18 abril, 2010

QUERER LO QUE SE HACE

Desocupados - Berni

Confieso que no termina de convencerme la fórmula de selección que obra tras esa imagen tan repetida en la que quien opta a un puesto de trabajo ha de avanzar sobre la mesa del examinador sus titulaciones, casi antes de poder decir siquiera buenos días. Alguna vez me ha tocado actuar en este escenario y revisar y puntuar currículos, esos compendios obtenidos a fuerza de hincar el codo y aflojar la tela, que nos preceden a la hora de incrustarnos en el feroz mundo de la competencia profesional. Y si no me dicen gran cosa es porque, detrás de ellos, se ve poco más que una presunta erudición, resumida y pasada a limpio, permaneciendo absolutamente emboscada la persona que me interesa, la más... real.
Pero, hablando de mostrar las propias credenciales, tampoco me gustan demasiado las biografías, versiones con ínfulas literarias de lo que uno dice que ha hecho en este mundo, por razón de que en ellas se borra más que se escribe y porque nunca alcanzarán a contener aquello que el biografiado declinó realizar en su vida. Y es que esto también le hace a uno quien es: la renuncia a todo lo que pudo ser... y fue decidiendo que no sería.
Sea cual sea el caso, con mejor o peor carta de presentación, saber lo que uno quiere hacer en la vida, es mayormente una eterna preocupación de juventud que, con ser ciertamente difícil, no parece un problema insoluble. Para la inmensa mayoría de la gente, el problema universal, el gran problema de todas las edades y tiempos, una vez sabido lo que se quiere, sigue siendo poder hacer lo que se quiere...
Sin embargo, y aunque no quiero convertir este desenlace en un galimatías, ya sentenció el viejo Tolstoi que el secreto de la felicidad no consiste en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer lo que se hace.
 
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