04 abril, 2010

ILUSIÓN Y VIENTO

El violinista azul - Chagall

No recuerdo haber tenido que enmascararme apenas, para llegar a ser quien ahora soy: Este hombre cualquiera que se asea con pulcritud y desayuna fuerte, trabaja lo necesario y se cuida sin exageraciones, alguien que premedita bastante sus actos, pero casi nunca demasiado, el tipo que forcejea con el mundo, acaricia a solas el aire, compone en su cabeza sensaciones y trenza y escribe sus retales de vida para saberse, para tenerse en pie. Este mismo hombre que también se impacienta y sulfura, el vehemente que gesticula y hace vientos con los brazos, quien, cuando los lobos acechan, se blinda hasta los dientes, agazapado en una esquina prestada de la campana de Gauss; el que defiende los cuatro principios que le quedan, a base de alambradas...
No, para llegar hasta aquí, no me tuve que cubrir tanto.
Cuando leo mis viejos diarios y rememoro fragmentos de mi infancia, redescubro al crío desnudo que, al igual que todos, fui; al niño aquel que, como decía Mark Twain, podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no... Y, al hacerlo, aún siento cómo latía su corazón cuando corría entusiasmado en pos de materializar sus fantasías, y su agitado afán por abrirse paso y avanzar, buscando claros en el paisaje umbrío de un bosque de incógnitas. Le recuerdo también deslumbrado, pese a todo, por la extraña luminosidad de las pequeñas revelaciones, de los matices delicados, de las cosas bellas...
Tal vez mis evocaciones no sean del todo precisas, pero tengo para mí que,
entonces, el chiquillo que fui se armaba de viento y de ilusión para abordar sus sueños y, ahora que lo pienso, creo que probablemente viento e ilusión eran lo único y más hermoso que, para crecer y hacerse mayor, aquel niño siempre supo que tenía a mano.
 
ir arriba