Mi imperfección es magnífica. No hay gran cosa que por mis propios medios haga enteramente bien, y eso me convierte en un ser polifacético y entretenido, de vocación diletante. Soy un tipo mondo, pasable y del montón, alguien que transita inadvertido a paso de ciudad, con un aire equívocamente abstraído. Estoy compuesto de mil materias, y mi estúpido mérito es tenerlo en cuenta y derivar de ello ciertas consideraciones de orden práctico y vital. Como la de reconocerme plenamente en el ser híbrido que me habita: un puro mestizo, al parecer consistido en un 80% por agua, junto a millones de bacterias... y algo de vino los fines de semana. El resto me componen otras médulas cuyos ingredientes desconozco pero que, al científico entender, se renuevan total y cumplidamente cada pocos años.
He aquí entonces que, por esta evolutiva gracia, un ser nuevo saluda al mundo cada vez que tal renovación acaece y se deja ver por ahí, lanzando besos a la deriva. Sonrío, pues le conozco: Soy yo, dando cuenta una vez más del ser genuinamente imperfecto que alojo. ¡Ah, amigos: adoro esta certeza! La proclamo casi con orgullo, me siento ufano en mi hermosa condición. Advierto mis niveles de litio aceptablemente compensados y apuesto por ser capaz de perpetrar dos cosas a la vez, siempre y cuando una de ellas sea respirar. ¡Y vaya que lo hago! De manera que sigo escribiendo y respiro; respiro bien, a fondo y, aunque a ratos bufe mis ansias, siento que algo grande fluye en mi interior con insolente arrojo. Es mi encantadora imperfección, mi bendita inconsistencia humana, fuente de cuanto maquino, dispongo y creo. Sí, la protagonista de mis forcejeos con el mundo, la que cargo a expensas de un corazón arrítmico que le bombea voluntad, la toda y mucha voluntad con que me adhiero obstinadamente a la vida.
Imperfecto como pocos, tanto y tanto sin embargo: Hijo de remotas cenizas estelares, soy una mota de polvo dorada por un haz de luz, un soplo de aire a la vuelta de la esquina, el chispazo azaroso que me alumbró: esa milagrosa y bella deflagración que es cada átomo de vida... en medio de una oscura inmensidad.
He aquí entonces que, por esta evolutiva gracia, un ser nuevo saluda al mundo cada vez que tal renovación acaece y se deja ver por ahí, lanzando besos a la deriva. Sonrío, pues le conozco: Soy yo, dando cuenta una vez más del ser genuinamente imperfecto que alojo. ¡Ah, amigos: adoro esta certeza! La proclamo casi con orgullo, me siento ufano en mi hermosa condición. Advierto mis niveles de litio aceptablemente compensados y apuesto por ser capaz de perpetrar dos cosas a la vez, siempre y cuando una de ellas sea respirar. ¡Y vaya que lo hago! De manera que sigo escribiendo y respiro; respiro bien, a fondo y, aunque a ratos bufe mis ansias, siento que algo grande fluye en mi interior con insolente arrojo. Es mi encantadora imperfección, mi bendita inconsistencia humana, fuente de cuanto maquino, dispongo y creo. Sí, la protagonista de mis forcejeos con el mundo, la que cargo a expensas de un corazón arrítmico que le bombea voluntad, la toda y mucha voluntad con que me adhiero obstinadamente a la vida.
Imperfecto como pocos, tanto y tanto sin embargo: Hijo de remotas cenizas estelares, soy una mota de polvo dorada por un haz de luz, un soplo de aire a la vuelta de la esquina, el chispazo azaroso que me alumbró: esa milagrosa y bella deflagración que es cada átomo de vida... en medio de una oscura inmensidad.