26 octubre, 2008

PENSANDO EN ÉL


Marne - Cuixart

(Alguien ha descubierto la existencia de Terenci Poquet, el torturado opositor a judicatura enclaustrado en un ático de Barcelona, para preparar sus oposiciones... ).

Pensando
en él, se sentó en un banco de madera adyacente a un sendero de los jardines del Parc Güell, hasta donde había caminado desde su casa. Hacía bueno allá arriba; corría un airecillo fresco que no llegaba a resultar desagradable. Después de una noche de migraña, una migraña violenta e incoercible, ahora se sentía mejor. Apenas había dormido tres horas y su cansancio era patente, pero necesitó salir... Respiró con deliberada lentitud, empleando toda la energía de sus pulmones, y cerró prolongadamente los ojos. Notaba que sólo en cortísimos tiempos el silencio parecía absoluto, el silencio de aquel prominente oasis rodeado de asfalto y exasperación urbana. Y el aire... El aire era rico, si respirar se convertía en un acto consciente, si se deseaba inhalar. «El aire...» Se dedicó a apreciarlo, a descansar y a mirar; a mirar a la gente que por aquel camino transitaba: Dos parejas sueltas, un grupo de orientales pertrechados con tecnología óptica y poco más. También reparó en la naturaleza contenida a su alrededor, en el perceptible estrago de los meses fríos en los arriates, en las plantas melladas, en los árboles caducifolios... Se dio a escuchar el bullicioso trino de algunos pajarillos que, en la vivacidad de su jolgorio, parecían convocar prematuramente a la primavera. Las hojas de la arboleda que los acogía parpadeaban filtradas por un tibio sol. Varias cotorras se alborotaban en unas copas cercanas; cotorras forasteras de incierta procedencia, que imprevistamente habían comenzado a proliferar por la ciudad. Se entregaba, en suma, a relajar sus sentidos... Pero cada una de sus percepciones le llevaba a ensimismarse en él. Porque desde que él apareció todo le resultaba más soportable: su existencia tejida de obligatorias rutinas, la regularidad descorazonada de los días monótonos y hueros, el helado invierno interior en el que se había ido convirtiendo su vida... Con él, sin embargo, todo parecía ser distinto. Se sintió mecer, doblándose en el acurrucamiento al que le sometía un cansancio perdurado...
Pero estaba bien; mejor, según prosperaba la mañana. Sumergiendo su mirada en un solitario charco de luz del camino, se recreó en aquella porción de cielo azul nítidamente reflejado en el agua, para fugaz deleite de su recogimiento... Y entonces, volviendo a él, a su adorado opositor, calibró una idea que le hizo sonreír. Como sabía dónde vivía, no estaba de más ensayar una primera aproximación: Pensó en escribirle, una carta. Sí, lo haría... Y, levantándose del banco, los hombros sumisos, las manos en los bolsillos de su tabardo, caminó hacia la salida del parque, regresando al mundo, volviendo a adentrarse pausadamente en la ciudad.
 
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