16 enero, 2007

IDENTIDAD ANIMAL


Era casi de esperar que, en cuanto suprimieran el distintivo provincial de nuestras automovilísticas matrículas, se nos resintieran los orgullos identitarios. Así es que les sobró tiempo a los más avezados para encontrar un sucedáneo, que ya me tienen en vilo por ver cuál será el próximo bicho que, en la retaguardia del coche, refleje la identidad animal de la Comunidad Autónoma de su propietario. Que me perdonen los que se han adherido (una pegatina) a la iniciativa, pero no podía pasar por alto el asunto, por la parte que me toca.
Lo del toro español para mí siempre ha tenido resabios nacional-festivo-alcoholeros y nunca me ha hecho la menor gracia el aire apologético con que se exhibe. Que los catalanes, esta vez a rebufo, sacaran su burro en extinción a las carreteras, se me antojó una reluctancia centrífuga más, que busca desimantarse del soberano centralismo folclórico y político. Pero que alguno de por mi euskal entorno pusiera ovejas a mansalva en circulación por las vías patrias, me pareció el tope-total. Como por estos pagos no hay ornitorrincos para bordar lo que hubiera sido el definitivo hecho diferencial vasco, pillamos una oveja latxa de nuestros pastizales, le hacemos la consabida pegata-homenaje y ya está: Txapela buruan eta ibili munduan.
Y mira por dónde, después de todo, he de reconocer que, la tal, nos viene que ni pegada, aunque a mí no me seduzca un pimiento. Pero es que la oveja es como es: de rebaño; y no hay más que ver un concurso televisado de perros-pastor, para apreciar la innata docilidad que demuestra, su natural facilidad para moverse en tropa y a golpe de consignas. Por esto, que les pregunten a nuestros pastores autóctonos, sean de monte o de púlpito, si no está bien traído el animal. ¿O es que los vascos y las vascas no vivimos de consignas! Porque aquí y ahora, lo de menos, aunque parezca lo de más, es la ideología, que ya está liquidada. Cuando Woody Allen soltó al respecto aquello de: Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me encuentro muy bien, algunos de por aquí bien vislumbrábamos que, en los tiempos que vuelan, no es cosa de pensar demasiado, que eso ya no se lleva, sino de tener siempre a mano una ocurrente consigna.
Y, a la sazón, aún hay quien considera que somos el no-va-más en cuestión de rebeldía, vaya, pero lo cierto es que nuestra rebeldía suele ser gregaria y que tendemos a circular bien obedientes al lema de la marcha y sin que nadie se salga de la fila, como en una buena retención de carretera. De manera que me reboto en el pavimento nacional, resignándome a aceptar la mala pécora que triunfa entre mis paisanos, mientras espero a que espabilen gallegos y andaluces, siempre más lentos y parcos en materia identitaria. Creo que no me sorprenderé, si un día veo un coche con un percebe coruñés adherido en su trasera o con un muflón de Cazorla. O sea que Ceuta y Melilla pelearán con Canarias por el camello, Extremadura hará un referéndum sobre si acuñar el cerdo ibérico, no fuera que les saquen cantares en las otras dieciséis Comunidades, y Murcia y Cartagena se las tendrán entre sí para escoger cada una el suyo (animal) propio. El caso es dar con él, la cosa: reivindicarse.
A partir de lo cual, ya me veo a padres con hijos, en esos veraniegos desplazamientos por carretera, tan eternos y tediosos, jugando, en vez de al veo-veo, al dime qué bicho lleva ése... que te diré de dónde es:
—¡Mira, papá: aquél tiene pegado un mejillón-tigre!
—Anda, es verdad: Pues serán de Zaragoza, pobres, que así tienen el Ebro...
 
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