Uno de estos días de vacaciones, hice una preciosa ruta en bicicleta junto al Loira, un río que me conquistó hace ya mucho tiempo y que, desde entonces, baña mi corazón. Tantas veces como lo he admirado, me ha regalado lo mejor de sus paisajes estacionales y su cambiante y preciosa luminosidad. Si uno se acerca por los alrededores de Angers, especialmente entre mayo y octubre, y tiene oportunidad de agenciarse una bici todo terreno, que no dude en comenzar a pedalear para disfrutar de los parajes que acompañan el curso del río, con sus pueblitos y sus fértiles vegas engalanadas de viñedos.
Arrancamos a primera hora de una tarde desde Bouchemaine, en La Pointe, el precioso lugar en el que el Maine y el Loira hermanan sus cauces, e hicimos, sin ninguna prisa, una veintena de kilómetros por lugares apenas visibles sobre el mapa, y con nombres lógicamente extraños para quien no conoce la zona, pero igualmente bellos y llenos de historia y encanto. Como, por ejemplo, Béhuard, con apenas doscientos habitantes, cuya coqueta capilla del siglo XV, construida sobre una roca, sirvió en numerosas ocasiones de refugio a la pequeña población, ante las crecidas del Loira. Merece ver su interior, una de cuyas paredes está constituida por el propio e irregular peñasco a la que permanece adherido.
De Béhuard, cruzando pistas seguras, perfectamente señalizadas, se puede acceder a la zona vitivinícola de Savennières y atravesar los viñedos que dan nombre a la denominación de unos espléndidos blancos, secos o dulces, estos últimos ideales para tomar como aperitivo o acompañando un foie-gras. Los esmerados rótulos que hacen referencia a los domaines (propiedades) y a los châteaux (casas de los viñedos, algunas verdaderos palacios), comenzaban a proliferar según cruzábamos la región. Dando un rodeo, llegamos a Chalonnes, una isleta del Loira, con una preciosa ribera (muy cerca de otro lugar con indudable encanto, Rochefort-sur-Loire), y desde la que regresamos para acabar en La Possonière. Allí pudimos repostar en una de las tan célebres guinguette francesas, una suerte de merenderos ubicados en las orillas de los ríos, donde se disfruta del ambiente francés más típico y tradicional, tomando y picando algo y, en los fines de semana, escuchando canciones populares, interpretadas normalmente por el tan clásico acordeón. La guinguette de La Possonière tiene de muy especial su enclave sobre el Loira. En ella, sentados alrededor de un velador, vimos morir la tarde, con un vino fresco y joven del país, mientras una vez más me dejaba embelesar por el río, disfrutando en esta ocasión de la serena y plateada luz con la que replicaba el paisaje de sus orillas...
Arrancamos a primera hora de una tarde desde Bouchemaine, en La Pointe, el precioso lugar en el que el Maine y el Loira hermanan sus cauces, e hicimos, sin ninguna prisa, una veintena de kilómetros por lugares apenas visibles sobre el mapa, y con nombres lógicamente extraños para quien no conoce la zona, pero igualmente bellos y llenos de historia y encanto. Como, por ejemplo, Béhuard, con apenas doscientos habitantes, cuya coqueta capilla del siglo XV, construida sobre una roca, sirvió en numerosas ocasiones de refugio a la pequeña población, ante las crecidas del Loira. Merece ver su interior, una de cuyas paredes está constituida por el propio e irregular peñasco a la que permanece adherido.
De Béhuard, cruzando pistas seguras, perfectamente señalizadas, se puede acceder a la zona vitivinícola de Savennières y atravesar los viñedos que dan nombre a la denominación de unos espléndidos blancos, secos o dulces, estos últimos ideales para tomar como aperitivo o acompañando un foie-gras. Los esmerados rótulos que hacen referencia a los domaines (propiedades) y a los châteaux (casas de los viñedos, algunas verdaderos palacios), comenzaban a proliferar según cruzábamos la región. Dando un rodeo, llegamos a Chalonnes, una isleta del Loira, con una preciosa ribera (muy cerca de otro lugar con indudable encanto, Rochefort-sur-Loire), y desde la que regresamos para acabar en La Possonière. Allí pudimos repostar en una de las tan célebres guinguette francesas, una suerte de merenderos ubicados en las orillas de los ríos, donde se disfruta del ambiente francés más típico y tradicional, tomando y picando algo y, en los fines de semana, escuchando canciones populares, interpretadas normalmente por el tan clásico acordeón. La guinguette de La Possonière tiene de muy especial su enclave sobre el Loira. En ella, sentados alrededor de un velador, vimos morir la tarde, con un vino fresco y joven del país, mientras una vez más me dejaba embelesar por el río, disfrutando en esta ocasión de la serena y plateada luz con la que replicaba el paisaje de sus orillas...