La calle - Genovés
Vaya, la que está cayendo en los últimos tiempos,
con ese empeño en combatir el llamado sexismo lingüístico (o sea: el
uso del masculino genérico para referirse a personas de ambos sexos) y, por
extensión, el lenguaje machista. «¡Fuera el sexo del lenguaje, que
ahora es de género!» Vale, vale; acepto. Pero, me digo: la utilización del
plural genérico, ¿es realmente machista?
Como apunta José Aguilar, en un artículo al respecto,
el Diccionario Panhispánico de Dudas señala que los seres vivos tienen
sexo, mientras que las palabras lo que tienen es género. De la misma
manera, el masculino gramatical se emplea para referirse a individuos de la
misma especie, sin distinción de sexos. Igual que hay genéricos femeninos que
describen a hombres y mujeres. Por ejemplo, víctima. Esto obedece a una ley
general de las lenguas: la economía expresiva.
Personalmente no tengo mayores dudas y busco emplear
un lenguaje inclusivo, hablando del alumnado o la ciudadanía,
evitando desdoblamientos de género, del mismo modo que, en sentido contrario a
la moda militante, voy y le pregunto a un amigo por sus hijos (sin menoscabo de
que alguno de ellos sea chica), y no por su progenie, que me parecería pedante.
Y es que, como acatemos a pies juntillas y llevemos a su extremo las propuestas
de esta nueva ofensiva ideológica, el resultado puede ser sencillamente
delirante. Porque, de hacerlo, el director de un colegio habría de dirigirse a
su concurrencia con un: Estoy con todos vosotros y todas vosotras, padres y
madres de los niños y las niñas, en representación de los profesores y las
profesoras de este Centro..., de igual modo que cualquiera podría estar
tentado a largar bufonadas tales como: tengo un amigo periodisto, que es
muy buen persono.
¿O estoy regando fuera del tiesto! Este atacante e
indigesto lenguaje, que a uno le termina produciendo retortijones, se extiende como
un mar de chapapote en las instancias administrativas, amenazando con intoxicar
la espontaneidad de la expresión coloquial, a la que pretende liquidar, so
pretexto de la desaparición del machismo. Pero es que yo creía que el machismo
en el lenguaje era otra cosa y, más que otra cosa, hasta casi una actitud... Verbi gratia: Quienes me conocen
saben que evito decir que estoy hasta los cojones de algo, y que no me parece
de buen tono expresarse así. Como tampoco veo apropiado que una mujer sustituya
la locución por su orgánica correspondiente, anunciando que está hasta sus femeninas
gónadas, también de algo. Sea cual sea el género del sujeto parlante, no me
seduce esta forma de hablar, porque la encuentro rabanera y saturada de trazas
machistas. Pero tampoco haré apología de un trasnochado puritanismo lingüístico,
con él que nada me identifico. Me gusta, sí, la frescura en el uso y, si ésta
pasa por calzar un taco a voleo, bien dicho estará, siempre que a nadie ofenda.
Y
tres cuartos de lo mismo sucede con la moda cada vez más generalizada de
feminizar los participios activos, que no son sino derivados de
los tiempos verbales. Porque el participio activo del verbo atacar es
atacante; el de salir es saliente; el de cantar es cantante y el de existir, existente. ¿Cuál es el del verbo
ser? Pues es el ente, que significa
"el que tiene entidad", en definitiva "el que es". Por
ello, cuando nombramos a la persona que denota capacidad de ejercer
la acción que expresa el verbo, se añade a éste la terminación
"-nte". Así, a quien dona se le llama donante, con independencia
del sexo de quien efectivamente realiza la acción.
De forma análoga, se dice capilla ardiente,
no "ardienta", estudiante (no
"estudianta"), independiente (no "independienta");
paciente, dirigente o residente...
No soy un inmovilista, pero tampoco me gusta que se
saquen las cosas de quicio. Al contrario de lo que igualmente se está perpetrando,
no ya al hablar sino al escribir, con esas molestas barritas (estimados/as),
tan de misiva burocrática que son... Por no hablar de la aberrante arroba,
venida en mala hora de la Pérfida Albión, y que inunda de psicodélicas
espirales algunos textos, en un delirio de cloroformo que termina desenfocando
la vista de quien lee, hasta llevarle a perder la concentración.
Cabe preguntarse
si nuestros políticos, y muchos periodistas y progres de vinito y canapé, en su
defensa a ultranza del género, hacen un incorrecto uso de la lengua por motivos
ideológicos... o por ignorancia de la gramática de aquello que estudiamos
como Lengua Española. A lo que, abiertamente, yo me digo: ¿No sería saludable una pizca de
sentido común, para que esto tan necesario de hablar y escribir no termine
siendo un despropósito? Por mi parte, sólo pido una cosa: Si se han de echar
arrobas de algo sobre un folio, por favor: ¡que sean de sensatez!