Era casi de esperar que, en cuanto suprimieran el distintivo provincial de nuestras automovilísticas matrículas, se nos resintieran los orgullos identitarios. Así es que les sobró tiempo a los más avezados para encontrar un sucedáneo, que ya me tienen en vilo por ver cuál será el próximo bicho que, en la retaguardia del coche, refleje la identidad animal de la Comunidad Autónoma de su propietario. Que me perdonen los que se han adherido (una pegatina) a la iniciativa, pero no podía pasar por alto el asunto, por la parte que me toca.
Lo del toro español para mí siempre ha tenido
resabios nacional-festivo-alcoholeros y nunca me ha hecho la menor gracia el
aire apologético con que se exhibe. Que los catalanes, esta vez a rebufo,
sacaran su burro en extinción a las carreteras, se me antojó una reluctancia
centrífuga más, que busca desimantarse del soberano centralismo folclórico y
político. Pero que alguno de por mi euskal
entorno pusiera ovejas a mansalva en circulación por las vías patrias, me
pareció el tope-total. Como por estos pagos no hay ornitorrincos para bordar lo
que hubiera sido el definitivo hecho diferencial vasco, pillamos una oveja latxa
de nuestros pastizales, le hacemos la consabida pegata-homenaje y ya está: Txapela
buruan eta ibili munduan.
Y mira por dónde, después de todo, he de reconocer
que, la tal, nos viene que ni pegada, aunque a mí no me seduzca un pimiento.
Pero es que la oveja es como es: de rebaño; y no hay más que ver un concurso
televisado de perros-pastor, para apreciar la innata docilidad que demuestra,
su natural facilidad para moverse en tropa y a golpe de consignas. Por esto, que
les pregunten a nuestros pastores autóctonos, sean de monte o de púlpito, si no
está bien traído el animal. ¿O es que los vascos y las vascas no vivimos de
consignas! Porque aquí y ahora, lo de menos, aunque parezca lo de más, es la
ideología, que ya está liquidada. Cuando Woody Allen soltó al respecto aquello
de: Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me encuentro muy bien,
algunos de por aquí bien vislumbrábamos que, en los tiempos que vuelan, no es
cosa de pensar demasiado, que eso ya no se lleva, sino de tener siempre a mano
una ocurrente consigna.
Y, a la sazón, aún hay quien considera que somos el
no-va-más en cuestión de rebeldía, vaya, pero lo cierto es que nuestra rebeldía
suele ser gregaria y que tendemos a circular bien obedientes al lema de la
marcha y sin que nadie se salga de la fila, como en una buena retención de
carretera. De manera que me reboto en el pavimento nacional, resignándome a
aceptar la mala pécora que triunfa entre mis paisanos, mientras espero a que
espabilen gallegos y andaluces, siempre más lentos y parcos en materia identitaria.
Creo que no me sorprenderé, si un día veo un coche con un percebe coruñés
adherido en su trasera o con un muflón de Cazorla. O sea que Ceuta y Melilla
pelearán con Canarias por el camello, Extremadura hará un referéndum sobre si
acuñar el cerdo ibérico, no fuera que les saquen cantares en las otras
dieciséis Comunidades, y Murcia y Cartagena se las tendrán entre sí para
escoger cada una el suyo (animal) propio. El caso es dar con él, la cosa: reivindicarse.
A partir de lo cual, ya me veo a padres con hijos, en esos veraniegos desplazamientos por carretera, tan eternos y tediosos, jugando, en vez de al veo-veo, al dime qué bicho lleva ése... que te diré de dónde es:
A partir de lo cual, ya me veo a padres con hijos, en esos veraniegos desplazamientos por carretera, tan eternos y tediosos, jugando, en vez de al veo-veo, al dime qué bicho lleva ése... que te diré de dónde es:
—¡Mira,
papá: aquél tiene pegado un
mejillón-tigre!
—Anda, es verdad: Pues serán de Zaragoza, pobres, que así tienen el Ebro...
—Anda, es verdad: Pues serán de Zaragoza, pobres, que así tienen el Ebro...