01 marzo, 2009

LAWRENCE

El Nilo - Marta Garralda

Yo soy parte del sol, como mis ojos son parte de mí. Mis pies saben perfectamente que yo soy parte de la tierra; y mi sangre es parte del mar. No hay ninguna parte de mí que exista por su cuenta, excepto quizá mi mente. Pero en realidad mi mente no es más que un fulgor del sol sobre la superficie de las aguas.
(Apocalipsis, David Herbert Lawrence)

Supe de la existencia de Lawrence cuando, en el Cine-Club de Llodio, en el que colaboraba (¡lástima que prácticamente hayan desaparecido estos espacios!), se proyectaba un ciclo sobre el director Ken Russell y, entre otras películas suyas, pude ver Mujeres enamoradas. A Glenda Jackson le habían concedido un Oscar por su papel por su magnífica interpretación, como una de las hermanas Brangwen... y me faltó tiempo para ir a comprar el libro en el que estaba basada. Me fascinó aquella lectura, que superaba el fiel reflejo en el que se había convertido sin duda la peli. Así fue como Lawrence, díscolo, atacado, controvertido y enfermo, entró en mi inquieta juventud. Aquel libro, junto a El Arco Iris y El amante de Chatterley, configuraron una trilogía que, en mi particular biografía literaria, dejarían una huella indeleble.
Creo haber leído tres veces Mujeres enamoradas, y otras tantas haber visto la película. Por eso admiro el tratamiento abierto que Lawrence dio a la sexualidad (se habló de esta novela como la "épica del vicio", en plena moral victoriana), su forma de confrontar las formas de pensar, las creencias y las pasiones de quienes protagonizan sus novelas.
D. H Lawrence fue un incansable viajero, movido por su afán de conocer, pero también por la necesidad de encontrar climas benignos para sobrellevar una tuberculosis que arrastró de por vida y a la que, finalmente, no pudo vencer. Moriría el 2 de marzo de 1930.
 
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