Luisa, su mirada esquiva. Como un insecto en la telaraña, la culpa atrapada en sus pupilas. Palabras cuarteadas y resecas, anticipos del adiós más definitivo. He bebido vino desesperadamente, sin siquiera picar algo a la hora de comer. Después un resto de coñac. Salgamos del apartamento, dice, aquí me ahogo. Y nos vemos caminando por la playa desierta de enero, ambos, juntos, sin querer. Le imploro más que digo entonces: volvamos a ser los que fuimos; y me contesta: lo siento, Arturo, yo... ya sólo puedo mirar hacia delante. Luego, silencio; nuevamente el silencio. Palabras que languidecen moribundas, como las olas en la orilla; lágrimas abortadas en el mismo pertinaz, intolerable silencio. Debe hacer un frío que no llego a registrar, mientras anochece apresuradamente para los dos... Y de repente no quiero verla, es algo superior a mí, me aparto de ella y corro. Corro loco, borracho por la arena húmeda y apelmazada de la última luz. Solo, corro solo y desquiciado hacia la orilla, bajo las tinturas púrpuras y amarillentas del cielo deshilachado. Corro salpicándome entero, entre espumas de un mar violeta y negro, abocándome al vacío. Loco, borracho, tanto da. No me vuelvo, imagino que Luisa es apenas un bulto que se pierde tras de mí, empequeñecida, dura, oscura como un escarabajo en la arena gris, cada vez más lejana... Y entonces me rompo por el mismo eje y grito desgarrado. Porque nada tiene sentido. Grito ronco y fuerte, porque todo ha terminado, y la desesperación se me clava a conciencia en el pecho, como la tabla astillada de un batel desguazado. ¡Mierda!, grito. Ser los que fuimos, ¡Dios!, todo se ha perdido... Todo quedó allí, en algún lugar irrecuperable del pasado. Recuerdos confusos que flotan en el mar eterno, derrelictos de un naufragio. Todo se ha perdido, gimo. Me detengo jadeante, me hinco de rodillas en la arena fría, mojado una y otra vez por la estela infinita de las olas, y lloro. Se hace la noche, tanto da. Roto y borracho, yo, Arturo, sollozando entre vapores de salitre y alcohol. Roto, reventado, solo. Harto de todo. Luisa, Dios mío, ¡mierda...! Estoy loco y muerto. Tanto da todo, Dios, lloro; tanto da...