Los novios - Antonio López
(Dirás que soy una tontorrona o que me hago la niña, porque te pido que me vuelvas a contar cosas. Lo dirás una vez más y no me importará escucharlo de tus labios, ver bosquejarse la sonrisa que entreabre tu boca.)
—Pareces una niña pequeña. Si te lo he contado mil veces...
(¿Ves? Lo has dicho: una niña. Y a mí me gusta oírlo; que me lo digas de nuevo. Como aquello del cosquilleo que se te ponía en el estómago, cuando quedábamos para vernos, y terminábamos conquistando rincones urbanos en los que besuquearnos a hurtadillas...)
—¡Mil veces!... Venga, no te pases tío. Anda, ¡cuéntamelo!
—Hacía lo imposible por estar contigo.
—¿En serio?
—Aunque fueran cinco minutos.
—Y qué más.
—Me dirás que no te acuerdas...
(Claro que me acuerdo.)
—De qué.
—Pues de eso, chica: de lo que tantas veces te he contado.
—¿Y ahora?
—Ahora lo llevo con otra serenidad.
—Por la edad.
—Por el tiempo que ha pasado y por lo que hemos compartido.
—Yo también. Me siento más tranquila...
—Sí, sin urgencias.
—Pues, ¿sabes qué? Que también me gusta cómo es ahora. Y creo que esto es así por la manera en que ha sido antes.
—Seguramente.
—Pero me gusta recordar. Y al recordar me siento más cerca de ti, te noto más dentro. No sé...
—¡Ay, estas mujeres...!
(Me habrás puesto los ojos en blanco y yo te daré un amistoso codazo y caminaré a tu lado, cavilando que sí, que es cierto, que casi sin darnos cuenta hemos dejado de lado las premuras. Y, entonces, te diré lo importante que sigues siendo para mí...)
—¿En qué piensas ahora?
—En que eres un granuja, chaval.
—Por cierto, yo también te quiero.
—¿Lo ves?: Un bicho.
(Gracias por contármelo, una vez más. Será así como dices, sin urgencias, pero suena tan bien...)
—Pareces una niña pequeña. Si te lo he contado mil veces...
(¿Ves? Lo has dicho: una niña. Y a mí me gusta oírlo; que me lo digas de nuevo. Como aquello del cosquilleo que se te ponía en el estómago, cuando quedábamos para vernos, y terminábamos conquistando rincones urbanos en los que besuquearnos a hurtadillas...)
—¡Mil veces!... Venga, no te pases tío. Anda, ¡cuéntamelo!
—Hacía lo imposible por estar contigo.
—¿En serio?
—Aunque fueran cinco minutos.
—Y qué más.
—Me dirás que no te acuerdas...
(Claro que me acuerdo.)
—De qué.
—Pues de eso, chica: de lo que tantas veces te he contado.
—¿Y ahora?
—Ahora lo llevo con otra serenidad.
—Por la edad.
—Por el tiempo que ha pasado y por lo que hemos compartido.
—Yo también. Me siento más tranquila...
—Sí, sin urgencias.
—Pues, ¿sabes qué? Que también me gusta cómo es ahora. Y creo que esto es así por la manera en que ha sido antes.
—Seguramente.
—Pero me gusta recordar. Y al recordar me siento más cerca de ti, te noto más dentro. No sé...
—¡Ay, estas mujeres...!
(Me habrás puesto los ojos en blanco y yo te daré un amistoso codazo y caminaré a tu lado, cavilando que sí, que es cierto, que casi sin darnos cuenta hemos dejado de lado las premuras. Y, entonces, te diré lo importante que sigues siendo para mí...)
—¿En qué piensas ahora?
—En que eres un granuja, chaval.
—Por cierto, yo también te quiero.
—¿Lo ves?: Un bicho.
(Gracias por contármelo, una vez más. Será así como dices, sin urgencias, pero suena tan bien...)