician, y, recogida en mi pecho, guardo la certeza de saberte cerca y, en cierto modo, de pertenecerte... Sí, Miralles, de pertenecerte sin arrebatos.

 
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