24 abril, 2007

さくら - SAKURA


La floración de los cerezos (sakura) es un hito notable en el calendario japonés, pues señala el final del invierno. En Japón hay decenas de variedades de este bello frutal que, como es sabido, da unas preciosas y delicadas flores, entre blancas y rosáceas. Tengo leído que los cerezales japoneses más famosos son los del monte Yoshino, en donde en la sakura (como aquí, en el Valle del Jerte) se produce una extraordinaria nevada de flores blancas que cubre por completo los campos.
La sensibilidad nipona se complace en la efímera belleza y en el resplandor de los cerezos florecidos, también para trascender del hecho de la propia floración, porque, además, la sakura simboliza la fragilidad de la existencia humana. El cerezo primaveral es un motivo de regocijo, de agradecimiento y de celebración por todo lo que sucede y por todo lo que es. En esta época, corren los días más hermosamente nevados, allá en el Lejano Oriente. Como curiosidad, anoto que la flor del cerezo se precipita a una velocidad de 5 centímetros por segundo... Y, como dato marginal, que, precisamente, un día como hoy mismo, 24 de abril, ajeno a la floración de los cerezales, que también entonces enlucía las campiñas japonesas, tuve la dicha de aparecer por aquí. Claro, que de esto hace ya mucho tiempo... Y debe de ser esa perspectiva la que le da gracia a la cosa, un año y una vez más.
 
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