Proa - Kancelpolski
Sorbo un resto de café y, al separarme de la corona de la taza, te observo frente a mí sentada. Tiene algo de eterno este modo en que me agasaja la vida, cuando me detengo y te contemplo, cuando tú también me miras y advierto en el brillo de tus ojos una belleza atemporal y única. Esa honda dulzura, ese candor... Es como si un instante de eternidad se hubiera suspendido en el fondo de tus pupilas, fecundando el momento preciso en que te miro. Dejo la taza sobre el platillo sin perder tus niñas humedecidas, la radiante sensación de infinitud en que reposa mi alma... y me arrobo en tu mirada, delicadamente prendido de cuanto me sugiere y remunera. Me recluyo en ella, me acurruco entregado, y sólo me aparta de su hechizo este torpe ensayo de pintarla en un par de minutos, merodeando con obstinada paciencia por un piélago de inútiles palabras, para garabatear la servilleta de papel que, sobre el velador, mis dedos te pasan. Entonces sonríes; me interrogan tus ojos al cogerla. Y te digo que está rico el café; lo apruebo, apurándolo, con un gesto...
Suenan cercanas las notas de un piano, cuando comienzas a leer mis letras y yo, entretanto, recuerdo el día en que, al verme en tu mirada, comencé a escribir estas oraciones de amor, por inventar maneras de cuchichearte al oído un te quiero.
Suenan cercanas las notas de un piano, cuando comienzas a leer mis letras y yo, entretanto, recuerdo el día en que, al verme en tu mirada, comencé a escribir estas oraciones de amor, por inventar maneras de cuchichearte al oído un te quiero.