Los Clark - Hockney
Un buen amigo mío sostiene que en los diez primeros minutos que compartes con alguien a quien acabas de conocer se establece la futura relación que con él o ella vas a tener. Cosa de química, al parecer. Pues bueno, si así fuera, una de las personas con quien, para bien, tuve esa suerte de temprana revelación fue con Marta.
Conocí a Marta hace cuatro años y, si bien nuestros contactos son esporádicos, siempre ha habido una sensación compartida de que existe sobrada sintonía como para que el tiempo en que nos vemos se agote en un santiamén y nos queden pendientes muchos ratos de charla. Conectamos pronto, casi en aquellos primeros diez minutos, y eso le da una consideración especial a nuestras citas.
Hace poco quedé con ella. Tomamos un par de vinos en la calle Dato, hacía un calor infernal. No llevábamos media hora poniéndonos al día, cuando ya estábamos envueltos en una conversación sobre las biografías emocionales de cada quién. Hablábamos de relaciones pretéritas, de asuntos de pareja, de amigos recién separados o en la cuerda floja, de la manera de cerrar capítulos, de entender, de aceptar, de ser perdonados y de perdonar...
—Dado el caso, no se trata sólo de entender lo que pudo pasar. Salvo que uno sea un zoquete, entender es relativamente sencillo. Lo difícil suele ser aceptar —le decía yo.
—Vivir con ello, sin que te moleste.
—Y perdonar... aunque la palabra perdón tiene unas connotaciones muy especiales en nuestra cultura...
—Sin embargo, perdonar supone una increíble liberación —dijo ella entonces.
—Vaya —reconocí—; es una perspectiva muy interesante: Parece que se libera de una carga quien es perdonado... Sin embargo, también lo hace el que perdona.
—Más, incluso.
—Es posible.
Nuestra conversación derivaría por otros derroteros y así se nos hizo de noche. La acompañé hasta su portal, nos despedimos y regresé a casa en mi bici, por entre las hileras de enormes plátanos de La Senda.
Tras haber hablado con Marta, escribí un par de notas. Ahora que las completo, intuyo que perdonar es más necesario de lo que pensaba. Porque perdonar nos reconcilia con el otro, restablece nuestro ánimo, nos engrandece sin estériles humillaciones. Permite liberarse de cuanto se ha soportado, para continuar, para seguir adelante. Curiosamente este acto de buena voluntad resulta sanador. El perdón de convierte en una especie de secreto regalo que hacemos a quien nos ha ofendido y que, paradójicamente, recibimos también nosotros, en forma de beneficio emocional y terapéutico. Un beneficio que sana a quien perdona...
Conocí a Marta hace cuatro años y, si bien nuestros contactos son esporádicos, siempre ha habido una sensación compartida de que existe sobrada sintonía como para que el tiempo en que nos vemos se agote en un santiamén y nos queden pendientes muchos ratos de charla. Conectamos pronto, casi en aquellos primeros diez minutos, y eso le da una consideración especial a nuestras citas.
Hace poco quedé con ella. Tomamos un par de vinos en la calle Dato, hacía un calor infernal. No llevábamos media hora poniéndonos al día, cuando ya estábamos envueltos en una conversación sobre las biografías emocionales de cada quién. Hablábamos de relaciones pretéritas, de asuntos de pareja, de amigos recién separados o en la cuerda floja, de la manera de cerrar capítulos, de entender, de aceptar, de ser perdonados y de perdonar...
—Dado el caso, no se trata sólo de entender lo que pudo pasar. Salvo que uno sea un zoquete, entender es relativamente sencillo. Lo difícil suele ser aceptar —le decía yo.
—Vivir con ello, sin que te moleste.
—Y perdonar... aunque la palabra perdón tiene unas connotaciones muy especiales en nuestra cultura...
—Sin embargo, perdonar supone una increíble liberación —dijo ella entonces.
—Vaya —reconocí—; es una perspectiva muy interesante: Parece que se libera de una carga quien es perdonado... Sin embargo, también lo hace el que perdona.
—Más, incluso.
—Es posible.
Nuestra conversación derivaría por otros derroteros y así se nos hizo de noche. La acompañé hasta su portal, nos despedimos y regresé a casa en mi bici, por entre las hileras de enormes plátanos de La Senda.
Tras haber hablado con Marta, escribí un par de notas. Ahora que las completo, intuyo que perdonar es más necesario de lo que pensaba. Porque perdonar nos reconcilia con el otro, restablece nuestro ánimo, nos engrandece sin estériles humillaciones. Permite liberarse de cuanto se ha soportado, para continuar, para seguir adelante. Curiosamente este acto de buena voluntad resulta sanador. El perdón de convierte en una especie de secreto regalo que hacemos a quien nos ha ofendido y que, paradójicamente, recibimos también nosotros, en forma de beneficio emocional y terapéutico. Un beneficio que sana a quien perdona...
Gracias, Marta; nuevamente me encantó sentir esa química al estar contigo.