05 diciembre, 2010

LA STANZA

La stanza - Damaride Marangelli

Todo comenzó con aquel cuadro de Damaride, ya le digo. Lo había comprado en una exposición colectiva, en Milán, porque me gustaba la sugerencia de infinitud que me transmitió desde el primer golpe de vista. Un viaje al universo de lo imperceptible, a partir de la reducción a la mínima expresión de una imagen en la que el lienzo que la sostiene es, aparentemente, lo de menos. En fin, para que se haga una idea, se trata de una estancia con un cuadro representando la misma estancia, a su vez con otro cuadro... Lo imagina. Bien; el caso es que al cruzar la sala, en una de cuyas paredes lo había colgado, sentía frecuentemente la necesidad de detenerme ante él. Lo observaba sin ver nada especial... y, sin embargo, algo de aquel lienzo me llamaba poderosamente la atención. Algo, no sé qué, que no alcanzaba a entender. Una, otra vez... Hasta que un día eché mano de la lupa de los sellos, no le he dicho que soy filatélico, y me puse a examinarlo... Entonces descubrí una especie de borrón mínimo que me llevó a coger mi cámara digital y tomar una imagen de aproximación con los tubos de extensión. Esta es otra de mis pasiones, la fotografía. Montando los tres tubos junto al objetivo, conseguí una ampliación extraordinaria. El zoom aplicado en la edición de la imagen hizo el resto. ¡Increíble, lo que descubrí...! En el centro de la pantalla de mi ordenador, es decir en el fondo del lienzo, había una figura humana, de perfil, un hombre ataviado como un caballero renacentista, con melena y mostachos en punta, cubierto con un holgado blusón. Empuñaba la paleta de óleos, frente a un caballete y un lienzo en blanco, tal vez el último cuadro de la serie, pensé... Permanecí estupefacto. De verdad, sólo un virtuoso del miniaturismo podría haber ejecutado aquello con semejante precisión. Una mujer: Damaride. ¡Qué maravilla!, me dije. Qué maravilla...
Y fue curioso: A partir de este singular hallazgo, podría decirle que casi lo olvidé. Casi... porque, tras unas breves vacaciones en el lago de Como, ya el mismo día de mi regreso comencé a tener sensaciones extrañas al moverme por la casa. Sin saber qué era, me encontré una vez más frente el cuadro. Supe que allí había algo diferente, imperceptible, pero diferente. Así es que tomé una nueva fotografía de aquella tela, la amplié en el ordenador... y para mi mayor asombro, créame: ¡el pintor ya no estaba! ¿Cómo podía ser...? ¡Había desparecido! Quedé boquiabierto, comparando durante minutos las imágenes obtenidas con apenas un mes de diferencia: La que le he descrito y esta reciente, en la que, aquel lienzo en blanco de la primera, ahora era la representación de una nueva estancia, réplica de las anteriores... Imagine mi turbación. El cuadro de Damaride desde entonces se convirtió para mí en una auténtica pesadilla. Más cuando, aquella misma tarde, comencé a presentir que no estaba solo en la vivienda, que allí había otra... presencia. Perdone, me falta el aire... Ufff...! Un día, exhausto, terminé envolviendo el cuadro en una sábana vieja y guardándolo en el fondo del trastero. Total, para nada. Seguí y sigo igual de desazonado, con este insomnio que me martiriza... Y, fíjese en lo que le digo, por las noches he comenzado a pintar. Sí, a pintar obsesivamente. Pinto ruidos, los ruidos de la madera que piso, los de las puertas que se cierran y... Usted me cree, ¿verdad...? A veces siento que algo me atraviesa, que mi pulso se desdobla. Permanezco por segundos terriblemente agitado y es que ni mi propia respiración parece pertenecerme. Por increíble que le parezca, aquel hombre... Aquel hombre me habita. Sí, tengo la plena certeza de que es así. Por eso he venido. Y porque estoy desesperado, como no puede imaginar. Se lo ruego, ahora dígame lo que piensa... Porque usted entiende de esto y me va a ayudar, ¿verdad, doctor
?

( La web de Damaride: http://damaride.blogspot.com )
 
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