Ser, pues se trata de ser.
De asumir el ser quien se es.
De ser como tú eres y lo que tú eres;
negro, blanco, pajizo, azul... Te lo digo a ti,
según me viene, a borbotones
y con un palíndromo prestado:
«Somos raza, ese azar somoS»,
donde el paisanaje es un bol de canicas de colores.
Ser, digo. Y permanecer despierto,
aunque no en la noche, que termina agotando.
Porque la noche es para amar, desvariar y dormir. Ah, dormir...
Y para compartir deliciosas locuras, como ésta
de tener a Rebecka Törnqvist, cantándome en sueco al oído:
Till och med en kung (Incluso un rey).
Me enamora perdidamente, de madrugada,
me retrepa su voz por la nuca y me encojo en un escalofrío...
Siempre imagino una caricia, si pienso en algo suave.
O en la delicada flor del cerezo, precipitándose
a una velocidad de 5 cm. por segundo.
O en una sábana tibia y perfumada de ti, según la abandonas.
Pienso y escribo, tal me complace.
Y mientras tanto unos entran, otros salen,
y apenas se nos ve un poco. O se nos vislumbra.
Siendo que cada cual es cada cual, y tiene sus cadacualadas.
Esto es lo que supone, ser uno quien es.
¡Ser, ser, ser!
Escucho a la dulce Rebecka en un adormecido devaneo
y me vuelco al coleto un resto de cerveza.
Al fin y al cabo, es estupendo saberse bien, incluso un rey...
y lo quiero compartir contigo, antes de evaporarme,
cuando te digo que me embruja sentirte ahí
bailoteando con mis letras,
porque sé que nada me obliga a mostrarme como no soy.
Y porque, sin pretenderlo, me ayudas un poco a ser...
el tipo que siempre he buscado ser.
Y por ello, como nunca, me siento hoy
serena y profundamente agradecido.