25 enero, 2009

EL REGALO

El tragaluz - López Villaseñor

Adela cumple hoy 52 años. Ha bajado a comprar al supermercado, porque quiere preparar algo especial para la cena. Son las cuatro y diez de la tarde, cuando se dirige a la caja con su cesta. Apenas hay gente. En la cola, un par de chicos con latas de cerveza y alguna botella de alcohol en el carro, llegan a la única caja abierta. Algo azorada, la dependienta que la atiende se disculpa ante ellos:
—Perdonadme, vuelvo en un minuto.
Adela piensa: Va al lavabo, espero que no tarde. Ve que los chicos hablan entre sí, de repente toman las bebidas, las pasan por un lateral evitando el escáner, empujan el carro vacío, cogen bolsas, cargan apresuradamente y se largan casi a la carrera. No suena alarma alguna, nadie les ha visto, sólo ella que permanece boquiabierta... Entonces le asalta un pensamiento insólito. Su cesta tiene cuatro cosas: un bloc de foie, una caja de langostinos, algo de lomo y jamón ibérico, una botella de vino... Unos 30 euros, calcula, y se sorprende a sí misma pensando que, de ahorrárselos, le daría menos cargo de conciencia comprarse el caro bolso que tanto le gusta. Conque, alterarda y desconocida, comprueba que nadie le ve y, salvando el escáner, atraviesa ella también el embudo de la caja.
En el preciso momento en que comienza a embolsar, aparece la empleada.
—¡Pero, qué hace? —le espeta, según corre a la caja contigua, para tomar un pequeño micro y levantar nerviosa la voz: —¡Seguridad, por favor; seguridad, acuda a Caja 2!
Con el corazón desbocado, Adela queda paralizada. No tiene sentido revolverse, ni siquiera le sale decir lo siento. Súbitamente todo se vuelve tan bochornoso, tan espantosamente ridículo, que no hay una triste palabra que acuda en su descargo. Permanece en blanco, mientras un agente de seguridad le invita a acompañarle.

Son las seis de la tarde, cuando Jaime y Naiale llegan a casa. Según abren la puerta, padre e hija entonan el Cumpleaños feliz... Pero Adela no sale a recibirlos; la encuentran en la cocina, sentada, brazo sobre brazo, dos bolsas con compras en el suelo. Apenas sí sonríe al verlos entrar con ese feliz humor de fiesta. Con esfuerzo, se levanta, se deja besar.
—¿Todo bien, cariño? —pregunta Jaime.
—Bueno —intenta salir de su abatimiento—; no he tenido un buen día; ya se me pasará.
Entonces Naiale muestra el paquete que mantenía escondido tras de sí.
—Hoy no vamos a dejar el regalo para los postres, ¿verdad papá?
—Para la mejor de las mujeres —sentencia Jaime.
Adela sonríe a medias el cumplido, comienza a abrir el envuelto y, antes de quitar por completo el papel, ha necesitado sentarse de nuevo. Se echa las manos a la cabeza, comienza a temblar entera, se encoge tapándose los ojos y, ante la atónita mirada de los suyos, rompe a llorar, hipando amarga y desconsoladamente. Aprieta con fuerza contra su regazo el precioso y deseado bolso; el bolso que tanto, tanto le gusta...

 
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