11 noviembre, 2012

ESA MUECA ASTRAL



L'oeil Cacodylate - Picabia 
 

Yo vine al mundo calvo, con gafas y muy joven. Lo cual sospecho que obró a favor de que, desde bien pronto, me fuera interesando por las arquitecturas de madera, los sellos, la música, la poesía, las chicas y los amores, las preguntas prohibidas. Confieso que, de todo ello, coleccioné hasta empacharme y que terminé por orientar mis simpatías más adultas hacia la comunicación humana en general y el buen vino en particular. Por otra parte, nada me sedujeron mil materias, que considero de todo punto prescindibles. Hablo de la adivinación, la pornografía emocional televisada o el sistema de medidas anglo-sajón, por mentar un algo.
Pero, volviendo al origen, hay quien atestigua que, amén de calvo, miope y muy joven, de niño era tan sumamente movido que si me libré de algún sambenito fue por ser, aquélla de entonces, una época más de clérigos que de terapeutas. Conque aprendí a vacilar para mantenerme en equilibrio y postergué eso de coger las riendas de mi vida, convencido de que, después de todo, yo era el caballo. Arreé, pues, hasta la madurez, y conservé del angelito que fui una cierta candidez y otra cierta dispersión existencial que no merma mi ahínco por centrarme en vivir.
Como fuera, salí chico obediente salvo en asuntos de la guerra. Por ahí no paso, dije un día, y me hice objetor a las armas; quizá no sirvió para gran cosa, pero tenía que hacerlo. Cabalgando-cavilando, también desarrollé una cierta sensibilidad espiritual, que me alejó de las iglesias y de aquella España rancia del No-Do, de sus mandamases y señoritingos, de su perfil gris y taurino, de todo cuanto en ella negaba el progreso y un futuro.
Precisamente llegando el futuro, me puse a trabajar, pero siempre sin matarme, más que nada para no perder lo cotizado. Y, justamente porque no me maté, pude plantar un árbol, escribir mi libro y tener prole. Por cierto, la admirable mujer que me socorrió en esto último también intentó el célebre triplete (árbol, libro, prole), pero, tal vez por carecer de aficiones literarias, echó el resto en las botánicas y, sin un arbolito a mano, fue a mí a quien tuvo a bien plantar. Dada mi opinión sobre ciertas pérdidas, no se lo reprocho.
Con todo, a día de hoy mi corazón indemne sugiere una suerte de hospedería cuya zona más soleada está permanentemente habitada. También hay en él un lugar helador, donde nunca da el sol, pero ése es de mi intransferible propiedad y no doy razón de él salvo, acaso, en esa literatura con la que enmascaro la realidad, para hacerla más humana y tolerable.
Es así como me ubico, en una esquina estadística de esta sociedad de excesos, por cuya nefasta impiedad tan defraudado estoy, aunque de mi pesimismo exima en general a las personas, en quienes creo porque a diario les pongo cara y corazón, algo que ya me parece bastante.
Tal es mi retrato escrito. Al redactarlo, he intentado ser razonable, como quien no quiere la cosa, y aún debería añadir que me va estupendo, habida cuenta de que, sobre la tierra que piso, doy por evidente que lo más normal es estar muerto. En resumidas cuentas: soy el hombre de mi vida; y me repito por lo bajini que no sé qué haría yo... sin mí.
Como quiera que sea la cosa, agradezco la compasiva lectura que se me hace y honradamente advierto de que, la coincidencia de estas notas con la realidad, no deja de ser sino un reflejo más de esa mueca astral que hace de la existencia de cada quien una pura broma. De modo que me sirvo un trago y brindo por vivir, que de eso se trata. Amén.

 
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