El abeto no tiene opción al comenzar su vida en la grieta de una roca, y sobre el suelo se eleva un tronco retorcido, que ha crecido en arrebatos irregulares de energía, estropeado por las ramas muertas y quebradas y doblado hacia un lado por los impetuosos vientos. Sin embargo, en lo alto de su copa algunas ramitas mantienen sus agujas verdes año tras año y dan prueba de que, aunque imperfecto, deforme y lleno de cicatrices, el árbol vive.