Basta con observar una conversación cualquiera, para terminar intuyendo que el diálogo tiene algo-bastante de exhibicionismo, de autopromoción verbal, incluso de vanidad. Supongo que, cuando uno habla y opina, busca mostrar que tiene un criterio y, aún más, que ese criterio es propio y que desea hacerlo público y sostenerlo con decoro. La mayoría de las conversaciones nos mueven a mostrar nuestro parecer, desplegando ante los demás la consistencia de nuestro pensamiento, de nuestra cosmovisión. Y al constatarlo no eludo revisar mi propio proceder en este ámbito: Sea o no llamativo (adelanto que para mí no lo es), me he descubierto muchas veces sin opiniones que hacer valer ante los demás, sobre los más diferentes temas. Y creo que mayormente no he tenido problema en confesarlo, en decir: «Vaya, no sé; no tengo una idea clara al respecto.» Pero, también, en otras ocasiones me he animado a improvisar una respuesta y (como nos sucede alguna que otra vez a todos), sin querer, he construido sobre la marcha un criterio sorprendentemente sólido. Lo que decía Noel Clarasó: que "de muchas ideas nuestras no nos habriamos enterado jamás, si no hubiéramos sostenido largas conversaciones con otros". Tiene su gracia, esto tan latino de improvisar... En todo caso, y volviendo al principio, siempre me ha parecido poco edificante la pertinacia con la que muchas personas se obstinan en tratar de convencer a otras de que están equivocadas. Y yo me pregunto: ¿Se puede estar realmente equivocado? ¿Es que alguien posee la verdad, cuando lo que manifiesta es simplemente su opinión?
Me viene al pelo aquella vieja anécdota del astrónomo, el físico y el matemático, que viajaban en tren por tierras de Escocia. El astrónomo vio a través de la ventanilla una oveja negra en medio del campo: «¡Es fantástico —exclamó—, aquí las ovejas son negras!» A lo que, raudo, el físico repuso: «No puede decir esto, amigo mío. Sucede que algunas ovejas escocesas son negras.» Finalmente fue el matemático quien, suspirando, intervino: «Perdónenme ambos, pero la realidad es que en Escocia existe al menos una pradera que contiene al menos una oveja que tiene al menos un lado que es negro.»
Con todo lo cual, quiero defender que lo de tener un criterio sobre cuanto acontece a nuestro alrededor (que en el fondo es interpretar la realidad sobre la base de la propia razón) tal vez no sea tan trascendente como por lo general nos parece, para situarnos en el mundo. La verdad parece tener mucho de privado y bien poco de universal... Sobre todo si se considera la socorrida idea de que todo es según el color del cristal con el que se mire.
Me viene al pelo aquella vieja anécdota del astrónomo, el físico y el matemático, que viajaban en tren por tierras de Escocia. El astrónomo vio a través de la ventanilla una oveja negra en medio del campo: «¡Es fantástico —exclamó—, aquí las ovejas son negras!» A lo que, raudo, el físico repuso: «No puede decir esto, amigo mío. Sucede que algunas ovejas escocesas son negras.» Finalmente fue el matemático quien, suspirando, intervino: «Perdónenme ambos, pero la realidad es que en Escocia existe al menos una pradera que contiene al menos una oveja que tiene al menos un lado que es negro.»
Con todo lo cual, quiero defender que lo de tener un criterio sobre cuanto acontece a nuestro alrededor (que en el fondo es interpretar la realidad sobre la base de la propia razón) tal vez no sea tan trascendente como por lo general nos parece, para situarnos en el mundo. La verdad parece tener mucho de privado y bien poco de universal... Sobre todo si se considera la socorrida idea de que todo es según el color del cristal con el que se mire.